Una porción de paraíso

Capítulo I. Bienvenida a casa

Seis meses pueden parecer poco tiempo, pero es una eternidad para quien no consigue olvidar los aromas de su tierra o se empecina en revivir las sonrisas que quedaron atrapadas en la capa más superficial de la memoria.

     No le fue nada mal; de hecho, por el contrario, su estadía superó por completo las expectativas que existían a su llegada y en menos de catorce días, había conquistado la Galia y penetrado con bravura el corazón de la Ciudad de la Luz, volviéndose una con su gente, convirtiéndose en parte del paisaje, llegando a ser, incluso, un atractivo tan emotivo e impostergable como los Campos Elíseos.

     Sin embargo, no se sentía como en casa.

      A pesar de haber abierto su propio local inundado de reservas, compartir su talento en las Galerías Lafayette, caminar por las noches a orillas del Sena, tener las llaves del Louvre para visitarlo cuando quisiera e, incluso, emocionarse hasta las lágrimas toda vez que pisaba Notre Dame, su corazón no latía como siempre; se debilitaba al compás de la ausencia de los seres queridos y de una culpa que le quitaba el aliento por las noches, suspendiéndola en una apnea traicionera que amenazaba con desgarrarle el alma y marcarle la piel.

     Era en vano fingir que la felicidad es una meta que se atraviesa escapando, un lugar físico al que se llega tras derribar una puerta de concreto o el andén de una estación cuyo tren lleva siglos sin emprender el viaje. Así, justo así se sentía la nostalgia que golpeaba fuerte en su pecho y la obligaba a desandar el camino, tomar la mano de su hija, armar las maletas deprisa y regresar al punto pausado en su mente con la incertidumbre de no saber si del otro lado también estaban anclados en el océano de la desesperación, con la mirada en el horizonte, a la espera del milagro prometido.

     Por eso, luego de no almorzar al mediodía y contemplar las pastas enfriarse en su plato, corrió a la escuela de Keisi y tras interrumpir de modo abrupto la clase de Biología, por fin le dio la noticia que ambas anhelaban con fervor.

     —Hija, mi amor —sonrió mientras le acariciaba el pelo, arrodillada frente a ella—, nos vamos a casa.

     Apuradas, igual que en una carrera contra la ansiedad, la chef más renombrada y su ladera más importante, estaban listas para dejar atrás la vieja Europa y embarcarse en una nueva aventura que prometía dolor placentero y agónica pasión, un coctel irresistible para aquellas que precisaban como el agua una dosis impostergable de tibias caricias y tímidos pero sinceros arrumacos.

     —Entonces eran ciertos los rumores —dijo Danny con un dejo de tristeza en la voz—, abandonas París.

     —¿Recuerdas que me invitaron a la fiesta de Industrias Machbet? Decidí aprovechar la ocasión para visitar a mi madre y, de paso, festejar el cumpleaños de Keisi con toda su familia.

     —Sin embargo las maletas dan otro mensaje.

     —Te lo iba a decir —suspiró—, no pensaba escapar sin despedirme.

     —¿Estás segura de abandonar la ciudad?

     —Llegó la hora de enfrentar los miedos —respondió tomándolo de las manos—; quiero enseñarle a mi hija que no hay que huir de los problemas porque cuanto más tardes en resolverlos, más debilitada estarás cuando te alcancen.

     —Pero tienes una buena vida aquí —insistió—. Tal vez deberías terminar de escribir tu libro y luego…

     —Danny… —interrumpió con una sonrisa—, ya tomé la decisión y no voy cambiarla.

     —¿Dejarás tu cocina y a la gente que te quiere así sin más?

     —Todos quedan en las mejores manos.

     —Sabes que ellos no están aquí por mí, renunciarán en cuanto les diga que te fuiste.

     —Eres un excelente chef, solo debes confiar más en ti.

     —Al menos merezco que me digas la verdad —exigió—, no creo que tan drástica decisión tenga que ver solo con recuperar tus raíces; algo más profundo e importante debe estar esperándote.

     —Allá están los sueños que aún me quedan por cumplir —respondió con los ojos vidriosos—. No negaré que también me envolverán viejos fantasmas que no dejan de acosarme, pero quiero abrir mi local en casa; que mi hija camine las mismas calles que yo recorrí, retomar las giras que dejé inconclusas y brindar aquellos cursos que cancelé al venir aquí.

     «Sí, también me aguardarán los detractores seriales y la gente que me dio la espalda cuando más apoyo necesitaba; pero a eso me refería con encarar los problemas con decisión y demostrarle a todos los engreídos que pensaron que me derrumbaría que estaban equivocados; que esa niña pequeña de ojos dulces como la miel, lejos de arruinarme la existencia como presagiaban, me convirtió en la mujer más feliz del planeta y no me importa en lo más mínimo si tengo un restaurante bajo la Torre Eiffel o una cantina en el barrio chino; tampoco si me visten los grandes diseñadores o debo comprar la ropa en tiendas de segunda mano; solo ella y yo contra el mundo; el resto es anecdótico.

     —Tal vez suene egoísta de mi parte, pero no quiero que te vayas —suplicó con los dedos entrelazados—, me harás mucha falta y no puedo ni quiero resignarme a tu partida.

     —Este no es un adiós, seguro nos mantendremos en contacto y alguna de mis giras promocionales me traerá de regreso; estoy segura de eso.



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En el texto hay: pasion, drama, aventura

Editado: 03.09.2020

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