Universo Heraldo: Legado de Belhor. Volumen 1

Sebastian: La cabaña

Fui un imbécil, debí darme cuenta antes, hasta Bel con su corta edad fue capaz de intuir que algo más que una nauseabunda estaba actuando en Redfield… La culpa era mía, y todo por no confiar en su intuición dada su corta edad.

—Sebastián, aquí es, este es el lugar que… —Empezó a decir Bel cuando lo interrumpí.

—Que viste en ese viaje astral, en casa de Nelson. ¿Cierto?

Bel no contestó, solo asintió mientras caminábamos rumbo a aquella casa, lugar que poco a poco estaba siendo cubierto por una abundante niebla. La vivienda exteriorizaba una madera grisácea y podrida, sin duda aquel sitio era merecedor de los escalofríos que producía nada más al verla.

—¿Vamos a entrar?

—¡Por supuesto! —afirmé mientras avanzábamos por un sendero de piedras que no tardaría en dejarnos en la puerta principal.

La maleza descuidada y la falta de pintura eran una prueba de que aquella vivienda no había sido atendida en al menos diez años, tal vez más. Sin embargo no solo la soledad reinaba en aquel lugar, desde la lejanía fui capaz de sentir algo más. Algo que me obligaba a estar alerta.

La puerta estaba en ruinas, apenas quedaba la mitad superior adherida a las bisagras mientras que un vacío, por donde seguramente transitaban animales o vagos en las oscuras noches se veía en su parte inferior.

—¡Diablos! —gritó Bel cuando al entrar, una enorme rata paso por entre sus pies para abandonar la vivienda.

—No tengas miedo.

—No me dio miedo —replicó alzando un poco la voz—. Solo me sorprendí.

—Claro, guarda silencio.

El interior de la casa era un espejo de su decadencia exterior. La madera del techo, carcomida por las termitas y el paso de los años yacía esparcida por el piso, donde se mezclaba con basura y prendas de vestir viejas.

A nuestra derecha estaba la sala, poblada de muebles desechos, y más allá la cocina, exhibiendo ollas y utensilios oxidados. A nuestra izquierda vimos un salón y dos escaleras que conducían al segundo piso.

Estuvimos tentados a explorar la cocina, pero el sonido de unos pasos, y el golpe que produjo una puerta al ser azotada en la segunda planta nos alertó.

—Sebastián… Hay algo por allá —agregó Bel mientras con su dedo señalaba hacia arriba. Se veía más calmado, ya había superado la experiencia que tuvo en casa de Lil, aún así, sabía que aún estaba algo consternado.

—¿Puedes seguir?

—Claro que sí —contestó dotando a su voz con una seguridad que me impresionó.

Cuando le hice una seña empezamos a subir por las chirriantes y deshechas escaleras, las cuales llegué a pensar que colapsarían. Sin lugar a dudas, las casas de madera podían llegar a ser bastante problemáticas si eran descuidadas.

—Lo es… Es un demonio —afirmó Bel cuando terminamos de subir las escaleras.

Yo no quería creerlo pero era así, había un demonio en Redfield. Sin embargo, creía que a pesar de eso, manteníamos cierto dominio de la situación. Por la cantidad de víctimas registradas en la zona debía tratarse de un simple marqués, la clase de demonios más baja entre la jerarquía infernal. Si nuestro enemigo fuera algo más poderoso, hubiera matado a docenas, incluso un centenar de personas en el tiempo que llevaba actuando.

—Si Bel, lo es —repliqué empezando a avanzar por el corredor mientras aún analizaba la situación. Yo era capaz de derrotar a un marqués, por lo que no vi necesidad de que Bel me ayudara, además era peligroso y él aunque tenía un poder y potencial admirables, aún era muy joven y podría ser víctima de algún ataque del demonio. Además tenía a Jeaneth prisionera. Esta pelea era mía.

Una fuerte brisa azotó la casa, quebrando los pocos cristales que quedaban en las ventanas, y provocando que las puertas carentes de cerraduras chocaran una y otra vez contra los marcos. Segundos después un denso olor a carne podrida invadió el corredor.

—¡Este es uno de sus depósitos! —exclamé cuando entre en la primera habitación a la derecha, allí encontré ocho cuerpos colgados de ganchos adheridos al techo, algunos con varias extremidades mutiladas, pero todos lucían quemaduras hechas con metal al rojo vivo. Los cuerpos, cubiertos por moscas y gusanos que se alimentaban de la carne muerta, empezaron a apestar cada segundo que pasaba, a tal grado que me sentí tentado a marcharme.

—¿A qué rey o príncipe servirá nuestro amigo? —pregunté girándome a ver a mi joven compañero.

Pero Bel no lo resistió, antes de que me girara salió de la habitación, y cayendo de rodillas empezó a vomitar.

—No sentimos esta peste abajo, así que intuyo que nuestro amigo ocultó este olor, supongo que es su forma de no ser molestado. Los azotes de las puertas, los ruidos y la ruina de esta casa. Todo es para alejar a los curiosos que pueden descubrir su base de operaciones —dije al salir, mientras le daba palmadas en la espalda a Bel.



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En el texto hay: fantasia urbana, suspeso, angeles y demonios

Editado: 21.08.2019

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