No quería ver, preferí irme de este mundo sin saber lo que estaba por sucederme, por eso cerré los ojos. No tardé en sentir sus colmillos clavándose en mis manos, pero no sentí dolor propiamente, era más bien un cosquilleo, una corriente eléctrica que sin herirme, bajaba desde mis dedos hasta mis codos.
Aquello se me hizo normal, la adrenalina a veces podía hacernos inmunes al dolor. Era común que hasta en tiroteos los heridos no sintieran un disparo. Al menos hasta que la sangre o los mareos le alertaran de lo que acababa de suceder. Supuse que estaba atravesando por una situación similar.
—¡No maldita cosa, las ofrendas! —escuché gritar al ocultista cuando las cadena que ataban mis muñecas se desquebrajaron, cayendo pedazos de sus eslabones sobre mi cabeza.
Abrí los ojos para ver qué sucedía, entonces vi sus filosos y resplandecientes dientes clavándose en mi hombro, intenté quitármelo de encima pero esa bestia, haciendo gala de una gran fuerza me arrastró hasta que, en fracciones de segundos me sacó de la casa y me llevó afuera con viento, con la noche y con la tierra mojada a causa de la llovizna que estaba empezando a caer. Mi uniforme se vio en buena parte cubierto de barro, mientras seguía siendo arrastrado, hasta que el animal se detuvo y me liberó.
—¡Bien hecho Sinjadev, ahora debemos entrar! —anunció un joven de piel morena, alto y cabello negro engominado que caía a los lados.
Era extranjero sin dudas, pude notarlo nada más al escuchar su acento. Lo había oído muchas veces mientras veía esas películas de la India. Su indumentaria constaba de una gabardina gris ceniza abotonada y un pantalón negro de campaña. No podía tener más de veinte años.
—¿Qué es esa cosa? —pregunté perplejo.
—Es mío, se llama Sinjadev.
—¿Tuyo? —dije tocando mi hombro con incredulidad—. Esa cosa me mordió y…
—Y no te pasó nada —aseguró él—. No puede lastimar a nadie a menos que yo lo deseé.
—¿Cómo es eso posible?
—Es complejo de explicar. Pero digamos que él es parte de mí, su energía es mía y viceversa.
—Eso no tiene el más mínimo sentido…
—Eso es irrelevante ahora ¿Cuántas víctimas hay adentro, señor? ¿Queda alguien vivo? —me preguntó aquel joven mientras se agachaba y ponía uno de sus dedos en mi frente.
Yo retiré mi cabeza rápidamente e intenté incorporarme, pero un dolor cerca del sartorio de mi pierna izquierda me hizo regresar al suelo.
—¿Quién eres tú? —dije viéndolo a la cara.
—Eso también es irrelevante en este instante, lo imperativo es saber cuántas personas vivas y muertas hay en esa casa.
—¿Para qué?
—Para saber a qué me enfrento —musitó él poniéndose en pie.
Aquel chico intentaba ver entre las penumbras de la casa. Pero para mi sorpresa la luz de las velas parecía haber disminuido, por lo que desde nuestra posición se hacía algo difícil escudriñar entre las sombras.
—Él vendrá pronto —le advertí—. Debo pedir apoyo.
—¿Quieres más muertos en tu conciencia? Había escuchado de policías que disfrutaban de las matanzas, pero tú exageras.
—¿De qué mierda hablas? Ese cretino va a salir de esa casa en cualquier…
—No saldrá —me interrumpió él—, al menos no por ahora.
—¿Qué? —repliqué perplejo.
—La entidad que acaba de descender a esa casa debe estabilizarse. El warlock que lo invoco debe mantenerse cerca suyo para atenderlo, hasta que él tenga la fuerza de valerse por sí solo lo cual será… —Aquel sujeto se detuvo para consultar un antiguo reloj de bolsillo—. En unos veinte minutos, poco más, poco menos.
—No entiendo ni una palabra de lo que dices.
—No tengo tiempo de explicarle a usted lo que está pasando, pero me gustaría que acudiera a sus buenas costumbres, para responderme la pregunta que le hice.
—¿Qué?
—¿Cuánta gente queda viva y cuántos muertos hay en esa jodida casa? —exclamó él alzando la voz.
Yo dudé unos instantes, No podía creer lo que acababa de escuchar, es decir, en el pasado me había enfrentado con locos y drogadictos, sujetos que se creían súper hombres y que a fuerza de mi bastón logré detener, pero ese maniático estaba a otro nivel.
Eran muchas cosas las que tenía en mente, no podía procesar todo, sin embargo, algo en lo más profundo de mi ser me incitaba a que le respondiera las preguntas a ese sujeto.
—Seis… —agregué al ver al domador con intenciones de volver a hablarme—. Cuando llegamos encontramos a seis personas muertas en esa vivienda, mi compañero es el único que está vivo.
—¡Gracias! —dijo casi en un susurro. Luego haciendo una leve reverencia con la cabeza se enrumbó hacia la vivienda, acompañado por su león.
—Voy a pedir apoyo —anuncié al poder levantarme.
—Ya le dije que eso no es sabio —comentó caminando hacia aquella casa.
—¿Entonces qué esperas que yo…?
—Nada… quédese allí y duerma si gusta, no le diré a nadie.
Estaba claro que no le iba a hacer caso a un civil, además Méndez se encontraba aún en esa casa, si ese tipo la cagaba ese asesino o el león podrían matar a mi compañero, así que con la mayor velocidad que mi maltratado cuerpo me otorgo, me dirigí hasta la patrulla.
Al llegar y abrir la puerta encendí la radio, solo para encontrarme con esa estática que de nuevo me hizo imposible comunicarme con la central. Entonces noté que no tenía mi teléfono conmigo, supuse enseguida que aquel asesino me lo había quitado cuando estuve noqueado.
—¡Maldito ladrón! —exclamé mientras me agachaba para buscar algo debajo del asiento.
Segundos después encontré un revólver Magnun Scylla con cilindro de ocho balas, «Seguro de vida», así lo llamaba mi compañero. Abrí el tambor y con alivio vi que aún tenía seis balas, así que amartillé el arma para regresar a la vivienda. Dispuesto a darle a ese cabrón la lección de su vida.
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Editado: 25.06.2020