Hace muchos años en Guinea, (África): existía una manada de hombres lobos llamada Red Star. Aquella manada no era una manada cualquiera, sino que era una de las más poderosas que existían desde la antigüedad, ya que ellos procedían de una tribu de indígenas muy antiguos.
Ellos eran una gran y bella manada que vivía en mitad de la selva, era un lugar precioso, que sin duda era el más propicio para las cacerías. Nunca mostraban su verdadera naturaleza, sino que solían camuflarse entre la vida normal de sus vecinos, los humanos. No obstante, también eran conocidos por sus habilidades guerreras, y hasta los reyes de la época temían utilizar la fuerza para destruirlos, ya que ellos sí que sabían de su legendaria habilidad. Tener el don de poder transformarse en hombres lobos, les daba un poderoso poder de influencia ante ellos.
Los miembros de Red Star eran bien conocidos por su lealtad y compromiso ante cualquier situación. La mayoría de ellos eran muy religiosos, dedicaban mucho tiempo y se aseguraban de cumplir a rajatabla los ritos más antiguos de su tribu, pues no querían perder las buenas costumbres ni los ritos más obsoletos. Gracias a ese compromiso, la manada alcanzó un gran poder y dominio en aquella zona de la selva. Aunque en muy poco tiempo, lo único que se supo de ellos no fueron más que los rumores de los humanos hacia los hombres lobos, los nativos de la región recordaban sus hazañas e historias, como si sus espíritus siguiesen vivos.
En realidad, no se fueron por que quisieran sino porque una noche, y en mitad de la selva, apareció de la nada un manto de nubes negras que los amenazó sin piedad con una borrasca; y hasta los rayos que debía enviar la luna desde lo más alto del cielo desaparecieron por completo. El cielo se había vuelto completamente negro, y los truenos se escuchaban cada vez más fuertes. Las hojas de las palmeras, que habían estado refrescando el lugar con su sombra, se desgarraban de sus troncos por la fuerza en las que el viento las azotaba. Cuando se quisieron dar cuenta de lo que se les avecinaba, un torrente de lluvia comenzó a caer sobre sus cabezas a raudales; la manada corrió esa noche de un lado a otro, procurando alcanzar algún lugar seguro.
Y mientras que cada cual, trataba de seguir con vida ocultándose de aquel diluvio, la aldea se llenó de barro y el agua comenzó a cubrirlo todo, causando un caos indescriptible, dejándolo todo arrasado con su paso.
Los lobos más jóvenes aullaban con todas sus fuerzas desconcertados. El sonido de la lucha entre el viento y la fuerza de la naturaleza era ensordecedor. Pasaron muchos minutos y algunas horas, y la tormenta parecía no querer parar mientras que los lobos más longevos rezaban en su templo al Dios de la lluvia, rogándole que les dispensara solo un poco de su misericordia, para que terminase pronto aquella locura.
Aquella noche la manada se preparó para lo peor, sus refugios ya estaban destruidos por la tormenta de agua, granizos y viento. Pero entonces, cuando ya lo daban todo por perdido un extraño roció de luz se desprendió desde el cielo, y una lluvia de estrellas iluminó la selva a medida que caían. Los lobos betas alzaron las cabezas para admirar el milagro, esperando que la luna les guiara a la salida de aquel lugar que ya estaba completamente destruido.
Los Red Stars comenzaron a caminar uno tras otro, con la esperanza de ser guiados por aquel brillo que desprendían aquellas bellas estrellas, pues sus ganas de sobrevivir eran la única esperanza que les quedaba para llegar a pensar que ellas los llevarían a algún refugio, los machos encabezaron la fila con cierto recelo, y las hembras se encargaron de la seguridad de sus propios cachorros.
Llegaron a un lugar extraño y muy alejado, desde lo lejos ya se podía ver que existían cuevas dentro de aquellas montañas, que tras horas de camino pudieron encontrar. Estaban tan contentos qué a pesar de su cansancio, los machos las exploraron enseguida y se introdujeron dentro de ellas. Aquella noche se hizo muy larga; tanto, que toda la manada se agrupó por debajo de aquellos árboles, robustos y centenarios que se extendían a lo largo del valle. Aprovecharon que sus copas estaban rellenas de hojas, para cubrirse del frío que seguía cayendo.
Un profundo silencio invadía el lugar y con ello se marcaron algunas caras exhaustas y cansadas. Para toda la manada fue muy duro caminar tanto aquella noche, y a pesar de encontrar aquel lugar y que las estrellas brillaran de aquella manera tan especial, la espera se hizo dura y espesa. El aire, el frío y los temores que algunos podían imaginar dentro de su cabeza, crearon un ambiente, tosco y desagradable.
El miedo era tan inmensamente grande sobre el destino que les podía aguardar, que algunos de los lobos solo eran capaces de imaginar lo peor. Sin embargo, la mañana siguiente trajo alguna esperanza.
A primera hora del día, Adal Worf el líder de la manada se levantó y les reunió a todos. Les dio la enhorabuena, entre todos habían conseguido llegar a las montañas y se habían podido acomodar sin problemas, si seguían las instrucciones que él les daba y andaban con mucha precaución, tendrían la esperanza de continuar con vida sin que nadie volviese a saber nada de ellos. Con una mezcla de alivio y emoción por aquel lugar nuevo, lejos de la civilización, un grupo de lobos betas partió en busca de caza para comer; mientras que sus mujeres y sus lobitos recolocaban sus futuras cuevas y les esperaban con ansias. Sabedores de que su vida ese día sería más segura que la de la noche anterior.
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Editado: 19.06.2024