April despertó poco a poco. La claridad que se colaba por la ventana hizo que ella parpadeara varias veces, pero al intentar levantarse sintió una presencia al lado suyo. Se volteó para verificarlo y se dio cuenta de que lo que había sucedido la noche anterior no fue un sueño ni una alucinación. Dean estaba acostado a su lado, observándola con detenimiento.
Ella no pudo contenerse y lo atrajo hacia su cuerpo, abrazándolo con fuerza. El calor corporal de Dean siempre la hizo sentir demasiado bien. No quería separarse de él en lo que le restaba de vida.
—¿Hace cuánto has estado despierto? —preguntó ella con curiosidad.
—Desde las cinco de la mañana. Como ya estoy programado para levantarme a esa hora no me hizo falta despertador —explicó él—. La vida del soldado deja secuelas y hábitos que son difíciles de eliminar.
La mención del ejército le recordó a April que se debían una conversación importante que no se podía postergar.
—Dean, ¿cómo... —La pregunta murió en los labios de April con una voz temblorosa, sin embargo, él sabía lo que ella necesitaba saber.
—Antes que la guerra terminara y los soldados fueran retirados, hubo una emboscada en mi campamento. Había sangre y gritos por doquier, muchos de mis compañeros fueron asesinados y los pocos que quedamos huimos lo más lejos que pudimos. Lo último que recuerdo de esa noche es el ruido de una bomba y el impacto en mi espalda de uno de los palos que sostenía las casas de campaña. Según me contaron después, me encontraron inconsciente al otro día y me llevaron a una aldea lejana del lugar donde el infierno se había desatado. No tenía forma de comunicarme con mi comando y mi cuerpo tenía heridas graves, así que me pasé seis meses al cuidado de Jila, la doctora del lugar, hasta que fui capaz de ir hacia la embajada y que me regresaran a Estados Unidos.
Él terminó de contar la historia y April estaba llorando casi desde que había comenzado a hablar. El miedo de que Dean no lo hubiera logrado y hubiera muerto de verdad era algo que no podía soportar. Se admitió a sí misma que estos pasados meses había estado en una profunda negación y gracias al cielo y a todos los dioses existentes, su deseo de que su mejor amigo regresara sano y salvo se había cumplido.
Después de varios minutos todavía sollozando, se limpió las lágrimas y siguió cuestionando a Dean.
—¿Cómo reaccionó tu madre al verte?
—Todavía no he ido a su casa —respondió él un poco avergonzado. Estaba seguro de que su madre iba a desmayarse en cuanto lo tuviera en frente.
Al escucharlo, April se revolvió entre sus brazos para encararlo.
—Dean James Colton, ¿cómo se te ocurre no decirle a tu pobre madre que estás vivo? —Ella lo regañó y él se dio cuenta de que estaba muy enojada porque cuando lo estaba, siempre decía su nombre completo.
—Es que en cuanto puse un pie en Pensacola solo quería verte, ni siquiera pensé en mamá. Es una idiotez, lo sé. Por favor, que no se te ocurra decirle que dije eso o me va a matar. Según ella. Tiene ese derecho ya que fue la que me dio la vida —La última parte le causó risa a April, pero no pudo evitar que se le volvieran a aguar los ojos por la justificación para nada idiota de él. Parpadeó para no llorar de nuevo, sabía que a Dean no le gustaba verla llorar y en esos momentos no quería hacer nada que lo molestara.
—Pues la llamo ahora mismo para que venga —dijo April y se separó de él para estirar la mano hacia la mesita de noche donde se encontraba su celular. Al encenderlo vio que eran las ocho menos cuarto y cayó en cuenta de que Hannah iba a llegar tarde a la escuela. Se levantó de un salto y salió corriendo de la habitación para entrar en la de su hija. La despertó con urgencia y la niña hizo en mismo acto al levantarse de la cama que su mamá hacía tan solo unos minutos antes.
En lo que la niña se aseaba, April sacó su ropa de su armario y la colocó encima de la cama para que se vistiera. Bajó corriendo las escaleras y entró en la cocina para prepararle el almuerzo del día y el desayuno. Por suerte quedaban sobras de la cena del día anterior y eso mismo guardó en el taper. Le preparó un rápido sándwich y en cuanto terminó, Hannah apareció corriendo por la puerta. Ambas lo guardaron todo y al escuchar el sonido de la bocina del autobús, salieron hacia la parte exterior de la casa.
Al llegar casi sin aliento hasta a puerta del autobús, April se agachó hasta quedar a la altura de su hija y la abrazó con fuerza. Hannah la apretó con igual intensidad y al separase, con su tierna vocecita le preguntó a su mamá:
—Mami, ¿los fantasmas existen?
A April le extrañó la pregunta, no entendía por qué su hija había sacado ese tema tan de repente.
—¿Por qué preguntas eso, cariño?
—Porque estoy viendo a mi papá de pie en la puerta de la casa —respondió la pequeña con mucha confusión.
Enseguida April se tensó. No sabía cómo explicarle el tema a su hija sin hacérselo complicado de entender. El chófer volvió a sonar la bocina del autobús y por suerte en ese momento no tenía tiempo para explicaciones.
—Cariño, cuando vuelvas de la escuela te lo cuento todo, ¿vale? —Hannah asintió y April se alivió de que no fuera insistente en el tema—. Estudia mucho y pórtate bien. Te amo.
—Yo también te amo —contestó la niña y se giró para entrar al enorme vehículo amarillo que la llevaba hacia la escuela.
April se incorporó en el puesto y no se movió hasta que el autobús dobló la esquina. Se dio la vuelta y caminó directamente hacia un muy confundido Dean. Al llegar al frente de él se detuvo y no hallaba las palabras para decirle que era padre de una adorable niña de cinco años.
—¿Hay algo que debería saber, April?