Universo Heraldo: Alhelí

Jack

Cuando se abrieron las puertas del elevador giré a mi derecha y entré al apenas iluminado estacionamiento. Me encontraba sumamente molesto. El supervisor Ortiz le acababa de decir a Walter, mi jefe inmediato, que me diera un último encargo, justo el día que iniciaban mis vacaciones.

—Ya va siendo hora de que ese viejo compre más bombillos —musité tras vislumbrar las lámparas del techo, carentes en su mayoría de tubos fluorescentes.

El olor a aceite y grasa me recibió al instante. Tras recorrer unos veinte metros encontré una motocicleta negra y un casco con visera que lucia los logos de Black Thunder, la compañía para la que trabajaba. Tras revisar que todo se viera en orden aseguré la pequeña caja con la encomienda a la parte trasera del vehículo, al tiempo que, con mi bolso a cuestas, recordé como me habían metido en este lio.

 

***

 

Walter acababa de darme la noticia, y estábamos recorriendo un pasillo con carteleras y afiches publicitarios de la empresa. «Envíe sus cosas con la tranquilidad y rapidez que solo nosotros brindamos», rezaban algunos de ellos, lo cual era gracioso considerando que Black Thunder era la segunda compañía de encomiendas más lenta en Merindia.

El área de embalaje era una oficina pequeña, olorosa a pegamento y cartón, con un par de mesas, tres sillas plásticas e infinidad de cajas. Allí nos esperaban dos empleados, Cristina y Alex.

¡Por fin, Walter! —dijo la joven obesa al vernos entrar.

¡Gracias a Dios! —agregó Alex levantándose de su silla para buscar una caja que estaba en una mesa cercana a la ventana —. Estábamos por irnos.

Yo también —susurré recibiendo al instante un codazo de Walter en mi costado.

Alex venía de regreso cuando, enredándose con unas cintas blancas de seguridad regadas en el suelo, cayó al piso lanzando la caja por los aires. Esta, tras caer al piso se abrió, liberando tres cofres rojos con ornamentas doradas que salieron despedidos en distintas direcciones.

¡Lo que faltaba! —gritó Walter llevándose las manos a la cabeza.

¡Alex! —exclamó Cristina yendo a auxiliar a su compañero.

Uno de los cofres fue directamente hasta mí, y chocando contra mis botas se abrió revelando su contenido, un cúmulo de monedas oxidadas que se dispersaron por el suelo embaldosado. Rápidamente me agaché y empecé a recogerlas para regresarlas al cofre.

Jack por favor dime que… —empezó a decir Walter sin terminar su oración.

No les pasó nada —afirmé tras examinar los otros dos cofres.

¡Gracias al cielo!—musitó mi jefe aliviado.

Llevé los cofres a una pequeña repisa cercana, allí contemplé con más detalle las monedas. El óxido las había cubierto por completo, parecían haber estado mucho tiempo en el agua o quién sabe dónde.

¿Qué tendrán los otros cofres? —pregunté.

¿Y por qué ese empaque fue abierto?

Todo fue por Otis. El idiota olvidó entregar este paquete la semana pasada, ayer lo encontró en un charco de aceite de motor que se derramó en el área de carga de su van —sentenció Walter.

¡Ese Otis es un cerdo! —comenté.

Lo dices como si fuera algo bueno… —replicó Walter molesto.

¡Listo! —exclamó Alex cuando embaló los cofres en una nueva caja.

Walter tomó la caja y tras ponerla en mis manos me animó a que saliera de la oficina

Gracias por esto Jack, toma una moto y déjala en la otra oficina. No hace falta que la regreses —Finalizó Walter dándome una palmada en el hombro.

Lo que sea por ti —repliqué dándole un manotón en una de sus grandes orejas para salir corriendo.

 

Cuando volví de mis recuerdos, me subí a la moto y la encendí. Me coloqué el casco y al mirar al frente tuve que agotar toda mi prudencia y autocontrol, de lo contrario hubiera rayado la pintura de la vieja Terios del supervisor Ortiz, que estaba aparcada a pocos metros.

—Tantas horas sin hacer nada y ahora es que me vienen a decir…—refunfuñé entre dientes, mientras inhalaba aire y contaba mentalmente hasta diez.

Era consciente de que debía calmarme o chocaría con el primer auto que se me pusiera al frente. Así que espere varios segundos y al final arranqué

Sin mirar atrás salí del estacionamiento, por suerte mi casa estaba cerca de la otra sucursal. Viéndolo desde ese punto de vista, Walter me acababa de hacer un favor. Era una hora en transporte público lo que me tomaría llegar allá, pero con la moto no debería emplear más de media hora, incluso menos si el tráfico era amigable.

Veinte minutos después llegué al área norte de la ciudad, ahora solo debía tomar el distribuidor que, tras diez minutos de recorrido me conduciría a la otra sucursal. Al ver que la vía ante mi lucía despejada decidí que era momento de acelerar las cosas para acabar lo más rápido posible con mi última tarea.




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