—¡Resiste, Bel! —susurré mientras me adentraba en la vegetación.
Fue mucho lo que aprendí en la orden a lo largo de mis años, por lo que si mi memoria no me fallaba, el sello que contenía a Sebastián debería estar cerca del lugar que sirve de base al demonio. No estaba adentro de la casa eso era seguro. Algo con tanta energía oscura no podía haber pasado desapercibido ante sus ojos, o los de Bel, y si ambos fueron incapaces de sentir semejante energía maligna no había más que hablar… Esa cosa estaba afuera y debía estar cerca.
Por un momento llegué a sopesar la idea de que ese demonio matara a Sebastián, pero eso era poco probable, si él estuviese muerto, lo habríamos sentido, o al menos Bel… Cuando un tulpa muere hay signos en el entorno, y ninguno estaba presente. Él estaba vivo y seguramente necesitaba ayuda.
Continué mi recorrido hasta que finalmente la piedra blanca de mí colgante empezó a brillar, entonces corroboré que las palabras de Sebastián eran ciertas, Bel tenía grandes habilidades, se las había ingeniado para retener al demonio. En ese momento elevé mi collar hasta la altura de mi rostro y la piedra empezó a girar, hasta que mirando al oeste se detuvo.
Mi lenta marcha prosiguió por la maleza marchita. Sin dudas, la presencia del demonio había dejado su huella en el lugar. Los árboles muertos con troncos podridos, y el pasto seco era un aviso de que estaba en la dirección correcta.
—Sebastián… Tranquilo, ya voy.
Me detuve en una arboleda donde seis pinos viejos y secos parecían flanquear el paso a un viejo pozo. Doblé a la derecha y noté que al hacerlo mi collar, empezando a silbar giro sobre su propio eje. Me detuve un instante y contemplé de nuevo el pozo. Con calma decidí acercarme, detallando a cada paso que daba como la rotación de mi colgante se aceleraba más y más.
Tiré de la cuerda y la polea fija empezó a girar, estuve así hasta que la cubeta en el fondo ascendió hasta mí, allí encontré lo que buscaba, dos tablas de madera donde brillaban varios símbolos escarlata.
—Esto es… es lo que tiene apresado a Sebastián, debe ser eso.
Con fuerza tomé ambas tablas y empecé a azotarlas contra el muro de roca del pozo, esperando que mis magullados brazos fueran más que suficientes para desquebrajar aquel sello. Estaba segura de que al romperlas me dolería, pero Sebastián contaba conmigo, y no pensaba fallarle.