«Terminaré con esto de una vez por todas...»
«No tengo fuerzas para luchar y estoy cansada de huir...»
«Hoy me resigno a decir adiós.»
Sin explicación alguna, aquellas palabras vinieron a mi mente, seguidas por la imagen de Eve sollozando en su cuarto y...
—¡Está reaccionando! —escuché gritar a alguien—. ¡Acaba de moverse!
—¡Funciona, apliquen otra dosis! —ordenó una voz grave y áspera. Entonces, sentí cómo una extraña sustancia corría por mis venas, haciendo que mi cuerpo diera un gran respingo y pudiera abrir los ojos.
Lo primero que pude ver fue el techo del lugar, el cual estaba completamente hecho de piedra, al igual que las paredes. Por lo que de inmediato supe que ya no me hallaba en el hospital.
Intenté mover las extremidades para ponerme de pie, y fue entonces cuando noté que estaba atado a una camilla metálica. Desesperado, forcejeé tanto como pude, pero las correas que me sujetaban ni siquiera se movieron.
—¡Despertó! —gritaron a la distancia.
En pocos segundos, estuve rodeado por varias personas que, a juzgar por sus inmaculadas batas blancas, debían ser médicos. Algunos se limitaron a observarme de pies a cabeza, mientras que otros se dedicaban a tomar apuntes, e incluso uno de ellos se acercó a tomarme el pulso de la muñeca, a la vez que su compañero anotaba algo en un pequeño cuaderno.
—¿Quiénes son ustedes y qué demonios hago aquí? —espeté, haciendo el intento de soltarme.
—Vaya, parece que lo de su mal carácter es cierto —bromeó una voz femenina al fondo de la habitación.
—¡Deja de decir estupideces y suéltame ahora mismo!
—Tranquilízate, chico —un sujeto musculoso y con el cráneo rapado se colocó en mi campo de visión—. Te lo explicaremos todo, pero primero debes calmarte.
—¡No voy a calmarme hasta que me digan qué hago aquí y quiénes son ustedes! —volví a forcejear con mis ataduras.
—Si estuviera en tu lugar, no gastaría mi energía en eso —negó con la cabeza—. Apenas estás despertando de un coma y aún no te has recuperado por completo.
—Di lo que quieras, pero no me quedaré quieto hasta que contestes mis preguntas.
—Como prefieras —hizo una pausa, asintió, y con incredulidad, contemplé cómo todos los presentes materializaban un enorme par de alas negras en sus espaldas—. Todos en este lugar somos como tú.
Al parecer, mi rostro adoptó una expresión de completo asombro, puesto que decidieron concederme un par de segundos en silencio para poder asimilarlo.
—Te trajimos hasta acá para que despertaras del coma —continuó el sujeto—. Si hubieras seguido recluido en aquel hospital, probablemente te habrías quedado en ese estado durante varios meses, incluso años, antes de terminar siendo desconectado...
—Espera un segundo —interrumpí, lleno de curiosidad—. Si mi situación era tan grave, ¿cómo consiguieron reanimarme?
—Ah, eso fue muy simple —dijo él, sacando una pequeña piedra roja de su bolsillo y poniéndola a pocos centímetros de mi cara—. ¿Ves esto?
—¿Qué tiene que ver esa roca con mi pregunta?
—No es una simple roca, es rubí —me corrigió.
—Sigo sin ver ninguna conexión.
—Te lo pondré muy fácil, el rubí potencia al máximo el poder de cualquier Igmis, por lo que si alguien herido lo consume, se regenerará mucho más rápido de lo habitual.
—¿Insinúas que me hicieron comer piedras mientras estaba inconsciente?
—Claro que no, ¿qué clase de lunático haría eso? —replicó—. La pulverizamos para preparar un suero y te la inyectamos por intravenosa.
—¿Qué? ¿Están locos? —reclamé—. ¡Eso pudo matarme!
—Claro que podría, si fueras un humano común y corriente, pero te aseguro que no es peligroso para tu organismo —explicó en tono conciliador—. Gracias a eso estás despierto.
—Como sea mentira, voy a arrancarte las alas de la espalda y te las meteré por el culo.
—No tendrás que hacerlo —afirmó—. Para la dosis que llevas, una persona promedio ya estaría muerta.
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Editado: 07.10.2019