Una voz hermosa

17. ¿Me concedes esta lluvia para besarte?

Me desperté toda contorsionada en la cama, hasta creo que había dejado un poco de baba en la almohada. Y ni se les ocurra poner cara de asco, a todos nos ha pasado... ¿verdad? Bien dicen que quién babea al dormir es porque está teniendo un buen descanso, pues relaja todos los músculos, incluidos los de la boca. 


Bueno... ¿en qué estaba? Ah sí, mis calambres matutinos. A pesar de haber dormido más de lo usual me sentía cansada. Le dimos como cinco vueltas a la feria para perder al mentado payaso ese, hasta que nos encontramos con Owen. Ya saben lo que pasó, tuvo que encargarse del problema, como siempre. 


Me sentía apenada por no haber podido resolver el conflicto por mi cuenta. No quería que se estresara más de lo que ya estaba, pero se portó muy compasivo conmigo. Entendía que aunque quisiera solucionar las cosas, mi miedo me impedía afrontar dicha situación, así que me dijo que no me preocupara. Los chicos también se sentían afortunados, pero las cosas no fueron iguales para ellos. Lo único que recuerdo, es que los obligó a pedirle disculpas a aquel hombre casi de rodillas. No me enteré de qué le habían hecho, pero sinceramente tampoco quería saber. 


Respecto a Vincent, pues... creo que ambos tenemos un problemilla. 


Bajé las escaleras y vi el montón de regalos en la sala. Desordenados y algunos apilados de la mejor manera. Suspiré y dejé caer mis brazos agotada. Ya sé, ya sé, voy a explicarme, ténganme paciencia. 


El espectáculo de fuegos artificiales no dio fin a la feria, al contrario, la animó aún más. Ambos tenemos un sentido de competencia muy fuerte (o al menos entre nosotros) y este llega sin avisar. Nos contagiamos muy fácil con la iniciativa del otro, es por eso que cuando vimos todos esos lugares donde podías jugar o intentar resolver un acertijo con la intención de ganar un premio, nos... emocionamos de más. 


No estábamos interesados en un premio como tal, lo que buscábamos era ganar la competencia que nosotros solos habíamos formado. Había empates todo el tiempo y no podíamos dejar las cosas así. Debía declararse un ganador. Fuimos a uno, luego a otro, otro y otro, hasta que íbamos encaminados al veinteavo juego, totalmente inspirados. Lo que nos detuvo fueron varios organizadores pertenecientes a los juegos anteriores, querían que nos lleváramos nuestros múltiples premios. Por todo ese espíritu competitivo nos olvidamos del propósito de esos lugares y sí, ya habíamos acumulado muchas cosas durante nuestra contienda. Sin más remedio, nos ayudaron a llevar todos los objetos al auto y ahí nos ven, forzando la cajuela, intentando hacer entrar las cosas en los asientos y bien apretados en el camino de regreso. 


También tuvimos que buscar a Jodie para pedirle como último favor una cuerda. ¿Ubican esos premios llamativos y gigantes que hay en los juegos pero que rara vez la gente se los lleva por falta de puntos? Bueno, pues también había uno de esos en nuestra montaña de recompensas, era un panda de peluche, casi de metro y medio de altura, ¿o dos? Jodie dijo que la mejor manera de transportarlo era amarrándolo al techo del auto y así fue como regresamos a casa, con un peluche gigante casi amordazado. Cualquiera pensaría que nuestro tema de conversación fue respecto al arrepentimiento de habernos sobrepasado con los premios, pero no, fue el panda lo que nos mantuvo entretenidos. Empezamos a debatir quién se lo había ganado y en qué lugar lo hizo, con eso se podría declarar un ganador, pero nos fuimos a dormir y no nos pusimos de acuerdo. 


Después de desayunar buscamos ayuda con James y Darlene, ¿qué íbamos a hacer con tantos regalos? No queríamos encargarnos del asunto, pero ver la montaña en la sala era molesto, ni modo. Desgraciadamente, el único que nos brindó apoyo fue James, Darlene estaba muy ocupada jugando con el panda. Lo abrazaba y admiraba lo grandes que eran sus patas. Siempre le han gustado las cosas grandes... o quizás gigantes, dejémoslo en voluminosas.


—Entonces no quieren conservar nada —dijo James.
—Tal vez algo para el recuerdo, pero tenemos que deshacernos de lo demás.
La cantidad es exagerada. 


Se llevó una mano a la barbilla pensativo. 


—Se me ocurre llevarlos a lugares como casas hogares y orfanatos, pero tengo entendido que en ambos son algo estrictos con los objetos.
—Así es —dijo mi hermana aún entretenida—. No puedes darles cualquier cosa. No peluches, no dulces, no cosas caras ni personales, todo eso puede causar conflictos en el ambiente de los pequeños —cargó una pata del panda—. Normalmente buscan cosas más recreativas.
Una de las familias con las que trabajas tiene conexiones en esos lugares, ¿no?
—Sí.
¿Crees que puedan ayudarnos?
—Tal vez. En estos días hacen campañas de recogidas de juguetes, supongo que todo esto pasa la selección —dijo al mirar la montaña—. Incluso hay empresas que organizan eventos similares, pueden optar por eso también.
—Yo pensaba en algunas guarderías —comenté al revisar mi celular. 


Total que estuvimos toda la mañana decidiendo el camino que íbamos a seguir en la ciudad. Sin duda sonaba agotador, pero teníamos que deshacernos de esa montaña a como de lugar.


Después de acomodar todo en cajas, partí con Vincent. El plan era simple, llegar, dejar los paquetes e ir al siguiente lugar. 


—¿Por qué presiento que vamos a estar todo el día fuera de casa? 
Nos lo tenemos un poco merecido.
—Ahora resulta que la diversión tiene precio a pagar. 


No me contestó, miraba la pantalla de su celular. 


—¿Está todo bien?
Sí, solo veo que las tormentas ya llegaron a la ciudad. 
—¿Tan pronto? 
Se aproximan por el sur, de nuevo seremos los últimos en recibirlas. 


Suspiré con un poco de desgano. No sé qué es peor, si estas fechas o las de invierno. Pienso que “tormentas” es un término muy inocente para lo que es la realidad. 




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