Underclass Hero

Capítulo III

Break me down

—Sabes que tu compañía es una de las cosas que, en esta ciudad, más adoro —esa mirada me decía que se estaba poniendo seria—, pero debemos conseguir más amigas.

Solo la quedé mirando un par de segundos, sin dejar mi mochila sobre la silla del pupitre. Eran las siete con cincuenta y cinco minutos, aún no empezaba la primera maldita clase y ya estaba recibiendo órdenes; para peor, esas órdenes implicaban socializar. Ya se me había hecho muy difícil “hacer” —si es que se le puede decir así, todo fue gracias a Molly— amigas y ahora debía hacer más.

—Buenos días para ti también, Rosetta.

Esa fue mi respuesta. Ro parpadeó un par de veces y se largó a reír. Solo negué con la cabeza, mientras que me acomodaba en la silla, dejando mi mochila bajo de ella, crucé mis brazos sobre la mesa y me recosté.

—Es nuestro objetivo del día.

No le hice caso, solo le hice una seña, agitando mi mano, para que dejara el tema.

Es martes, primero debemos conocer el ambiente.

La clase empezó cuando un hombre bastante viejo, delgado y con unas gruesas bolsas bajo sus ojos hizo aparición en aquella sala en el tercer piso del departamento. Se sentó en el pupitre principal —Rosetta y yo estábamos sentadas al final del aula— y sacó del maletín una carpeta. Todos estábamos en completo silencio, Ro golpeó mi brazo y me hizo un gesto con los dedos para que mirara.

Teníamos una vista privilegiada de nuestros compañeros de clase... Pero todos eran tan extraños para mí que no podía establecer una relación entre ellos.

Mi vista se clavó en una chica que estaba dos filas por delante de mí (en la sala habían asientos vacíos) que tenía el cabello castaño con unas leves luces de tener las puntas del cabello de color violeta. No podía afirmar si era o no la chica de la otra vez.

La clase de Literatura Universal estuvo cargada de los sermones más aburridos del mundo. Solo escuché (considerando que la voz del señor Wilson era muy profunda y parecía arrastrar las palabras) que la materia era muy importante, porque impartía el conocimiento que debíamos tener, ya que el título profesional era filología y literatura española, en el ámbito de la literatura, y los tiempos, y vanguardias y blah, blah, blah.

Recalcó que debemos ser puntuales, solo se permiten máximo quince minutos de atraso, debemos cumplir con una asistencia del 55%, lo que es en verdad muy poco, y que las pruebas iban a ser escritas a mano.

Terminó la clase casi cincuenta minutos de la hora oficial. Al parecer el señor no tenía ganas de dictar la cátedra más allá de darnos las primeras lecturas.

Salimos del aula, y Rosetta me llevó arrastrando al baño. A ese maldito baño que se encontraba cerca de Historia, al parecer era el más limpio de todas las facultades aledañas y el más grande. No había más chicas además de nosotras, así que me pudo hablar libremente.

—¿Pudiste ver a alguien? Yo... Yo no sé... No estoy segura con ella.

—¿Con ella? ¿Qué quieres decir con eso?

Chasqueó la lengua y desvió la mirada hacia el espejo. No obtuve respuesta, y tampoco es como si fuera a rogar por ella. Ya me lo dirá, porque si dice no estar segura, debe ser debido a que no quiere levantar veredicto alguno con respecto a la situación.

Después de ese día en completo fracaso, llegó el miércoles. Nuestra primera clase, la dictaba un hombre alto, de cabello largo que amarraba en un moño parecido a un bollo —me recordó, en parte, al peinado de Taylor— y vestido con un traje. Su piel era blanquecina, haciendo que los lunares que tenía en su rostro (específicamente por las mejillas) resaltaran más.

Era un hombre muy hermoso.

El señor Harris, que dictaba la cátedra de Teoría de la Literatura que se dividía en tres cursos, uno por semestre, era completamente mi nuevo crush.

Y al parecer no era la única. Miré a mi alrededor, y una chica rubia (con reflejos grises) con gafas (parecía encajar a la perfección con el prototipo de chica popular en todas las películas cliché que han existido) que estaba sentada a dos puestos a mi lado derecho —Rosetta estaba a mi lado izquierdo, y este salón, a diferencia de otros, estaba en el último piso y tenía los asientos hacia arriba, en unas especies de escalones— parecía estar tratando de sacarle fotos.

Algo de lo que me di cuenta, fue que cada salón era distinto según las necesidades de la cátedra. Ya más tarde, cuando tuvimos Ortografía Española, los asientos, en la sala del segundo piso, estaban unidos entre dos, dejando un pequeño espacio entre los otros asientos que estaban unidos y las mesas eran bastante grandes. Eso era esencial ya que se requiere tener mucho material sobre la mesa, como el manual de la Real Academia Española, las guías de trabajo y nuestros cuadernos con apuntes.




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