¿En qué estaba? Ah, sí.
Era condenadamente perfecto.
Aunque yo sabía muy bien que era perfecto a mis ojos, porque estaba enamorada pero no ciega. En rasgos generales tenía una altura muy cercana a la mía y un tono de piel que se puede considerar oscuro. En esos momentos yo tenía 21 años y el 23. Ya estábamos adultos.
Luego de esa primera vez que nos vimos ya no pudimos dejar de hacerlo. Cuando no nos veíamos hablábamos durante horas. Todos los días. Él se quedaba hasta la madrugada hablando conmigo, aunque llegara cansado del trabajo, y cuando se despertaba en la mañana tenía mis “buenos días” esperándolo.
Había mucha tensión acumulada, de la que te hace sonrojar y llena tu boca de saliva, se notaba en todas las conversaciones. Llevábamos esperando 7 años. La situación escalo muy rápido, aunque no lo notamos en ese momento. Teníamos demasiado tiempo que recuperar.
Cuando acordamos para vernos por segunda vez, la cita era en su casa. Si, ya sabíamos que iba a pasar.
La casa estaba sola. Estábamos tan tranquilos, tan a gusto, como si jamás hubiéramos perdido el contacto y no hubiera pasado el tiempo.
Mas pronto que tarde empezó a hacer calor. Los besos y las caricias iban y venían. En algún momento cerré mis ojos y solo me concentré en sentir, sentir esas extraordinariamente masculinas manos que paseaban por todo mi cuerpo sin dejar ningún huequito libre.
Cuando quise darme cuenta ya no había ninguna tela que se interpusiera en el contacto de nuestra piel. Me deje llevar por el calor de nuestros cuerpos.
Si, todo muy poético.
El tiempo se nos pasó demasiado rápido y casi no nos dimos cuenta de que llego la hora de volver a casa me sentí vacía. Atrasaba el momento lo más que pude. Pero, inevitablemente, me tuve que ir.
En cuanto entre a mi casa y me metí al baño para ducharme me di cuenta de todo, me asusté. Yo no buscaba enamorarme, aún no había pasado el tiempo suficiente desde que había terminado mi relación con mi ángel. Mi nueva soltería me sentaba muy bien y quería conservarla.
Pero a la vez su compañía era tan cómoda, el entendía todo, no tenía que explicar nada, sin mediar palabras él sabía que decir y que hacer.
Me daba la sensación de que él se sentía igual que yo, pero no estaba segura.
Una de las veces que hablamos nos dimos cuenta de que debíamos establecer días para vernos, organizarnos. Él tenía su vida y sus amigos, yo no tenía nada y solo lo quería a él. No podía pretender que de repente dejara todo por mí, aunque así lo quisiera. Era mi droga, me volví completamente adicta a su presencia, su olor y su tacto. No podía seguir así.
Acordamos que nos veríamos algunos fines de semana como para pasar un lindo rato juntos.
Nunca lo pusimos en práctica.
Yo venía haciendo un muy buen uso de mi soltería, aunque solo era para saciar las necesidades básicas porque no sacaba nada mas de esos encuentros.
Luego de nuestro segundo encuentro no volví a ver a ningún otro chico, el me daba todo lo que yo necesitaba.
Lo mejor de todo fue que me conto que el tampoco veía a otras chicas, porque no sabía cómo entablar conversaciones con otras mujeres. Aunque, hasta ese momento, yo no había tenido ningún problema para conversar con él, incluso por horas. Pero si tenía amigos, hombres.
A veces me ponía a pensar en todo el tiempo que pasaba solo, los años de soledad, aunque él me decía que ya se había acostumbrado, que le gustaba estar solo. Yo sabía que no siempre debía ser así, más que seguro muchas veces debió estar terriblemente triste y también terriblemente solo.
Pero yo no me sentía lista para confesarle que nunca más se volvería a sentir así, porque yo estaría a su lado acompañándolo por el resto de los días que nos quedaran.
Había algunos fines de semana que, por alguna razón, no podíamos vernos, generalmente porque él tenía algún compromiso. Yo me sentía desolada, abandonada, deprimida, todo junto.
Él se encargaba de recordarme nuestro acuerdo de “solo algunos fines de semana para despejarnos y pasar un buen rato”. Yo creo que solo me lo decía para autoconvencerse. O me quería autoconvencer yo, para no sentirme tan sola y tontamente enamorada de alguien que, a mi parecer en ese momento, de daba exactamente igual tener mi compañía o no. Pero al calmarme, entendía que no era así.
Luego de algunas fines de semana de vernos algo llamo mi atención. Siempre que íbamos a su casa estaba sola, no había nadie más. Al principio pensaba que quizás acordaba con su familia que no hubiera nadie, por esto del “buen rato”, sería muy vergonzoso que alguien nos escuchara.
Luego de algunas veces comenzó a llamarme la atención. Aunque él tampoco es que dedicara a sacarme de las dudas. No le ponía importancia, diciendo que “menos mal que era así”, no le agradaba hablar de ellos.
Solo sabía que vivía con su hermana menor y su papá. Su mamá viajaba mucho así que no vivía ahí de manera permanente. Pero jamás los había visto.
En paralelo con mi posible futura relación emergente seguía manteniendo mi amistad con mi ángel, tal como habíamos prometido.
En ese momento fue que ese punto se empezó a complicar. Yo sabía en mi corazón que mi ángel aun sentía un cariño especial por mí, pero yo estaba enfocada en el nuevo cariño que estaba forjado con mi pequeño zombi (ese era su apodo, Zombi. Un poco peculiar, pero no lo suficiente para preguntar al respecto).
Se me estaba formando una suerte de triángulo amoroso en el que solo yo podía ver las tres puntas, ya que los otros dos no sabían uno del otro. Un tanto extraño y bastante estresante, a decir verdad.
Un día sentí que había llegado el momento en que debía presentarle mi Zombi a mi familia, así que arreglamos para que fuera a mi casa. Todos habrán notado ya que me guio demasiado por mis sentimientos y pocas veces razono realmente las cosas, esa fue una de esas veces, en que me arrepentí casi inmediatamente de no haberlo pensado mejor.
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Editado: 25.10.2023