Capítulo catorce.
Inmediatamente que Derian esbozó una amplia sonrisa en su rostro, perfecta y maliciosa, hasta pude sentir mis labios temblar de pánico (igual a como si sufriera una hipotermia), nada más de comtemplarle siendo el maquinador de esto, el aliado de Abel. Al instante recordé la historia de Noa, y no pude evitar chocar de nuevo con la idea de que todo se conectara de una manera tan simple, tan terrorífica: no sabía de qué podían ser capaces Abel y Derian juntos. Y eso me aterraba aún más de lo que podía temerle a cada uno por separado.
─No me importa que sufras, mi amor ─musitó suave mientras acariciaba tiernamente mi mentón con los dedos, acto que fue abruptamente quebrado cuando encajó bien su mano y me sostuvo la cara con rudeza, para decir:─ Pero quiero me recuerdes mientras lo haces.
Tras él y bajando los escalones, apareció al que más esperé ver hasta ese momento: Abel.
─Bien ─cantó alargando la palabra con una sonrisota, mirándome y dando una sola palmada─. Ya puede comenzar la fiesta.
Se giró para ir a la mesa donde se hallaba antes Adrien; volví los ojos a Derian y este me dedicó la fría mirada de desprecio que jamás esperé recibir de esos ojos tan hermosos. Entonces se dio vuelta para acompañar a Abel en la mesa, y los dos tomaron asiento relajadamente; Derian no me quitaba la vista de encima.
─¿Qué piensan ganar con esto? ─farfullé, con el miedo privándome las palabras.
─Ganamos mucho, señorita Maeve ─prorrumpió Abel mientras organizaba algo en la mesa, que desde mi ubicación no llegaba a ver por completo pero hacía el sonido de un envoltorio─. Tenemos la suerte de que tu enamorado esté dispuesto a hacer lo que sea por rescatarte. Incluso salirse del camino. ─Volteó para mirar a los demás, divertido─ Digo, ya lo hizo ¿no?
Derian y él rieron cortamente, mientras yo corría la mirada de uno a otro.
─Pero ésta vez, señorita Maeve, tenemos razones de más peso para tenerla acá, sin duda. ─Con lo siguiente descubrí qué había sobre la mesa: un montículo blanco de droga que, enrrollando un billete, esfinó por la nariz con fuerza y entonces irguió la cabeza hacia atrás, sonrió satisfecho y se reclinó de la silla cómodamente en dirección a mí. Entonces agregó con una mirada sombría:─ Le dejaré la tarea de descubrir cuáles son esas pesadas razones.
Tragué mi saliva regresando los ojos a Derian, que sólo permanecía serio y callado; y yo, preguntándole en silencio (sin que tal vez pudiera identificarlo) por qué, por qué me hacía esto. Y recordé mi prepotencia y todo lo que alguna vez llegué a decirle, que pagaría por lo que hizo pero, no podía ser posible que la humillada otra vez fuera yo. No podía ser posible que Derian volviese a aplastarme son sus zapatos. No podía creer que aún estuviese tratando de salir a la superficie y toda esta historia volviese a arrastrarme de nuevo a la profundidad, a la oscuridad.
Y agachando la cabeza dejé las lágrimas fluir.
─¡Eso es, señorita Maeve! ─exclamó Abel de repente, levantándose de la silla, enérgico, y haciéndome a mí también prestar atención─ Llore más, porque aquí es cuando debe dar su grito de auxilio. ─Cogiendo su teléfono, marcó un par de dígitos y se lo llevó a la oreja, parado frente a mí y con una mano en el bolsillo, con tanta tranquilidad como si todo esto fuera algo sumamente cotidiano. Me quedé mirándolo y aguardando, tal vez anhelando que Noa no atendiese la llamada, hasta que Abel dio un brinco y dijo:─ Señor Jonah... ─con esa molesta y juguetona entonación. Empezó a dar un corto recorrido a mi alrededor, y un momento después, como si Noa hubiese preguntado "qué quieres", él contesto:─. No quiero nada más que lo que todo el mundo muere por encontrar: paz. Pero ello siempre ha tenido un precio, ¿lo sabes, no?... ¿Que cuál es? ─Se burló con suficiencia, y luego agregó serio:─ No me lo vas a creer.
Finalizó su recorrido a un paso de mí, movió los ojos suavemente hacia los míos, y entonces deslizó en sus labios una sonrisita.
─Escúchalo tú mismo ─dijo, y me acercó el teléfono a la cara a la vez que apuntó su arma contra mi cuello hacia la quijada─. Ahora dile cuánto extrañas a papi.
Levanté la vista hacia él tan lento como desafiante, sin soltar ni un sonido. En mi silencio él endureció el rostro abriendo mucho los ojos, y gritó:
─¡Habla!
Las venas de su frente sonrojada se pronunciaron, pero yo me quedé mirándolo sin siquiera moverme. Sabía que si Noa llegaba a venir, lo iban a matar. Y yo prefería morir a tener que soportar eso. Pero durante mi atrevido acto de osadía, Abel se encolerizó aún más, se puso rojo como un tomate y estiró el brazo dispuesto a abofetearme cuando de pronto, Derian lo detuvo:
─Aguarda.
Incluso yo volteé a mirar. Él se puso de pie acercándose hasta detenerse frente a mí, y Abel dio un paso hacia su izquierda cediéndole el espacio. Allí Derian apoyó las manos en las rodillas para alcanzar el nivel de mi cara y mirarme fijamente. Mis ojos viajaron en los suyos de un centímetro a otro, veloces y ansiosos, cuando me dijo:
─No quieres hablar ¿eh, chiquita? ¿Qué tengo que hacer para grites de terror, Mae? ¿o de dolor...? ─Una tétrica sonrisa iluminó su rostro; incorporándose se llevó una mano al bolsillo trasero del pantalón y de un movimiento sacó a relucir una navaja con el filo destellando. Mis músculos se tensaron intentando alejarme, retroceder, pero yo me obligué a permanecer firme.
Derian usó la navaja y abrió mi blusa a la mitad verticalmente, rasgando la tela con ferocidad y exhibiendo mis pechos sostenidos por el brasier blanco. Alguno en la habitación soltó un suave silbido que acabó en risas, mientras Derian pidió el teléfono con la llamada transcurriendo y lo presionó entre su hombro y mejilla. Luego llevó el filo a mi ombligo, y dijo:
─¿Tienes idea de cuánto vale un riñón sano en el mercado negro, Jonah? ─Su sonrisa se hizo más abierta─ Já, no haría falta ni que te aparecieras por aquí.
Editado: 07.09.2021