Una vida

Nina: Una compañía extraña

Un día más, o un día menos, según como desees verlo. Tengo mis momentos de cinismo, pero hoy no es uno de esos, así que diré que hoy es un día más. Que lo viera de esa manera no implicaba que fuera un día fácil con tareas sencillas.

Estaba en búsqueda de baterías, el barrio tecnológico es la mejor opción que tengo.  No son estrictamente necesarias, pero me da miedo la idea de que mi confiable auto se detenga en medio del trayecto. 

Tengo que iniciar los preparativos para el cambio de estación. Tener que migrar como ave cada año es algo agotador, el viaje es largo e incómodo, pero es la única forma de sobrevivir a las temperaturas de más de 50 grados que trae las estaciones. 

Todo lo seco arde, la humedad es insoportable, lo que genera aún más calor. Muchos bosques se queman, pero para el siguiente invierno vuelven a regenerarse. La naturaleza creó su propio calendario, se acostumbró a los cambios y sobrevivió. Yo no soy naturaleza, yo debo sobrevivir y mi auto debe aguantar los miles de kilómetros que tengo por delante.

Inicie mi búsqueda por una edificación que no reconocía y que a duras penas se había mantenido en pié. Hace unos minutos un sismo me había tomado por sorpresa, pero después de tantos terremotos catastróficos, un pequeño temblor ya no me atemoriza lo suficiente.

No me confío, a pesar de no estar asustada, si hay un sismo puede haber un terremoto. Si hubo un terremoto, los demás supervivientes habrán salido a la luz como hormigas a las que rompieron su hormiguero. Significa que habrá enfrentamientos, por lo que debo ser cautelosa.

Respiró hondo, sacó una navaja mientras ingreso, asegurándome que no hubiera nadie. Dejo al descubierto mi arma, no quiero usarla, cualquier ruido lo suficientemente fuerte puede llamar la atención de esos muertos de hambre. 

Echo un vistazo rápido, no hay señales de ningún peligro más que la misma estructura. Un ligero olor a quemado impregna el ambiente, alguien tuvo que estar por acá hace poco, alguien que se encargo de que hubiera suministros energéticos, ya sea con un generador o algún otro medio.

Avancé por un pasillo tanteando terreno, no parecía haber enemigos cercanos. Por falta de concentración tardé en notar que el piso estaba muy limpio y yo estaba dejando mis pisadas. Tranquilizo mis nervios, no tengo motivos para estar ansiosa, no hay ruido suficiente para creer que había muertos de hambre ni un grupo de supervivientes. Creo que en mis condiciones, con pocas armas y sin la compañía de Tsunami no podría enfrentarme a un grupo numeroso.

El riesgo lo vale, tal vez encuentre la fuente de energía y me la pueda llevar. Podría suministrar energía por un tiempo, depende de cual sea.

El pasillo desembocó en un gran espacio, traté de utilizar las áreas poco iluminadas a mi favor. En una ojeada rápida no vi a nadie, decidí colocar la navaja en uno de mis bolsillos y avanzar con tranquilidad. 

Hace mucho tiempo comencé a temerle más a las personas que a cualquier desastre natural impredecible.

Me quedé viendo embobada brazos hechos de metal, pantallas gigantescas con algunas grietas y una lampara que flotaba, pero no iluminaba. Esas cosas eran escasas antes de que el mundo se quebrara, en la actualidad solo algunos tenían conocimientos de la existencia de estas tecnologías. Por alguna razón, esas personas nunca duraban lo suficiente. 

Estaba tan sumida en mis pensamientos y en mi fascinación, que me sobresalté al ver una figura de espaldas a mi, avanzando tranquilamente por la escalera.

Fue involuntario, desenfundé el arma sin siquiera pensarlo. No noté nada de lo que me habían indicado que esa figura no era una amenaza. 

No vi que cojeaba, que su brazo sangraba, Ni siquiera me percate de que ella no me había notado. 

—Volteate —le ordené casi sin pensarlo, me asustó no haberla escuchado.

La chica se dio vuelta, levantando las manos y con el rostro relajado. A pesar de transmitir una sensación de calma, inocencia y amabilidad, había algo que me parecía raro en ella. En ese momento noté que su pelo no tocaba su cuerpo, solo flotaba cerca de ella. A pesar de que hacían cuatro grados bajo cero, ella tenía puesto un vestido manga corta, de un rosa avejentado. Fui bajando la mirada, una cinta a juego estaba atada en su tobillo, al igual que en su cuello, solo que en este último parecía haber una tarjeta. 

Tal vez, lo más peculiar de todo, es que estaba lastimada y, a pesar de estar rodeada de vidrios, caminaba descalza.

Debo admitirlo, esa primera imagen me shockeó por completo. Entre sus rareza, había algo que se ocultaba detrás, algo que me hacía tener miedo, un miedo instintivo que no sabía de dónde provenía. Todas las peculiaridades nombradas generarían que cualquier persona levantara una ceja.

Cuando me vio fijamente, con esos ojos saltones y grises, entendí que algo iba mal, que tenía motivos para estar muy asustada. Respiré hondo, tratando de que mi arma no temblara en mis manos, asegurandome de estar apuntando a un área vital.

—¿Cuales son tus intenciones? ¿Con quién estás? —traté de proyectar una voz dura.

La muchacha se acercó, dudosa, no parecía superar los 15 años, al estrechar la distancia noté que era mucho más bajita que yo. Parecía dócil, se lo veía en sus gestos y su andar, por lo que no me quejé por su cercanía. Se detuvo al estar a tan solo unos pasos, levantó las manos y permaneció ahí, inmóvil.

—¿Viste mi burbuja? 

La pregunta me descolocó por completo, por un segundo creí que me estaba haciendo una broma. Había cierta impaciencia en sus gestos, su voz transmitía tanta urgencia que me hizo descartar de inmediato que sea una broma.

Bajé el arma lentamente, noté que no le intimidaba en lo absoluto. No me iba a confiar, me negaba a guardarla, no hasta saber qué estaba pasando.

—¿Una burbuja? —inquirí tratando de saber si era un código para algo.




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