Stella.
No sé cuánto tiempo estuve entre alucinaciones, sueños y realidad, pero siempre a mi lado estuvieron Lisa y su padre, a quienes estaba inmensamente agradecida. María también estaba, aunque luego desaparecía, pidiéndome ser fuerte y luchar, porque mi familia me quiere mucho y me está esperando. Era extraño para mí escuchar esto, pero sus palabras me tranquilizaban.
No entendía qué me pasaba, aunque parecía que mi enfermedad era algo muy grave, porque no solo sufría mi cerebro, que intentaba cada vez descubrir qué era la realidad y qué no, sino también mi cuerpo. Los temblores, las convulsiones y los vómitos me agotaron tanto que, cuando María me dijo que en dos horas vendría un auto a buscarme para llevarme a casa, le respondí:
—Mimi, ¿qué auto? No puedo levantar la cabeza de la almohada. No tengo fuerzas.
—Stella, querida, lo entiendo todo, pero no puedes quedarte aquí en esta casa —suplicó—. Si Cruz se entera de que estás aquí, esta buena gente tendrá problemas. Y en casa tenemos la oportunidad de protegernos.
—¿Cruz? ¿Qué tiene que ver Cruz con esto? —me sorprendí.
—Es por él que ahora estás en este estado. Sam, siguiendo sus órdenes, te drogó para que no entendieras inmediatamente su plan, y luego te llevó a Cruz, donde aparentemente te hicieron pruebas con algún tipo de sustancias psicotrópicas para llevarte al suicidio. No lo sé con certeza.
—¿Sam? —me sorprendí aún más—. No, Sam no podría hacerlo, es demasiado cobarde.
—Exactamente por esta cobardía él lo hizo. Quería tanto el divorcio, que decidió matarte —suspiró María.
En mi cabeza empezaron a producirse fragmentos de mi memoria, o de sueños. Sí, nos peleábamos constantemente, pero ni en los delirios podría imaginar que mi marido podría hacer algo así, como asesinato.
De repente recordé cómo escapé de aquella casa de Cruz, cómo encontré un autobús con los niños del orfanato, cómo Marta me ayudó, cómo encontré a David.
—¿Me escapé de Cruz y ahora él me está buscando? —pregunté con cuidado, porque no estaba segura de que esto se produjera en la realidad.
—No, cariño. Ben te rescató y te trajo aquí, arriesgando la vida de la familia de su novia —contestó María—. Por eso tenemos que marcharnos. Javier dijo que ya estás bastante estable y podrás aguantar el viaje.
Asentí débilmente, aunque la confusión aún nublaba mi mente. Ben... Su cara, llena de preocupación resonó en mi mente. Resulta que era él, quien me rescató. Mi corazón se apretó con una mezcla de gratitud, dolor y vergüenza. Entendí tan claro ahora, que yo no merecía su sacrificio, no merecía que se arriesgara por salvarme, no merecía que su novia y su familia ponían en peligro su tranquilidad para acoger y curarme. Pero no podía desaprovechar la oportunidad de huir de Cruz y sus atrocidades. Mi hermana tenía razón, debería marcharme de aquí y dejarlos en paz, porque ya hicieron demasiado por mí.
Con la ayuda de María, logré vestirme y prepararme para el viaje. Cada movimiento era un esfuerzo monumental, pero sabía que tenía que hacerlo. Mientras nos dirigíamos al auto que nos esperaba, mi mente seguía luchando por entender toda la situación, por recordar exactamente cómo había llegado a este punto.
Era lógico esperar algún truco de Sam. No había sido él mismo toda la semana anterior. Constantemente venía borracho, aunque apenas bebía, y estaba muy irritado, pero esto se lo atribuía a las esperanzas rotas de volver con Agatha. Pero ni siquiera podía imaginar que mi marido acudiría a Cruz en busca de ayuda. Además, yo estaba tan apasionada con mi próximo trasplante. Quizás por eso no vi el momento en que Sam decidió deshacerse de mí de esta manera.
Cruz... Tenía que tener mucho cuidado con él también. Sabía perfectamente de lo que era capaz. ¡Esto no era nada perdonable por mi parte! Pero me traicionó su apariencia demasiado tranquila cuando le dije que había decidido dejar de trabajar para él. Después de ese último incidente, cuando una persona inocente casi muere por mi culpa, y yo misma me encontré en una situación muy peligrosa. Ingenuamente pensé que Cruz me había dejado ir, pero recién ahora me daba cuenta de que no tenía ninguna intención de hacer esto, solo estaba esperando el momento adecuado. Lo más probable es que Sam le haya hablado de mi pelea con mi familia y Cruz haya decidido que esto sería un excelente detonante para el suicidio.
Javier y Lisa nos esperaban junto al auto. Lisa, con una mirada preocupada, fue la primera en hablar.
—Stella, me alegra verte de pie. —Su voz temblaba ligeramente.
—Lisa... —Comencé, pero me faltaban las palabras—. No sé cómo agradecerte.
—No necesitas hacerlo. Solo quiero que estés bien —respondió Lisa, dándome un abrazo suave pero firme.
Javier se acercó, observándome con su mirada profesional y compasiva.
—Stella, tu recuperación ha sido notable. Tienes una fuerza interior impresionante. —Su voz era calmada y segura.
—Gracias, Javier. No sé qué habría hecho sin ti. —Le di la mano, sintiendo la calidez y seguridad que emanaba de él.
—Recuerda seguir las instrucciones que te di. Aun te queda mucho por recuperarse. —Javier me miró con seriedad, asegurándose de que entendiera la importancia de sus palabras.
Lisa, con lágrimas en los ojos, me abrazó nuevamente.
—Por favor, cuídate. Y si necesitas un lugar seguro, siempre puedes contar con nosotros.
—Gracias por todo. —Le devolví el abrazo con gratitud. – Me alegro mucho, que Ben encontró una mujer tan buena como tú, Lisa. Espero que seáis felices.
Finalmente, me dirigí al auto, apoyándome en María para no perder el equilibrio. Mientras el auto arrancaba, miré por la ventana y vi a Javier y Lisa despidiéndose, sus figuras se hicieron cada vez más pequeñas hasta que desaparecieron de mi vista. A pesar de la incertidumbre y el miedo que sentía, había una chispa de esperanza. Sabía que tenía que ser fuerte, no solo por mí, sino también por aquellos que arriesgaron tanto para ayudarme.
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Editado: 23.07.2024