Desperté con el sonido de la alarma y escuché cómo mi estómago rugía con fuerza. Inmediatamente, caminé hacia el cuarto de baño, me cepillé los dientes, y tomé una larga ducha de agua fría. Al salir, me coloqué un short blanco junto a una camiseta negra y bajé a la cocina para comer algo. Revisé la despensa minuciosamente hasta dar con una bolsa de cereal, y al fin pude desayunar en relativa paz.
Por desgracia, la calma duró poco, y cuando estaba lavando los platos, mis padres comenzaron a discutir. Otra vez el mismo episodio.
—Por dios, Edward, ¿cómo puedes ser así? ¡Es tu hijo! ¿Acaso no lo amas? —reclamó la voz de mi madre.
—Sí, es mi hijo, pero ya no tengo nada que ver con él. ¿No eras tú quien quería tenerlo? Yo solo cumplo con darles el dinero para que subsistan.
—¿Qué haces hoy aquí? Aún no es fin de mes —salí de la estancia y caminé hacia ellos con paso firme.
—¡No me hables así! ¡Soy tu padre y me debes respeto!
—¿Es en serio? No le debo nada a alguien que nos abandonó por una puta.
—¡Chris, no le hables así a tu padre!
—¿Lo vas a defender? ¡Él nos abandonó por una zorra que solo quiere su dinero!
—¡Escucha, idiota, si te vuelvas a meter con mi mujer...!
—¿Qué vas a hacer? ¿Volverás a golpearnos hasta que quedemos moribundos? —grité, antes de subir por las escaleras e ir a encerrarme en mi cuarto.
A lo lejos, pude escuchar cómo ambos vociferaban mi nombre, y aunque decidí ignorarlos por completo, no pasó mucho tiempo hasta que mamá comenzó a golpear la puerta. Lo más probable es que termináramos discutiendo, así que le subí el volumen a los auriculares y me centré en completar un dibujo que tenía a medias.
Luego de un rato, comencé a sentir un profundo sueño, y sin poder evitarlo, me quedé dormido.
Ya casi es medianoche. Sé que debería estar durmiendo, pero los gritos de mis padres se escuchan hasta el segundo piso, y simplemente no puedo descansar. Bajo las escaleras con sigilo, me escondo tras la pared que lleva a la sala, y desde allí puedo observar toda la escena sin riesgo de ser descubierto.
—¡Por favor! ¡No nos abandones! —ruega mamá, tomándolo por un brazo.
—¡Déjame en paz de una maldita vez!
—¡Quédate, por favor! ¡Hazlo por él! Hoy es su cumpleaños... —se lleva las manos al pecho y rompe a llorar.
—¡No me interesan ni tú ni mucho menos Chris! —brama, dándole una bofetada.
Veo cómo mamá cae al suelo, y armándome de valor, corro a interponerme entre ellos. Intercambio una mirada nerviosa con mi madre, y noto que su mejilla está bastante enrojecida.
No es la primera vez que pasamos por esto, pero ya estoy harto de verla sufrir en silencio.
—¡Quítate del medio, inútil! —ruge mi padre, justo antes de desabrocharse el cinturón.
Siento el primer impacto en la espalda, seguido de un fuerte puñetazo en el estómago, y apenas caigo al suelo, sus nudillos golpean mi rostro.
—¡Detente, lo vas a matar! ¿Chris, me escuchas? —gimotea mamá, mientras que todo se desvanece a mi alrededor.
Desperté dando un fuerte respingo. Gotas de sudor frío me bajaban por la espalda, al mismo tiempo que la rabia se acumulaba en mi abdomen. Me llevé las manos a la cabeza, y observé cómo mis lágrimas caían al suelo.
Desconozco el motivo, pero cada vez que veo a mi padre tengo la misma pesadilla, y es que sin importar lo que haga, siempre me persigue el recuerdo de aquella noche, cuando luego de golpearnos hasta la inconsciencia, decidió irse de casa para estar con otra mujer.
Me mordí el labio inferior para no llorar, y le eché un vistazo rápido a mi teléfono, solo para darme cuenta que ya eran las cinco de la tarde.
«Demonios, pasé casi todo el día durmiendo», pensé, frotándome los párpados con el dorso de la mano.
Me levanté de la cama sin mucho ánimo, y fui a la cocina para tomar algo de agua y calmarme. No obstante, en lugar de eso, conseguí a mamá sollozando en el comedor.
—¿Qué ocurre? —me acerqué a ella, aún resentido por la discusión de la mañana.
—Es... es que hablé con Edward.
—¿Ahora qué quiere de nosotros? Ese miserable nunca viene con buenas intenciones.
—¡No hables así de él! ¡Es tu padre! —sus ojos brillaban con furia. A pesar de todo lo ocurrido entre ellos, mamá lo amaba, y no podía dejar de defenderlo.
—¡Eso no me interesa! ¡Él mismo lo dijo! ¡De no ser por ti, yo no existiría!
—¡Chris, eres un insolente! —gritó, segundos antes de abofetearme.
Tan pronto como su mano impactó mi mejilla, una sensación bastante conocida volvió a formarse en mi pecho. Apreté los puños con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos, y empecé a sentir el flujo de la ira por todo mi cuerpo.
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Editado: 07.10.2019