Dejé a Mauricio sin ánimo de hacerlo y pese a que se ofreció a acompañarme a casa, tuve que rechazar su tentadora oferta por más que quisiera seguir a su lado. Lo que tenía que hablar con mi padre y mi hijo era algo que debía enfrentar sola aunque Mauricio fuera parte importante de mi vida. Así fue como, luego del cálido abrazo de despedida, conduje de regreso con mi familia recordando cada instante al lado del hombre que amaba, ese que supo convertirse en uno de mis pilares. Antes de Mauricio no creí ser merecedora de un afecto tan grande, pero no volvería a menospreciar mi propio valor. Era cierto que mis equivocaciones habían sido demasiadas, pero también fueron las que me hicieron aprender a enfrentar la vida sin desfallecer. Por años, aprendí a buscar donde no había esperanza de encontrar y a valorar cada instante de vida junto a quienes me querían. Tal vez no era la mejor mujer, pero me convertiría en mi mejor versión para mí misma y para mi familia, esa que incluía a Mauricio y a la misma Vanessa, cuya amistad había trascendido a una hermandad que atesoraba. Ellos cuatro eran mis personas importantes, las que iluminaban mis días y me brindaban la motivación para vivirlos. Los amaba a cada uno de la forma que correspondía. Mi padre en especial fue mi sostén durante los primeros años y siguió brindándome apoyo pese a lo mucho que lo decepcioné. A Sebastián lo adoraba por encima de mí misma, ignoraba si esa necesidad de entregarme sería igual con el pasar de los años, pero ya entonces tenía la certeza de que siempre estaría para él, aún hoy sé que eso no cambiará.
Agradecida con lo que contaba en mi vida, llegué a mi casa. Entré a hurtadillas, era ridículo que a mis veintiséis años lo hiciera, pero después del nacimiento de Sebastián no había pasado una noche fuera y eso me avergonzaba un poco. Desde que mi relación con Alberto terminó, mi padre no volvió a reclamarme nada, aun así, presentí que esa vez lo haría. También estaba Sebastián y su curiosidad que no dejaba de asombrarme al tiempo que me metía en los peores aprietos pues no siempre tenía una respuesta adecuada para él. A excepción de lo compartido con Mauricio, parecía que ese día la suerte no estaba de mi parte y pese a mis intentos de hacer el menor ruido posible, apenas di dos pasos dentro cuando los tuve frente a mí. Mi pequeño me recibió con un abrazo, mostrándome lo mucho que me había extrañado.
—¿Dónde estuviste, mamá? —inquirió sin dejar de abrazarme. Por mi parte, tomé su rostro cariñosamente entre las manos y le planté un sonoro beso en la frente.
—Tenía una misión especial que cumplir, perdona por dejarte con el abuelo ¿La pasaron bien?
—Mucho, cenamos pizza y jugamos videojuegos hasta tarde —mi hijo bajó el tono de su voz y me pidió con una seña que me inclinara más para poder hablarme al oído —La verdad jugué solo porque el abuelo es muy malo.
Sonreí hasta toparme con los ojos inquisidores de mi papá clavados en mí. Quise ignorarlo, debí saber que no me lo permitiría.
—Ya veo que rompieron todas las reglas —señalé en complicidad.
—No fuimos los únicos —terció severamente mi padre antes de que Sebastián pudiera responderme —Mi niño, ve a tu habitación. Necesito hablar con tu mamá.
—Abuelo, ¿estás enfadado con mamá? —la inocencia en la voz infantil de mi hijo me conmovió sin que tuviera el mismo efecto en mi padre. Él simplemente negó con la cabeza y con un gesto me pidió que lo siguiera hasta la sala de estar —No quiero que te regañe.
—No lo hará, haz lo que dice y ve a tu habitación, ¿puedes hacerlo por mí?
Sebastián asintió y obedeció, preocupado siguió volteando a verme cada dos pasos hasta que llegó a su destino y desapareció tras cerrar la puerta. Una vez que estuve segura de que no saldría otra vez, alcancé a mi padre. Él me esperaba sentado en su sillón favorito con los brazos cruzados y la expresión más hosca que le conocía.
—¿Dónde estabas? —cuestionó apenas me senté en la silla frente a él.
—Papá, yo…
—Por favor, Alejandra, tan solo dime que no volviste con Alberto. Si acepté que lo vieras y lo trajeras a esta casa fue porque me contaste de su enfermedad, pero no olvido lo que nos hizo y no puedo perdonarlo. Quiero creer que no te eduqué tan mal como para que vuelvas a cometer el mismo error —intenté hablar, pero mi padre apenas tomó aire suficiente para continuar y no quise interrumpirlo. La voz se le quebraba a cada frase, era la primera vez desde la partida de mi mamá que lo veía tan afectado. Tampoco era capaz de sostenerme la mirada, me partió el alma verlo así —Nunca me dijiste que sucedió entre Mauricio y tú, parecían llevarse tan bien. Él era bueno contigo y con mi niño, eso me tranquilizaba, pero ahora… Si me dices que ese maldito hombre volverá a interponerse entre nosotros, entonces tendré que pedirte que te vayas porque no quiero verte sufrir otra vez por un desgraciado como él.
—¿En serio harías eso? —sentí un escalofrío al emitir la pregunta, jamás pensé que mi padre estuviera dispuesto a darme la espalda cuando no lo hizo ni en mi peor momento.
—Ya no sé lo que haría, estoy cansado Alejandra. Sigo aquí porque me necesitas, pero no puedo soportar verte caer otra vez y si no pude evitarlo cuando eras una jovencita, menos podré hacerlo ahora que eres una mujer adulta.
—Deja de atormentarte, papá —conmovida, me levanté y fui hasta él. Me senté en la mesa de centro para estar a su altura y tomé sus manos —Perdóname por angustiarte tanto, ya no tienes que preocuparte por mí. Tienes razón, estuve con alguien, no era mi intención, simplemente sucedió. Pero ese hombre no era Alberto sino Mauricio.
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Editado: 11.12.2022