Con pasos precavidos había llegado a la puerta principal de mi casa, a las escaleras y a mí habitación no sin antes que mi madre tomara mi mano, completamente insconciente y podía lograrlo sola. Aunque inguna de las dos decía una palabra, la incomodidad reinaba en el lugar.
A pesar de mis ideales por lobscuales me seguía arraigando, estaba dispuesta a pedir una disculpa por mi actitud de esa tarde, sólo debía esperar. Sin importar que termináramos de nuevo en un vaivén de reproches y quejas.
Ella no merecía eso. No después de todo lo que había hecho por mí luego que perdí mi vista. Mi papá y mi madre habían sido los únicos que se pararon junto a mí en los momentos más críticos.
Mi padre pasó semana durmiendo a mi lado en la espera de si yo necesitaba algo, no tendría que moverme y dejaron evidencia mi completa inutilidad sin un par ojos funcionales. Tomó un par de años recuperar mi mente de un agujero hasta el tope de depresión. Y otro año más para que el resto de mi cuerpo trabajara en función de mis ojos desprovistos de visión.
Cuando salí del baño, después de mi ducha, la sentí en la habitación. Pequeños cambios en el aire y sonido lo advertían. Pasé de ella y terminé de vestirme hasta que me senté en la cama.
—Siento lo de hoy —manifesté.
—No me gustó como me desobedeciste, Eloise.
—Lo sé, y lo siento. Pero él era agradable, realmente lo era. —Tal vez no lo vuelva a ver nunca.
—No trates de defenderlo cuando apenas lo llevas conociendo un día, querida. Daniel Cox es como su padre, un completo cínico —opinó y me sorprendí cuando tomó mi mano—. Sólo trato de que no te hagan daño, entiénde, Eloise.
Pensaba que cuando crecías tus padres te dejaban a tu merced para hacer con tu vida lo que quisieras y cometer tus propios errores para luego aprender de ellos.
—¿Crees que soy una niña? —pregunté.
—No, Eloise, ¿por qué estás hablando de eso?
—Curiosidad —respondí sin expresión.
—Bien. Sólo mantente alejada de él. ¿Está bien?
—No —hablé sin filtros, jugando con un hilo suelto de mi pantalón. Con la mente clara y concentrada.
La escuché suspirar frustrada.
—Crees que sabes todo. Te romperá el corazón y esta vez no estaré ahí para ti. No seas tan ilusa, Eloise —me regañó con esa voz que usaba cuando de pequeña me reprendía por haber tomado una galleta del jarrón.
—Quizás quiera cometer ese error por mí misma. —Tal vez no sabía de que hablaba, pero sólo quería que se diera cuenta que ésta no era la forma de tenerme y quererme.
—El último error que cometiste no te dejó muy bien si mal no recuerdo. ¡Casi te matas por dejar a Alexander! —reprochó alzando la voz. Yo salí de mi estupefacción ante eso, dejando que mi quijada cayera un poco. Fue un golpe en mi estómago.
¿Cómo en el infierno se atrevía a mencionarlo? No soportaba oírlo. Como no soportaba oírla mencionar que fui yo la que lo dejó y por eso me encontraron en el piso del baño con unas hojillas.
No fue ella quien sufrió de sus abusos, no fue ella a quien le mentían, así como no fue ella a quien abandonaron después de dejarla ciega por su culpa.
Yo era una estúpida porque en los momentos cuando él estaba de humor me trataba como si fuera la única chica alrededor. Su chica. Pensé que después del accidente seguiría siendo así por siempre. Pero él se fué, y me dejó sóla lidiando con todo, y todo fue demasiado como para soportarlo yo sola. Me había disminuido tanto que solo quería desaparecer.
—Vete. —Di media vuelta y me acosté en la cama—. Por favor, ya basta por esta noche. —No valía de nada hacerle ver las cosas, había pasado seis años haciéndolo.
—Cariño, no fue tu culpa, y el pobre Alexander tampoco sabía —aseguró como si ella misma hubiera presenciado el acto, cuando los únicos en el lugar éramos él y yo.
Alexander era su niño de oro. Ella sabía tan poco, pero era lo suficientemente terca para no creerlo.
—Ya no me importa. Déjame sola —exigí y cerré mis ojos. Escuché el portazo, respiré profundo y tragué las lágrimas que los recuerdos traían.
Como pude tomé mi celular de la mesita de noche, y llamé a mi padre. No podía esperar a que él lo hiciera esta vez.
—¿Hola? —respondió después de unos segundos.
—Papá —exclamé entre medio de un suspiro.
—Elie, cariño. ¿Cómo te fue hoy? —preguntó alegre.
—¿Estas en algún vuelo? Quisiera hablar contigo. —De verdad lo necesitaba.
—No, cariño, estoy descansando —informó con su tranquilizadora voz.
—Te extraño tanto —expresé con mi voz en un susurro.
Había pasado casi hora y media hablando con él. Le conté lo que había pasado, dejando por fuera datos importantes. No dije su nombre. No era que importara mucho, ni de quien era hijo. Incluso rebajé la histeria de mamá, sólo quería hablar con él. Parecía que en éstos momentos él era el único que escuchaba.
—Ese chico volverá, Eloise. ¿Quien en su sano juicio te dejaría ir? —Pensé en Alexander—. Incluso pasará por encima de tu madre y de mí.
Reí con él y le dije que ese alago no contaba porque era mi padre. Reímos un poco más y me dejó porque tenía que partir a otro vuelo.
Me quedé pensando en lo que dijo hasta que pasaron tres días y volví a escuchar el sonido de su motocicleta.
Ese día caluroso estaba sentada en el porche con Scott a mis pies. Él volvió a ladrar, y yo confirmé que era Daniel Cox cuando su sonido murió frente a mí casa.
Sin siquiera esperar un segundo mi madre salió en trompa a enfrentarlo.
—Sabes que no eres bienvenido en ésta casa —aclaró con brusquedad. Los modelos de los que ella se jactaba brillaban por su ausencia.
Me levanté y junto a Scott caminé hasta la acera, justo donde su moto ronroneaba suavemente.
—Pues, si no es bienvenido, caminaré a la acera del frente para hablar con él —soné insolente, pero no me importó. Después de escuchar a mi padre hablar sobre él, no dejaría que mi madre me lo impidiera.