Nuevamente, aquel caballero de armadura metálica la llevaba de la mano adentro de aquel castillo de piedra, afuera habían quedado los caballos con los cuales habían escapado de aquel bosque, muchos hombres habían quedado en él camino. Tumbados desde sus caballos en veloz galope por una fuerza invisible. Solo unos pocos habían logrado llegar. Había una enorme sala donde las antorchas derramaban una débil luz y numerosas sombras se apilaban en las paredes.
Hombre era alto, de cabello negro corto y de intensos ojos azules, era bastante joven, tenían él rostro cubierto de sangre y como cada noche la abraza y le da un beso intenso en la boca y le dice.
-Debéis marcharos por las catacumbas Lyra.
-No voy a dejaros, no me obliguéis por dios. Exclamo la mujer.
-No podría soportar perderos, debéis iros, amor mío.
En ese momento, en la entrada se escuchan gritos de hombres y espadas que chocan. Uno de los hombres de armadura entra a la sala malherido. Sangraba copiosamente por él estómago y la sangre se colaba por la armadura, mira a la pareja y exclama con las últimas fuerzas que le quedaban.
- ¡Mi señor! Damnatus, ah entrando, la guardia cedió y cae al suelo sin vida.
El señor del castillo mira a Lyra, una bella mujer de intensos ojos verdes, cabello amarillo como rayos de sol.
- ¡Vete ahora amor!
-No me iré, moriré aquí con voz.
En ese momento, el pasillo que daba a la sala del castillo, las antorchas que alumbraba, se fueron apagando una por una, mientras que la oscuridad arropaba lentamente y se acercaba.
En ese instante, uno de los pocos caballos de armadura que quedaban con vida toma a la mujer por la cintura y se la lleva a la fuerza por órdenes de su señor. Lyra gritaba y lo alternaba con llanto.
- ¡No, por favor! No me apartéis de usted.
El señor del castillo con lágrimas en los ojos y con un nudo en la garganta gritó.
- ¡Amor de mi vida! Os buscaré en esta vida, oh en la siguiente.
En ese momento entraron tres de sus hombres con sus armaduras ensangrentadas y jadeantes. Uno de ellos grito.
- ¡ya viene mi señor!
En ese instante las antorchas de la sala comenzaron a apagarse una por una mientras que el amo del castillo junto con sus últimos tres compañeros cerró los ojos y dijo casi susurrante.
- ¡Os encontraré mi amor- levanto la espada y mirando a sus aliados gritó!
-! ¡No temáis a la oscuridad! Temedle a la ira de Dios y aquellos que se alejan de su luz.
Se hizo la oscuridad en la sala por completo y las espadas se quebraron, mientras que dos ojos de fuego era lo único que hería la oscuridad.
Dama se levanta con sobresalto, era él mismo sueño que la había atormentado todos estos meses, miro hacia su mesa de noche y vio la carátula del libro, causante de sus pesadillas.
Era un caballero medieval que luchaba por él amor de una princesa. En la portada estaba un caballero medieval, luchando desde su caballo contra otros seis hombres de armadura, aunque estas eran de color negro.
Dama mira al grueso libro de seiscientas páginas y dice con grandes ojeras.
-Me has traumado sir Walter.
Como todas las mañanas, él despertador se encendió como siempre desde que lo había adquirido, como cambió de otro despertador defectuoso, obviamente la tienda no quería aceptar la garantía. Pero, como luchar contra los argumentos de una pequeña, aunque tenaz mujer, sencillamente made in China, no era la marca más confiable para la adquisición de algún producto en el bulevar Roswell del centro de Manhattan. Sin embargo, como no ceder ante la insistencia de un vendedor motivado que exagera los beneficios del aparato.
Tal vez supo reconocer a una residente del suburbio de la capital del mundo. Su ascendencia latina era evidente. Lo cierto es que logro la venta de un equipo defectuoso y de muy baja calidad. No obstante, qué equivocado estaba, al mes le habían devuelto aquel mal aparato. Había perdido su comisión y Dama se había llevado un buen reloj alemán con la última tecnología del momento. Con la capacidad especial de poder grabar sonidos personales y configurarlo como alarma.
Fueron horas tras las emisoras de radio, la canción debía sonar en cualquier momento, pasaron una, dos semanas, hasta que un sábado por la mañana, la radio la complació. “Maniac” Aquella exitosa canción de Michael Sembello. Que en el año de 1983 fue el tema de la exitosa película “Flashdance” Ahora era su timbre del despertador.
Era esa magnífica canción que la despertaba todas las mañanas exaltadas. La motivaba aquel ritmo icónico, su cuerpo se movía como poseído por mil varios de corriente, se duchaba, alistaba su ropa, tendía su cama, se peinaba, por último, aquella maraña clara con la que amanecía día tras días. Todo lo realizaba al ritmo de la música que provocaba en ella un éxtasis ochentero y a la vez nostálgico en medio del final de la década de los noventa.
Dama se sumergía cada mañana en esta danza frenética como una especie de ritual antes de ir a trabajar. Pero su madre, Solís, no estaba muy contenta con la manera en que su hija acostumbrada despertar. Podría jurar que mucho tiempo atrás no era de esta manera. Por ello, su tía, Alicia, había llegado aquella mañana muy temprano, como acostumbraba hacerlo desde hace tiempo.