El silencio le había dado a Olivia una suerte de paz inexplicable. La cercanía de Tadeo dentro del auto era como un imán que la obligaba a permanecer, que le hacía desear quedarse allí mucho más tiempo.
—Pasaré mañana… En el desayuno —La voz de Tadeo cortó el aire—. Para despedirme, digo. Creo que antes del mediodía me iré.
La palabra despedida quedó golpeando la mente de Oli. Era consciente de aquello, pero no entendía por qué en ese momento había sonado tan diferente.
—Bien. Si. No te vayas sin despedirte. —Logró articular volviendo la vista al frente.
—Nos vemos entonces. Y gracias.
El joven bajó del auto y se llevó consigo la paz que había en el ambiente. De pronto, Olivia fue consciente de los latidos de su corazón, del atisbo de falta de aire y de la pesadez que significaba en su interior la despedida del día siguiente.
Puso primera y salió hacia la calle principal con mucha más dificultad de la que implicaba manejar en condiciones normales. Mientras avanzaba, su mente estaba en todo y nada a la vez. Los momentos vividos esa tarde se repetían en un bucle rápido. La música seguía sonando, pero la letra era ilegible para los oídos de ella. Deseó poder hacer una parada, relajarse, respirar, volver a encontrar la calma… Pero sabía que si lo hacía podía despertar la curiosidad de algún vecino que seguramente se acercaría a ver si necesitaba ayuda. Todos conocían el auto de la familia, así que no dudarían en ayudar.
Continuó camino hasta su casa y por primera vez en mucho tiempo, deseó paz y soledad. Necesitaba ordenar las palabras que se amontonaban en su mente… Sentía ganas de llorar. Al parecer las lágrimas de la tarde habían sido solo la puerta para las demás que deseaban salir.
Dejó el auto en la parte del costado de la casa y entró por la puerta trasera. Sus padres estaban sentados en el gran comedor observando el exterior. Ella los saludó y les dijo que iría a tomar un baño.
—Enseguida iremos a la fiesta… Pato ha estado toda la tarde —le dijo su madre antes de que pasara a la cocina.
—Bueno, yo veré que hago.
—Te dejamos el auto por si quieres salir —agregó su papá—. Iremos en camioneta para traer mejor las cosas después.
—Bueno. —Al parecer su mente no podía articular más palabras.
Fue hasta su habitación a dejar la cartera y buscó el primer vestido que encontró a mano. Caminó hacia el baño y al cerrar la puerta, se relajó.
Paz.
En ese silencio, su mente encontró un rumbo más claro. Los recuerdos pasaban más lentos y Olivia fue consciente del efecto que iban produciendo en su ser.
Aun no podía creer que hubiera llorado frente a él. Odiaba hacerlo. Odiaba llorar frente a la gente y mucho más frente a un desconocido.
La palabra quedó haciendo eco en su mente. ¿Era un desconocido? Y si lo era, ¿por qué de repente la idea de despedirse de él… dolía?
Suspiró mientras se desvestía.
Y entonces, recordó la manera en la que él había reaccionado frente a su llanto y la charla que había sobrevenido luego de eso.
“Mi abuela siempre decía que a veces uno tiene que tomar riesgos para alcanzar sus sueños.”
¿El costo de vivir unos años en Váledai era proporcional a la felicidad que le daría su sueño? ¿Qué pasaría si no iba? ¿Su sueño no se cumpliría? ¿Podría pasar una vida sabiendo que no había luchado por su sueño?
El agua comenzó a caer sobre su cuerpo y cerró los ojos. Intentó concentrarse en el ruido del paisaje. En los pájaros que siempre cantaban en su patio, en el silencio que le brindaba la naturaleza...
“Quizas es solo un miedo del pasado, un miedo que viene de salir de tu zona de confort. Además seguro no eres la misma persona que vivió aquella experiencia.”
¿En verdad era otra persona? ¿Qué tanto había cambiado desde aquella mala experiencia?
Recordaba que el hecho de irse le había causado mucho miedo, nunca había socializado con personas más allá de las conocidas de su pueblo. No sabía como sería su vida en un lugar tan grande lleno de desconocidos… pero como Igor también se mudaría y a un edificio de apartamentos cercano, había decidido confiar y arriesgar.
Una vez allá, todo fue un caos. El lugar donde se había anotado para estudiar cocina solo impartía clases por la mañana y era enorme. En su primer día, apenas había logrado intercambiar palabra con algunos de los que serían sus compañeros… Y con el correr de las clases, le costaba un poco más. Igor se había anotado para estudiar una ingeniería y sus clases eran por la tarde. La soledad no había tardado en hacerse presente en su vida.
Los fines de semana, había dependido de la compañía de Igor… Pero pronto, y como era de esperarse, él había hecho nuevos amigos con quienes organizaba encuentros los sábados por la noche o los domingos. La situación se había hecho insostenible, las peleas entre ellos habían sido cada vez mayores y el sentimiento de nostalgia hacia su pueblo se había hecho protagonista.
Definitivamente, creía que en ese momento el hecho de socializar había mejorado mucho. Quizás el hacer amigos no era tan difícil como en aquel entonces. El empleo en el comedor la había ayudado mucho en eso y más de una vez había entablado largas conversaciones con los turistas.