Todo pasó muy rápido, en fracciones de segundos o tal vez menos. El hombre cubierto de cera y sangre, moviéndose a una velocidad exacerbada redujo la distancia que lo separaba del domador a solo centímetros. Sin que él pudiera defenderse, enterró su mano en lo más profundo del abdomen de aquel joven, que no solo me había salvado a mí, sino que acababa de ayudar a mis amigos.
Mis manos levantaron el revólver y ejecuté dos disparos que se incrustaron en los hombros del hombre de cera. Al tiempo que el domador usó su espada para con la empuñadura, propinar un contundente golpe en el cráneo a su atacante.
Un tercer disparo en la cabeza hizo que aquel ser infernal retrocediera un par de pasos. Pero nada más, las balas no lo derribaron. Entonces extrayendo su mano del estómago del domador me señaló con un dedo. Sin poder hacer algo al respecto, empecé a sentir como el aire en mis pulmones me abandonaba, siendo muy difícil reponerlo.
Con gran destreza el domador blandió su espada intentando cortar el brazo que le restaba al enemigo, esto mientras se cubría su malherido estómago.
—Ustedes son necios… la preocupación por los otros es su debilidad. Te mataré, mataré a los que intentaste proteger y te juro. ¡Juro por lo más grande, hacer matanzas en tu nombre! —exclamó aquel demonio al oído del domador.
—No vas a salir… de aquí —replicó el hindú jadeando débilmente.
—¡Sí, lo hare! —gritó él con una fuerza que me aturdió—. Y esta será la última noche que veas.
El domador lanzó tres cortes, pero solo en el último fue capaz de herir al adversario. El espadazo le abrió el estómago, de donde empezaron a brotar cucarachas y gusanos que, cayendo al suelo, empezaron a subir velozmente por las paredes aledañas. En aquel momento fui capaz de respirar un poco mejor, entendiendo que los ataques de aquella arma debilitaban la influencia que ese demonio ejercía en los alrededores.
—Creo que dependes mucho de tu mascota —comentó el hombre de cera tomando por el cuello al domador. Mostrándose además, indiferente al corte en su abdomen.
Su fuerza fue suficiente para arrojarlo contra la pared que tenía a pocos centímetros a su derecha, luego de eso el pobre hombre cayó al suelo, perdiendo su espada que rodó hacia atrás, cerca de mí.
El hombre de cera descendió sobre mi nuevo compañero, empezando a asfixiarlo con el brazo que le quedaba, mientras su espada centelleaba a poco menos de dos metros de mí. Así que dejando mi revólver a un lado, empecé a acercarme a ella, Sin embargo, parecía que por cada centímetro que me acercaba a ella y al hombre de cera, mis dificultades respiratorias volvían gradualmente.
El domador luchaba fieramente por zafarse, asestando fuertes golpes contra el rostro del enemigo. Mientras eso sucedía, el poco aire que podía inhalar era apenas suficiente para que yo no perdiera la conciencia, por lo que, si deseaba ayudar, debía ser rápido. Me arrastré por el suelo hasta que finalmente tomé la empuñadura de aquella arma.
Ardor… eso fue lo que sentí. La espada empezó a quemar y ampollar mis dedos, como si no me considerase digno de usarla. Ni mis gruesos guantes me ayudaron, aquella temperatura simplemente era insoportable, aunque curiosamente al tocarla mis problemas respiratorios desaparecieron.
Me saqué la camisa y usando la tela de su parte inferior fui capaz de tomar el arma en mis manos. Sin embargo, sentí que esa protección no me duraría mucho, pronto quemaría la tela junto a mis dedos… Así que avancé hasta ellos y con la punta curvada del arma hacia arriba, atravesé el hombro de aquel ser infernal.
La adrenalina repuso mis fuerzas, y yo, aprovechándome de esto lo empujé hacia atrás, hasta que logré sacárselo de encima al domador. Seguí embistiendo al adversario hasta obligarlo a levantarse. Cuando logré alejarlo un par de metros, tropecé gracias a las baldosas que estaban levantadas en el suelo, por lo que caí sobre él, hundiendo más la espada en su cuerpo.
El hombre de cera empujó mi cara, intentando apartarme de encima de él, pero no me rendí, e intente deslizar la espada más hacia abajo, a fin de desgarrar su caja torácica. Aquel demonio, tal vez adivinando lo que me proponía, me encajo un contundente golpe que estuvo a punto de dejarme inconsciente.
—Tu. —Empezó a reír el demonio—. Tu no estas protegido por ningún ángel… Lo que hagas con esa arma no tendrá efecto en mí.
—¡Con joderte un poco me conformo! —repliqué.
—Eres nada comparado conmigo… Pero tal vez pueda usarte, este cuerpo ya está muy dañado, te honraré volviéndote mi nuevo contenedor.
—A dónde vas no necesitas cuerpo —gritó el domador, que incorporándose logro arrodillarse en el suelo —. ¡Levántese, oficial!
Al escuchar aquello vi una luz dorada apareciendo en el suelo, apresuradamente me quité de encima del hombre de cera y rodé por el piso donde me corté con varias astillas de madera, clavos y fragmentos de baldosas que quedaron desperdigados allí.
Cuando me levanté pude ver algo afuera de la casa, desplazándose como una centella. Era el inmenso león azul que regresaba corriendo, este atravesó la barrera amarillenta y se lanzó sobre su amo. Al momento de tocarlo, el animal se convirtió en una densa niebla azul que pareció envolverlo. Todo mientras él mantenía sus manos en el suelo, en torno a un extraño sello, hecho con su propia sangre.
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Editado: 25.06.2020