Había sido una semana bastante ocupada, especialmente con el entrenamiento. Larissa no se reprimía en lo más mínimo a la hora de poner a prueba mis habilidades, y como resultado, apenas tenía energía para darme cuenta de lo que ocurría a mi alrededor. Tanto así que, en un parpadeo, y de forma casi imperceptible, se hizo viernes en la tarde.
Mientras caminaba hacia mi auto, caí en cuenta de que no había visto a Eve en todo el día. ¿Le habría pasado algo?
Subí al Ferrari, lo encendí, y me planteé la posibilidad de visitarla. Era un poco arriesgado por su padre, pero no tenía más opciones si quería hablar con ella de forma directa. Últimamente había estado muy esquiva conmigo y yo solo quería arreglar las cosas entre nosotros.
Con eso en mente, recorrí la carretera con dirección a su casa y crucé los dedos para no encontrarme con aquel cretino. Lo último que necesitaba era meterla en más problemas.
Estacioné frente a la fachada, me bajé y toqué el timbre. Esperé aproximadamente un minuto y cuando estaba a punto de volver a intentarlo, la puerta se abrió de golpe y apareció el padre de Eve. Vestía con un pantalón gris elegante, una camisa azul, zapatos puntiagudos de color negro y un cinturón desabrochado.
—¡¿Qué?! —espetó. De repente, me miró de arriba a abajo y sus ojos se abrieron con pánico. Al parecer, aún recordaba nuestro último encuentro.
Asustado, intentó cerrar la puerta de golpe, pero antes de que lo lograra, coloqué el pie en la parte inferior.
—Escucha, vengo en buenos términos —respiré hondo para no perder la compostura—. ¿Puedo hablar con Eve?
—Ella ya no vive aquí —contestó con voz temblorosa—. Se fue hace unos minutos.
—¿Se fue? ¿Para dónde?
—No lo sé —negó con la cabeza—. Déjame en paz, no lo recuerdo.
Materialicé una gran flama de color rojo intenso en mi mano.
—Se me acaba la paciencia —lo amenacé—. Si cuento hasta tres y no me dices, te quemaré vivo.
—Por favor...
—Uno...
—No lo recuerdo, te pido... —pude saber que estaba mintiendo, así que comencé a perder los estribos.
—Dos —di un paso al frente y agarré el cuello de su arrugada camisa—. Tres, ¿listo para arder?
—¡Se fue al aeropuerto! ¡No me hagas nada!
—¿Lo ves? Fue sencillo —lo solté y esbocé una sonrisa sarcástica—. Muchas gracias —a continuación, corrí de vuelta hacia el Ferrari y aceleré con rumbo al aeropuerto. Debía alcanzarla antes de que fuera demasiado tarde.
Por fortuna, había poco tráfico en la vía, y luego de un rato conduciendo, logré llegar al estacionamiento del aeropuerto. Tomé un ticket, estacioné en el primer puesto libre que conseguí y me dirigí al interior de las instalaciones.
Apenas entré, me topé con la interminable fila para comprar boletos, a la vez que una cantidad considerable de gente pasaba por el chequeo rutinario, y otros muchos caminaban de un lado a otro con paso rápido. Eran docenas de personas, y entre todas ellas debía encontrarse Eve.
—Esto sí que va a estar jodido —murmuré, al mismo tiempo que recorría el lugar con la mirada.
De repente, vi una silueta de espaldas que encajaba con su descripción. Era casi de mi tamaño, tenía un largo cabello negro que le llegaba a la cintura y llevaba puesta una chaqueta de cuero. Me acerqué, y tomándola de la cintura, le di la vuelta.
—¡Eve, finalmente...! —la frase quedó incompleta cuando pude verle la cara. Se trataba de un hombre.
—¿Eve? Creo que te equivocas, amigo —respondió con voz grave.
—Lo siento, busco a mi chica.
—No pasa nada, estoy acostumbrado —se encogió de hombros—. Es lo que callamos los metaleros —añadió antes de seguir su camino.
Eché otro vistazo al lugar, y al igual que hacía unos instantes, no obtuve resultados. Por puro instinto, me dirigí hacia la terminal sur, donde la contemplé de pie en la fila de revisión. Quedaban dos personas por delante de ella, así que tenía poco tiempo para convencerla.
Por su expresión, noté que estaba un poco triste. Escuchaba música cabizbaja, esperando su turno con resignación; pero al verme, una sonrisa se manifestó en su rostro, e inmediatamente, corrí hacia ella para darle un largo abrazo.
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Editado: 07.10.2019