Quizás aceptar vivir aquí no fue tan buena idea, aunque de todas formas, el hecho de que eso sucediera no estaba en mis manos. En ese entonces yo tenía seis años y fue cuando todo en nuestra vida comenzó a "colapsar".
Vivía con mis padres y mi hermana en una gran mansión, a pesar de ser educada en casa, no tenía preocupación alguna. El dinero nunca fue un problema y la relación intrafamiliar era estupenda. Mi hermana, con veinte años, se encargaba de mí y de mi educación. Su gusto por los niños siempre ha sido muy evidente, pero al no poder trabajar fuera por órdenes de mis padres, se tenía que "conformar" conmigo.
Llevábamos una vida muy tranquila, nunca nos faltó nada y podíamos tener lo que fuera al alcance de nuestra mano. Así fue, hasta ese día, cuando mis padres llegaron agitados a casa. Obviamente mi hermana quería explicaciones y las obtuvo, pero a puerta cerrada y sin mí presente. Una de las sirvientas me mantuvo entretenida con mis juguetes para que no hiciera preguntas y no fue hasta años más tarde cuando comprendí que varias de sus acciones, que en ese entonces me parecían raras, expresaban nerviosismo y un miedo inmenso.
En un abrir y cerrar de ojos, había seis o siete maletas en la puerta, recuerdo ver a todo el mundo yendo de aquí a allá, principalmente a los trabajadores. Mis padres seguían muy de cerca a mi hermana y ella me cargó en sus brazos. Pude ver una lágrima en el rostro de mi madre, quién se escondía detrás de la gran figura de mi padre, me abrazó junto con mi hermana y corrió a otra habitación para comenzar a llorar. Sin comprender nada, sentí la mano de mi padre acariciar mi mejilla y dar palmadas de cariño en mi cabeza. Quitó un medallón de su cuello y lo puso en el mío con las manos temblorosas. Por último abrazó a mi hermana, le susurró algo al oído y fue atrás de mi madre.
No pude decir ni una palabra y ya estaba en el asiento trasero de un coche, con el cinturón bien colocado y mi hermana al volante. Lo primero que mi mente infantil pensó fue "es una sorpresa" y vaya que lo fue.
No lograba ver a través de la ventana debido a la altura, pero después de un corto trayecto, escuché un ruido venir de la cajuela, alguien comenzó a bajar nuestras maletas. Finalmente, la puerta a mi lado se abrió, mi hermana me quitó el cinturón y de nuevo me cargó en brazos. Escuché un fuerte sonido venir desde las alturas y un avión pasó por encima. Así es, estábamos en un aeropuerto.
Obviamente me emocioné y como toda niña pequeña, empecé a preguntar por todo lo que veía debido a mi gran curiosidad. Mi hermana me respondía normalmente y con toda la calma, ahora entiendo que lo hacía para distraerme de lo que en realidad pasaba. Después de un poco de papeleo, números y una dona que me compraron, subimos a un avión. Mi hermana me dejó la ventana y se sentó a mi lado, yo seguía sin entender nada, pero con mi dona y mi jugo de uva que me dio una azafata, me entretuve por un rato.
Ver pasar nube tras nube me aburrió, entonces busqué atención con mi hermana. Realmente me sorprendo de lo bien que me cuidaba, no recuerdo haber hecho ningún gran berrinche o al menos no cuando ella estaba presente. Siempre se las arreglaba para mantener mi mente ocupada y así evitar un alboroto de mi parte.
Ignoro cuántas horas fueron de vuelo, lo único que sé, es que al bajar del avión me sentí libre por poder caminar y también por poder despertar mi trasero adormecido. Iba agarrada de la mano, todo parecía ser igual, había gente, maletas e incluso mascotas por todos lados en aquel aeropuerto. También recuerdo un carrito con todas nuestras maletas encima y al final, volvimos a llegar a un auto, rojo y más grande que el anterior.
Unos hombres acomodaron las maletas en la cajuela, mientras, yo los miraba con curiosidad. Al ver su uniforme pensé "no es igual a los de antes", pero de nuevo, mi hermana se entrometió y me hizo plática.
—¿Tienes hambre?
—¡Sí!
—¿Qué se te antoja?
—Helado.
—Eso no es comida, Amber.
Me reí al ver su sonrisa y de nuevo, me sentó en el asiento trasero.
—¡Yo quiero ir adelante! —reclamé mientras ella me abrochaba el cinturón.
—Los niños pequeños no pueden ir adelante.
Estuve a punto de gritar y hacer una rabieta, pero agitó mi peluche favorito para llamar mi atención. Inmediatamente olvidé la idea del asiento y lo abracé con emoción. Dejó una mochila rosa a mi alcance, llena de juguetes, colores, libros y demás, creo que no debo mencionar que me quedé embobada durante todo el viaje restante.
En uno de esos vistazos que di a la parte de en frente, vi una pantalla y una flecha que se movía al ritmo del coche.
—¡Televisión! —grité emocionada.
—No, no es una televisión —rio Darlene.
Sí, mi hermana se llama Darlene.
—Entonces, ¿qué es?
—Se llama GPS.
—¿G… PS?
—Así es.
—¿Qué es eso?
—Es un dispositivo que nos dice a dónde ir.
Lo miré en silencio por unos segundos y continué con mi interrogatorio.
—¿A dónde vamos?
—A comer, me muero de hambre.
—¡Helado!
Volvió a reír y continuamos con el camino.
Minutos después, se estacionó en un café, el cielo retumbaba y no tardó en comenzar una fuerte tormenta. Logramos entrar al establecimiento sin mojarnos demasiado e inmediatamente corrí hasta una mesa. Me subí con trabajo a los sillones acolchados y mi hermana me alcanzó segundos después. Una mesera se acercó sonriente para dejar dos cartas sobre la mesa, tomé una y empecé a leer lo que decía, mientras, Darlene miraba su teléfono y suspiraba cada dos minutos con decepción.
—¡Mira!
—Amber, no grites.
Me encogí avergonzada y le señalé tímidamente una cosa en el menú.
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un poco de todo, comedia romantica juvenil, enamorada del mejor amigo de la infancia
Editado: 29.04.2022