Capítulo cinco.
Cuando la imagen del señor A, apareció bajo el umbral de la sala acompañado por tres hombres más que, podría jurar, eran de la talla de Dmitri, Noa sólo me miraba fijo con la rabia en los ojos. Le quité la vista de encima y aclaré la garganta: el señor A se había dirigido a mí con un cordial saludo.
─Señorita Maeve, qué sorpresa verla justo ahora. ─Y miró a Noa con esa sonrisa maquiavélica─ ¿Se debe a algún motivo en especial?
El segundo en el que abrí la boca para hablar, la voz de Noa sofocó cualquier otro ruido, y dijo:
─Maeve es parte de la familia, no le veo nada de extraño que nos acompañe.
─Oh... ─A hizo una mueca sarcástica─, es sólo que... Me parece a mí, no eran tus costumbres. Pero ni modo, cosa tuya. ─Con un gesto de la mano (y sin quitarle los ojos de encima a Noa) hizo una seña a uno de sus hombres y éste de inmediato se desenfundó un arma y se la entregó en la mano abierta. Sentí el corazón retumbarme en la garganta cuando vi el metal cromado y hermoso de la pistola, y di un pequeño salto con el ruido que hizo al cargarla. Muy tranquilamente, añadió:─ De hecho, precisamente de ella venía a hablarte. ─Bajando la pistola la sostuvo frente a sí en la misma postura en la que Dmitri se ponía de pie, y ladeando un poco la cabeza.
Volteé a ver a Noa, dándome cuenta que mis ojos estaban nublados por una cortina de lágrimas. Yo y mi manía de echarme a llorar sin previo aviso y por nada. Pero estaba nerviosa, cielos, no sabía lo nerviosa que podía ponerme ese tipo un segundo antes de que entrara cuando le dije a Noa que tenía derecho a estar allí. Ahora bien, prefería haberme ido corriendo a mi cuarto. Pero, él había dicho querer hablar sobre mí. ¿Qué?
─Te escucho ─dijo Noa, levantando una ceja con indiferencia.
Me sorprendí de mirarlo dirigirse a él con tanta calma aún con todo el ambiente tenso y las miradas frías, el amenazante cañón listo a escupir balas y mi nombre de por medio. En realidad, no parecía tenerle miedo.
─Sólo se trata del acontecimiento de hoy, Noa ─explicó A, paseándose hacia un lado del espacio directo a una mesita de licores donde se sirvió un trago y, con la copa en una mano y la pistola en la otra, siguió hablando:─ Imagino que ya te enteraste. ─Y bebió.
Noa se cruzó de brazos en un soplido por la nariz.
─Ve al grano, ¿quieres?
─¿Tienes alguna idea de quién era al que tu guardaespaldas mató en el subterráneo?
Noa se encogió de hombros abultando el labio inferior con la misma antipatía. A se quedó mirándolo dos instantes, y yo también lo vi fijo: tenía los ojos rojos, y no sabía si era por demasiado alcohol, demasiada química, o simplemente dolor. Sólo en ese instante me ocupé de mirar su ropa, y darme cuenta de que en la solapa de la camisa color rosa pálido había una cruda mancha de sangre. Y aunque encima traía ese saco plateado y horrible, la mancha denotaba aún más que el brillo del saco.
Entonces, tras unos segundos de silencio, declaró:
─El chico era mi hermano. ─Se lanzó lo que quedaba en la copa, hizo una mueca y la colocó de nuevo en la mesita, cuando siguió:─ Diecinueve años. ─Se rió muy cortamente─ Nadie debería vivir tan poco.
Dirigí una mirada a todos los presentes, mientras el estómago se me comprimía de asombro y terror. Recordé al tipo que me habló de la fortuna de mi hermano, con la gorra hasta las cejas, y lo entendí todo, casi parcialmente. Aún había un enorme espacio negro que no me atrevía a indagar por miedo a descubrir lo peor. Y no estaba preparada para lo siguiente, realmente no, y sólo podía cerrar la boca y esperar que nadie perdiera el control.
─Escucho tu propuesta ─dijo Noa, rascándose la nariz.
Y ese gesto, ese singular e insignificante gesto, a mí que lo conocía demasiado, me gritó que estaba asustado; aunque sus ojos, su voz, y su mirada dijeran lo contrario. Así que empecé a temblar el doble.
─No tengo propuestas, Jonah ─elevó un poquito la voz, más sin perder el juicio─. No tengo tratos ni convenios ni nada que darte para que pagues esto y salgas ileso. Ya no. Pero... no sabes cuánto me encantaría... ─Se me acercó lentamente, tan lento como para aumentar mi pánico por segundo, y con mucha rapidez me rodeó el cuello con el brazo haciéndome dar un jadeo (porque gritar no me dio tiempo), y culminó:─ ...me encantaría hacerte saber lo que estoy sintiendo justo ahora. ─Ese cañón levantó la tela de la delgada camisa encontrando la piel de mi espalda baja hacia un riñón, y el metal frío me dijo que era la escupe-balas, preparada para mí. La muerte, preparada para mí.
Pero al instante del force, algo más increíble ocurrió.
Yo no había perdido de vista a Noa ni un segundo, y cuando A encerró mi cuello contra su brazo y mi barbilla quedó encima de su codo, aún logré ver a Noa, y sobre todo, cuando se llevó una mano hacia la espalda y la regresó con la misma rapidez pero esta vez empuñando un arma en dirección a A.
Y en el mismo acto, como de tres segundos que duró el ruido de las pistolas preparándose para la balacera, los otros tres hombres imitaron la acción y apuntaron a Noa.
A se echó a reír.
─¡Por fin sucede algo interesante acá, mira! ─carcajeó.
─Suéltala ─le ordenó Noa, con voz severa.
─Me gustaría saber de qué eres capaz, Noa, si siempre has sido un niño rico que corre a esconderse ante el caos.
Por la cabeza me pasó la pregunta de hace cuánto se conocían, qué más me había ocultado Noa, qué tanto tiempo tenía enlazado con estas personas. Pero el brazo de A estaba asfixiándome, y respirar se me hizo un poquito más forzado; esas lágrimas que se habían asomado sin permiso finalmente descendieron por mis mejillas, y sólo miraba a Noa, suplicándole que no me diera otra de sus sorpresas como saber Ninjutsu. Sólo quería que esto pasara, que todo volviera a ser como antes, que volviéramos a respirar.
A y Noa estuvieron mirándose un rato, como en un agresivo juego de miradas pagado con balazos. Pero no, que esto acabaría mal para todo el mundo si alguien empezaba a disparar.
Editado: 07.09.2021