Acordaron verse después de almorzar. Olivia le dijo que tendría el auto libre y podrían ir a recorrer algunos lugares lindos del pueblo. El plan estaba definido, hasta que Tadeo en mitad de la mañana, tuvo un impulso.
“Y si vienes a almorzar a la estancia? Podemos sentarnos en unos de esos lugares que hay afuera, con muchas sillas... que quedan raro para uno solo.”
Esto último lo agregó a modo de convencerla. Estaba acostumbrado a pasear solo por los lugares. Cuando hacía viajes largos con el camión, si le sobraba tiempo, aprovechaba para conocer algún sitio.
Bajó a desayunar y disfrutar de la naturaleza que le regalaba el lugar. Definitivamente, se iría con un gran cambio de opinión sobre aquel pueblo. Empezaba a sentirse identificado con ese aura de turista que despertaba Olivia cuando caminaba por las calles de Colonia Basilia. Pero aun así, sabía que si tuviera que elegir, no podría vivir mucho tiempo allí.
También es lindo lograr conexión con un lugar. Le había dicho Olivia la tarde anterior. Y esas palabras, a pesar de ser ignoradas por Tadeo, quedaron resonando mucho tiempo en su interior. Sabía a qué se refería, él sentía conexión con Váledai. Pero era una conexión lejana, de momentos que eran imposibles recuperar, con personas que hacía tiempo habían partido.
Faltaba una hora para almorzar y la chica aun no contestaba el mensaje. Tadeo temió haberse dejado llevar demasiado rápido… Pero estaba acostumbrado. Muchas veces sus impulsos lo habían empujado a situaciones un poco incómodas. Había aprendido que no era el fin del mundo y que prefería dejarse llevar por ellos que arrepentirse de no haber intentado algo que tenía ganas de hacer. Y definitivamente, tenía ganas de almorzar con Olivia.
Había aprendido a relajarse en la incomodidad y a aceptar que todo pasaba por algo.
Revisó su celular por cuarta vez y lo único que encontró fue un mensaje de Marcos, uno de sus amigos.
“Te tengo novedades, si llegas para el finde que viene puede que tengas chances con la rubia de la fiesta”
“Qué has hecho?” le preguntó intrigado.
Para su suerte, respondió rápido.
“Yo nada, sus amigas se acercaron a nosotros esa noche después de que te fuiste. La morena alta me dio su número”
“Y en vez de invitarla a salir, me organizas cita a mi?”
“Cita doble, no me parece mal plan…”
“Lo pensaré”
Y justo en ese momento, llegó la respuesta de Olivia.
“Bueno, iré”
Aquellas palabras hicieron que se olvidara de la conversación con su amigo, de la rubia y de la cita. Tenía un plan más importante del qué ocuparse. Bajó a preguntar si quedaba alguna mesa libre en el parque delantero y, para su suerte, había varias.
Tadeo no entendía cómo las personas podían desaprovechar aquella paz que significaba comer bajo los árboles, rodeados de verde y del canto de los pájaros. Suponía que la rutina de vivir allí les hacía obviar el encanto que aquello significaba. Imaginaba que, si él tuviera que vivir en un lugar tan pequeño, se la pasaría yendo a comer ahí, a la costa del río, al borde de la ruta. Cualquier cosa que lo hiciera salir de la rutina.
Aunque también supo que apenas hubiera cumplido la mayoría de edad, hubiera buscado la forma de salir de allí, de hacer vida en un lugar más grande. No se imaginaba su vida encerrado en un pueblo limitado por sus oportunidades.
Se sentó en uno de los bancos que había a la orilla de la entrada principal y desde allí pudo observar cuando el auto de Olivia se estacionó al borde de la calle. Bajó a los pocos segundos con un vestido celeste, sus sandalias bajas y su cartera. También traía consigo ese andar alegre que la caracterizaba.
Le fue imposible evitar la sonrisa.
—Por un momento creí que me rechazarías el almuerzo —le dijo Tadeo apenas se acercó.
—Estaba por hacerlo, pero después pensé que necesitaba almorzar algún día en este lugar.
—¿Nunca lo has hecho?
Negó.
—Una vez hemos venido de excursión con la escuela, pero más que todo a pasear por el monte. Esto suele ser para los turistas. Los pueblerinos almorzamos en el comedor o en el camping —rio.
—Bueno, hoy los dos seremos turistas.
—Me gusta la idea.
Caminaron juntos hasta la cantina donde vendían el almuerzo y Tadeo empezó a sentirse en equilibrio, como si la presencia de la joven le trajera cierta seguridad. Por suerte, llegaron antes de que sus pensamientos se enredaran más.
Pidieron pastas. Como iban a comer en el parque principal, el que atendía les dijo que le llevaría la comida en un rato.
—¿En qué sector estarán?
Los chicos se miraron. Ninguno sabía.
—¿En el uno, en el dos, en el tres…? —añadió el joven detrás del mostrador.
—El dos —dijo Olivia.
—Genial, en un rato les llevo todo.
Fueron hacia la entrada del parque mientras Tadeo le preguntaba si sabía si el dos era un buen lugar o no. Olivia le dijo que no sabía, pero que le parecía un lindo número.