Under My Wings

12-. Él

—No me jodas, Al, ¿es en serio? —pregunté con incredulidad.

—Así como lo escuchas —asintió.

—Pero es que aún no me lo creo, ¿de verdad estuviste tan cerca de besarla? —lo miré a los ojos—. Júralo por lo más sagrado.

—Lo juro por mi colección de cómics y figuras de acción.

—Entonces debe ser cierto —solté una carcajada.

—Lo es, tus consejos funcionaron.

—¿Mis consejos? —arqueé una ceja.

—Bueno, los del sargento Taylor —corrigió, y nos echamos a reír.

Entonces, notamos que Eve y Brianna se acercaban a nosotros, por lo que cambiamos de tema con rapidez y tratamos de fingir que no las habíamos visto. Acto seguido, las chicas nos saludaron, y observé cómo Albert se llevaba a Brie hacia un sitio más apartado. Al parecer, habían pasado muchas cosas interesantes durante aquella cita de las que aún no me había enterado.

—Eso fue muy lindo de tu parte —dijo Eve, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿A qué te refieres?

—No te hagas el tonto, Chris —tomó mi brazo—. Me refiero a que ayudaste a Albert con su cambio de imagen, y ahora se ve mucho más cómodo consigo mismo.

—Ah, eso... fue el sargento Taylor —sonreí.

—Pues dale las gracias de mi parte —replicó, acercando sus labios a los míos, para luego empezar a besarnos. 

En seguida, la chica me tomó por el cabello y bajé mi mano hasta su trasero; a lo que soltó un leve gemido, y besé su cuello con suavidad. Esto se estaba poniendo muy caliente, y la verdad es que me gustaba.

—Chris —me susurró al oído—. Por favor, no te detengas.

Me sentí tentado a continuar, pero entonces recordé que ya casi era la hora de salida, y de que estábamos en el medio del pasillo; así que sin pensarlo, la tomé por el brazo y entramos al primer salón de clases vacío que conseguimos. Eve se sentó sobre la mesa del profesor, y mordiéndose los labios, me haló hacia ella. 

Seguimos besándonos mientras que me quitaba la chaqueta, y acto seguido, ayudé a la chica a hacer lo propio con la suya. Segundos después, me quité la camiseta de un tirón y la lancé al otro lado del lugar; besé el cuello de Eve con suavidad, bajando poco a poco hasta llegar a su pecho, y con un movimiento rápido, le arranqué la camisa, a lo que ella se limitó a responder rodeándome el cuerpo con las piernas. 

En ese momento, escuchamos un fuerte portazo, y pude ver por el rabillo del ojo cómo Larissa, cerrando la puerta tras de sí, entraba al salón de clases. Por lo que, rápidamente, Eve se cubrió a mis espaldas.

—Parece que se estaban divirtiendo —insinuó Larissa, con expresión divertida—. Vamos, no se detengan, quiero verlos en acción.

—No somos un espectáculo —gruñó Eve—. Déjanos solos, por favor.

—¿Irme? —se quitó la camiseta, dejando ver su torso definido—. Prefiero unirme a ustedes y así todos pasamos un buen rato.

—¿A... qué te refieres? —tartamudeó Eve.

—Te ves tan sexy cuando intentas hacerte la tonta —soltó Larissa, acercándose a nosotros—. Sabes perfectamente de lo que estoy hablando —en cuanto a mí, no sabía qué hacer o decir en estas situaciones, por lo que mantuve la boca cerrada y observé cada movimiento de la chica con suma atención.

De improviso, la puerta volvió a abrirse, y entraron Albert y Brianna tomados de las manos. Al parecer, ninguno de los dos no se había dado cuenta de nuestra presencia, hasta que, estando a milímetros de besar a la pelirroja, el chico levantó la mirada y nos vio a los tres semidesnudos.

—¿Qué se supone que estaban haciendo? —preguntó, mirándonos de arriba a abajo.

—¿Es que tus anteojos no funcionan? —espetó Larissa, cruzando los brazos—. Nos estábamos divirtiendo.

 


Al día siguiente, llegué temprano a la secundaria, estacioné en el primer puesto libre que conseguí; y al salir del vehículo, vi a un grupo considerable de personas armando un griterío, mientras hacían un círculo alrededor de lo que parecía ser una pelea. 

Decidí que lo mejor sería pasar de largo e ignorarlos por completo para evitar problemas, pero entonces escuché la inconfundible voz de Albert en el medio de aquel tumulto; y sabiendo que podía estar en problemas, comencé a avanzar a través de la gente para buscarlo. 

Tal y como me lo temía, se hallaba atrapado en el centro de aquel alboroto, y una de sus mejillas estaba enrojecida; aunque, por fortuna, no parecía haber recibido más daño.

—Por favor, podemos arreglar esto hablando —suplicó Al, retrocediendo. Sin embargo, cuando trató de salir, James lo empujó de vuelta al círculo.

—No me interesa hablar —gruñó su atacante, un sujeto bastante alto y delgado que vestía con un suéter de capucha gris, zapatos converse del mismo color y pantalones blancos—. Quiero ver sangre.




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