Una particular crónica del fin

II

0:50 «You look so tired, unhappy...»

Tic tac. Un glitch en mi cabeza. La explosión fue desconcertante. Siempre pensé que el humo era el alma de la materia, la esencia sagrada que se libera con el fuego. Por eso detestaba a los fumadores que pretendían inundar sus pulmones con un alma ajena. Ese mismo humo que me sofocaba y enmarañaba mis recuerdos del día anterior.

28 de marzo - 2026

Odio todo este lugar. Las clases del día fueron aburridas aunque pretendía que me interesaban. Tenía que justificarme la tortura de estar rodeada de gente de alguna forma, estudiar era una buena excusa.

No sé por qué sigo asistiendo a la universidad. Me incomoda la gente. Sé muy bien que mi alma da asco, pero no tengo ningún interés en ser una buena persona. Al menos soy sincera conmigo. No pretendo igualarme a esa masa despreciable de humanidad que se engaña creyendo que son gente de bien, pero que, en el fondo, tras el gesto hipócrita de la normalidad esconden las peores perversiones morales. No soy ese profesor amable que saluda y sonríe de día mientras se masturba de noche con lo más parecido que encuentra a pornografía infantil. Esa mujer que, fastidiada por el olor a marihuana de un habitante de la calle, rehúye al otro andén mientras se droga con la cafeína de su expreso doble. Y no es que yo sea inocente de estas y muchas otras cosas. Simplemente vivo con ello sabiendo la escoria que soy.  

Al volver a casa, me encerré en mi cuarto. Vivo sola en una casa de La Soledad cerca a la Ciudad Universitaria. Mi hermano la compró para rentar, pero mis padres de alguna forma arreglaron que yo viviera allí mientras obtenía mi grado. No me molesté en encender la luz. Me bastaba con la tenue claridad que entraba por la ventana. No sabía qué música escuchar, no tenía certeza de nada en mi vida y en algún momento me quedé dormida.

Soñaba que las venas salían de mi piel como raíces que penetraban la tierra. Mi sangre lucía más cristalina que el agua más pura y, al irrigar los suelos, crecían flores a su paso y brotaban pastos fuertes que rompían los pavimentos de la ciudad reverdeciendo el mundo. Era un mundo silente, vacío y precioso...hasta que el fuego estampó mi rostro contra la realidad.

 




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