Un...¿pacto?

EPÍLOGO

Escuché su grito cómo cada noche.

No podía entender...comprender ¿porqué mi pequeño? ¿porqué  él, Dios mio?

Presurosa caminé a su habitación y empecé a recoger todo lo que resultara peligroso, sin acercarme a él, sin mirarlo. El seguía moviéndose cómo si convulsionara, parecía un lombriz sacada a jalonasos de la tierra o un pez brincado en la orilla del mar y apesar de ser una escena tétrica; una sonrisilla, que pude parar a tiempo, quería escapar.

Continuando con mi labor fui con cuidado hacia él y una risa de desquiciado empezaba a sobresalir entre sus labios.

Mi fin se aproxima. 
 
- Sigues haciendo lo mismo cada vez, nunca te cansas- dijo, soltando risas ligeras que alentaban mi alma pero atemorizaban a mi corazón - Pero todo acabará, todo acabará, todo acabará...
 
Repetía lo mismo una y otra vez, miraba a los lados y sonreía, era su ciclo sin fin. Queria hacer algo pero yo ya no puedo hacer nada mas quedarme estatica esperando por algo. 

No alterarlo, No alterarlo. Jamás lo alteres.

Al rato su voz empezó a ser un susurro y alcé la vista; ahí estaba mi niño, mi bebé, sudando y jadeando con su mirada perdida y fria. No se movía, no me miraba, solo respira y yo ya no sabia que hacer para quitar este vacío de mi pecho al mirar la misma escena todas mis tristes noches.

Otra vez lo había perdido.

Lentamente su mirada recayó en mi y me evaluó, evaluó la habitación y con una parsimonia que se la alaba el mismo santísimo Papa fue abriendo sus labios. Para ese entonces un sudor fría ya recorría mi espalda. 

-Fuera- musitó débilmente. 

No esperé ni un segundo y salí de ahí. Era lo mejor, me decía siempre; así no pasará nada, me recordaba; algún día todo mejorará, esperaba. Pero lo que nunca me imaginé es que todo su esfuerzo, al final, no valiera la pena.

Nunca resultará por el camino en que va.


Lloré por los pasillos, sollocé hasta el amanecer y desperté acurrucada en la esquina de mi habitación con la constante pregunta: ¿pude haber cambiado su destino al menos una vez?

Sin respuestas y en un satisfactorio modo automático emprendí mi camino hacia la cocina para preparar el desayuno que él siempre me pedía. Como de costumbre, apareció al yo terminar de hacer el último tostón y con una sonrisa deslumbrante me abrazó y besó.  

Dios, como lo amo. 

Se sentó al frente mio dándome la espalda y colgando del mesón de la cocina. Balanceaba sus pies y comía en silencio; yo solo lo veía. 

Podría hacerlo por horas. Mi mejor creación.

Al terminar dejó tirado el plato y salió corriendo a su cuarto. Nunca entendía esta parte pero su alegría era lo que me gustaba. Su constante alegría que al llegar la noche se esfumaba.

Cada noche era peor. Mi niño empeoraba, no solo por lo que le pasaba sino por lo que le atormentaba pero...esta vez fue diferente, esta vez marcó una final... uno que acabó con su risa estridente y macabra.

No escuché el grito, escuché una respiración. No sentí los golpes en la pared, sentí algo recorrerme. No salí disparada esta vez pues, algo impedía moverme. Y lo peor, totalmente lo peor: 

ya no era la encarceladora sino la encarcelada. 

Y estaba preparada. Dios sabe que lo estaba, pero no todo sale como se espera y se prepara. 

Esa noche fui yo. Esa noche se sucumbió ante el recuerdo. Esa noche la sangre cubrió el cuarto. Y esa noche...el pacto fue sellado. 

O eso era lo esperado. 



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 09.10.2020

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