Mi chica me fulminó con esos ojos felinos que estaba tan deseoso de volver a ver. Era un atrevimiento llamarla así, pero para mí eso era, la sentía para mí sin serlo. Ese era mi secreto, ella no lo sabría hasta que en verdad ese sueño se volviera realidad. No deje que su enfado me afectara, conocía perfectamente sus motivos para tal recibimiento y los comprendía, en cierto modo un poco arrogante me agradaba que supiera quién era yo y en dónde nos habíamos encontrado antes, eso me ahorraría explicaciones.
—Buenas noches, Alejandra.
—Creo que fui clara.
—Lo fuiste, piensas lo peor de mí, pero al menos permíteme demostrarte que no soy tan malo.
—Mejor explíqueme cómo consiguió mi dirección y por qué tiene el atrevimiento de venir a esta hora sin ser invitado.
Sonreí ante su exigencia, mi chica era más parecida a un duro hombre de negocios que a una mujer que uno puede llegar a enamorar.
—Tienes toda la razón, me disculpo por la hora, aunque lo cierto es que el domicilio lo diste tú misma junto con los datos que nos entregaste... Sobre lo otro, puedo entender tu desconfianza, pero espero que no sea demasiado pedirte unos minutos de tu tiempo... Tal vez pueda invitarte a tomar algo.
—Por Dios, no se rinde fácilmente ¿cierto?
Era cierto, no volvería a rendirme tratándose de ella.
—Me han dicho que no tengo buena actitud. Además, vengo a hablarte de trabajo.
Tras largos segundos se encogió de hombros.
—Mejor pasemos a mi casa, ¿Quiere?
—Eso me agradaría.
Le sonreí como un tonto y entré sin poner mucha atención a lo que me rodeaba, su casa solo mostraba en parte su carencia económica pero más allá de eso, se sentía como el hogar más cálido en el que hubiera estado. Más que nunca tuve el anhelo de ser parte de su vida. Dejé de pensar en lo que podía ser y me concentré en ella. En el caminar que me aceleraba los latidos y en su cabello apenas recogido. No usaba ni una pizca de maquillaje y su aspecto era el que se tiene cuando no se espera ver a nadie. Para mí, nada de eso la hacía dejar de ser la mujer más bella. Lo confieso, estaba perdidamente enamorado, sin conocerla en realidad y apenas habiendo cruzado unas palabras con ella, Alejandra logró meterse hasta mis huesos.
—Lo escucho.
El tono formal de sus palabras y su voz inflexible me volvió a la realidad, tenía que ganarme su confianza y estaba dispuesto a hacer lo que fuera para lograrlo. Ambos nos acomodamos en su pequeña sala de estar, tenerla frente a mí otra vez me confirmó que no era producto de mi imaginación. Ella llegó a mí luego de años de solo verla en mis sueños más íntimos. Pese al tiempo transcurrido, Alejandra nunca dejó de visitarme mientras dormía, aunque debo decir que, hasta no verla otra vez, siempre la anhelé con la misma imagen adolescente de antes. Sin embargo, la que tenía enfrente era aún mejor que aquella jovencita que se obligaba a ser invisible, que hablaba con convicción cuando era necesario y cuyos ojos, profundos y llenos de vida, dejaban ver algo que aún hoy no puedo descifrar, pero que me cautivó desde el primer momento. La vi y me vio esperando la respuesta, tuve que respirar hondo antes de enfrentarla. Al final tuve que aceptar que, frente a Alejandra, seguía siendo el mismo muchacho inseguro que la conoció.
—¿Podrías tutearme? Me sentiría más cómodo.
Mi infantil petición avivó su enfado, intentó sin mucho éxito disimularlo y se limitó a clavar sus ojos en mí.
—Pero yo no.
—Alejandra, en verdad quisiera saber qué hice para desagradarte tanto... Sé que no somos amigos, pero hasta donde sé tampoco lo contrario.
—Lo siento, pero no puedo creer que ni su llamada ni su visita se deban solo a una propuesta de trabajo…. Además, sé perfectamente que el trabajo para el que me entrevistó ya lo tiene otra.
Respire hondo el aire que me faltaba junto a Alejandra, ganarme su agrado desde la perspectiva en que ella me miraba parecía imposible. Comprendí que hablarle con la verdad podía ser la única forma de llegar a ella o al menos era una buena forma de intentarlo.
—Bien, lo cierto es que también deseaba volver a verte, ¿Es eso lo que querías escuchar?... ¿Ahora podemos hablar del empleo que vine a ofrecerte?
Su rostro palideció, mi respuesta la tomó por sorpresa, además se veía cansada, tal vez de luchar tanto, debía ser agotador no confiar en nadie y esperar siempre que todos le hicieran daño. Alejandra era como un animal arisco, me gustaba, pero no podía dejar de ver la realidad, ella se empeñaba en cerrar cualquier canal de comunicación o de mera interacción con alguien más. Ya en la universidad lo había notado y estando ahí, comprobé que los años no hicieron más que acrecentar su desconfianza.
—Te escucho... Mauricio.
Alejandra suspiró resignada, un sonido reconfortante pues fue hasta ese momento que dejó su coraza a un lado o al menos, se permitió verme como alguien que no necesariamente estaba ahí para causarle daño. Escuchar mi nombre en sus labios por primera vez fue encantador y me hizo olvidar su pasado recibimiento. Sonreí antes de iniciar, no tenía claro cómo hacerlo, había planeado por dos semanas aquel encuentro, pero las palabras se revolvían en mi mente. Olvidé mi discurso, olvidé todo, el único deseo que permaneció fue el de agradarle a la mujer que me veía ansiosa de que aquel momento llegara a su fin.
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Editado: 11.12.2022