Narra Ariana
— Buenos días — le digo al portero del colegio.
— buenas días señorita, ¿qué se le ofrece?
— ¿Me pondría dejar entrar? — niega— no pude llegar antes porque tenía cita médica y mi padre me acaba de traer.
— me puede dejar ver la justificación del médico.
— no me dieron porque ayer nos comunicamos con el director.
— bueno la dejaré entrar y espero que no me esté mintiendo.
— claro que no, muchas gracias — me abre la puerta y voy corriendo hacia mi última clase que es la de lenguaje y me siento a lado de Sophie.
— ¿dónde estabas? — me susurra.
— En la enfermería, no me sentía bien— susurro de vuelta y ella asiente.
La clase paso súper rápida que ya es hora de salida. Camino hacia los casilleros para dejar mis libros.
— Ariana — me llama Jenny y la miro— ¿quieres ir a tomar un helado con los chicos?
— No puedo — agacho mi mirada—tengo que ir rápido a casa.
— Ariana ¿qué te pasa?
— nada, no me pasa nada.
— Sé qué te pasa algo — me mira preocupada. — has estado extraña estos meses y más desde que te juntaste con ese tal Alex.
— no es así.
— claro que lo es, te dije que no era buena influencia para ti.
— tú ¿qué sabes? — alzó mi voz —Jenny tú no sabes nada, además no tienes que meterte en mi vida y no puedes elegir con quién yo puedo andar.
— Nunca me habías hablado así — me mira e intercambiamos mirada — no sé qué te está sucediendo —se cristalizan sus ojos — pero me duele que no confíes en mí.
— lo siento, me tengo que ir — corro hacia la salida y tomo un taxi para que me lleve a casa.
— Señorita ya llegamos — me dice el taxista.
— Muchas gracias — le pago — quédese con el cambio — me bajo. Abro la puerta y entro a la casa.
— Hay alguien aquí — nadie contesta, es un alivio que nadie esté en la casa.
Subo las escaleras y entro a mi habitación. Le pongo seguro.
Me quitó la ropa, quedando en ropa interior y me envuelto en una toalla, entro al cuarto de baño. Regulo la temperatura del agua.
Escucho pasos dentro de mi habitación y cierro la ducha.
— ¿Raquel? — grito y solo se escucha mi agitada respiración
Pero es imposible que alguien pueda entrar a mi habitación porque dejé con seguro la puerta. Decido salir del baño para verificar que todo esté en orden.
— Hola preciosa — me mira de pies a cabeza.
— ¿qué haces aquí? — Me alejo de él, al ver sus intenciones de acercarse — ¿cómo entraste? — mis pupilas se agrandan.
— Eso es lo de menos —se va acercando a mí — pero vamos a tener una maravillosa tarde — intento alejarme pero él me agarra de las muñecas.
— Suéltame — lo miro con espanto — ¿estás borracho?
— Tú y nadie me podrán detener ni ahora ni nunca — sus brazos se ponen a mis costados, acorralándome de una manera salvaje, mi respiración se encuentra agitada y mis piernas tiemblan.
— Isaac... — sonríe con perversidad —suéltame por favor — intento hacerle entrar en razón.
— Silencio — pone su dedo índice en mi boca, haciéndome guardar silencio— lo que te voy hacer te va a encantar— comienzo a entrar en pánico y rezo para que llegue alguien y me salve.
— No por favor — mi voz suena aterrorizada y eso parece gustarle.
— me entere que eres virgen. Eso hace que me gustes un más — susurra mientras que sus labios bajan hasta mi cuello — como eres te va doler un poco — siento su aliento en mi cuello y me entra unas inmensa ganas de arrojar el jugo que tome en el desayuno.
— No déjame — intento empujarlo pero él es más fuerte — tu no me vas hacer nada — le amenazó y el ríe.
— Así me gusta, que se hagan las difíciles — comienza a mordisquear mi cuello con sus dientes. Grito para ver si alguien viene ayudarme, pero al parecer nadie llega aún. Este es el momento donde quisiera que estén todos en casa.
— Suéltame — trato de moverme pero es imposible porque él mantiene mis brazos arriba de mi cabeza, dejándome sin oportunidades. Él baja uno de sus brazos para amasar mi muslo.
— Raquel — mi voz suena baja— ¡ayuda! — me remuevo.
— Cállate — su palma choca contra mi mejilla y una lágrima sale de mi ojos derecho — nadie te ayudará porque solo estamos tú y yo — las lágrimas ahora comienzan a salir como cascadas — eres muy hermosa — Isaac masajea con intensidad mi pierna, subiendo y bajando, todavía sin quitarme la toalla — no sabes cuánto te deseo.
Aprieto mis ojos y lloro en silencio sintiéndome impotente.
— basta, por favor ¡Suéltame! ¡Déjame ir! — grito más fuerte.
—No entiendes que te calles — de nuevo siento su palma chocar contra mejilla húmeda.