Ya es ésta la segunda semana de terapia. No sé si emocionarme o seguir sumergida en la amargura y desespero por hallar mejora en mi bienestar psicológico y emocional. Mi psiquiatra es muy interesante. Hoy saldré un poco más temprano, iré primero a dar un paseo por el Jardín Botánico. Me agrada la vista, es como un mini bosque dentro de la capital. Me llevo un termo con café y un par de sándwich para comer mientras solo observo la densa naturaleza y escribo la primera pagina de mi diario.
Durante el viaje corto de veinte minutos, al tráfico se le antoja embotellarse (trancado por una interminable cola gracias a un accidente de tránsito). Aunque la empatía por lo que pasaba no desapareció de mí, no evitaba tampoco el causarme molestia. No quiero llegar tarde a ninguno de los dos lugares. Miro a los lados buscando un taxi y encuentro que más arriba está ubicada la estación del metro La California; bajo hasta la zona de trenes y tomo el siguiente hasta la estación Plaza Venezuela. Salgo, y allí tomo una busetica que me llevará al Jardín Botánico.
Cinco minutos y estoy ahí. ¡Es mi espacio favorito, uno mágico dentro de la ciudad! Quizá porque suele llevarme al lugar donde crecí; trayendo consigo gratos y amargos tiempos en mi memoria.
Pero al mismo tiempo no paro de pensar en el Doctor Rafael Silva. Aún llevo en mi olfato su perfume, un olor a trono de reyes, se podía percibir que no era cualquier perfume. Su fragancia había transmutado el almizcle de toda colonia barata; me inspiró su actitud, su carácter, pero también su nobleza. «Para ser psiquiatra guarda mucha humanidad». Me imaginaba alguien más… no sé… más amargo, tal vez.
Ya he paso media mañana recorriendo el Jardín. “Para ser más exacta, un par de horas y debo llegar antes de la una a la consulta”. El lugar ya no será la clínica; por ende, no debo demorar. Tomé el bolso, mi diario y partí.
La ansiedad de ver de nuevo a aquel hombre y conocerlo un poco más, hacía que lloviera muy dentro de mí crisantemos y margaritas. Él se estaba convirtiendo en el motor inspirador para dar el salto a toda barrera. Cabe destacar que aún no conozco toda su vida, ni si realmente es lo que a modo superficial se puede observar, pero… Me animó a conseguir otro camino. En mi cabeza rebotaban como bolas de pinball un sinfín de ideas y fantasías. Nunca he estado enamorada. Y Ráfael me movía cada pieza neuronal como si fuera yo un tablero de ajedrez.
Me sentía confundida. No sabía si odiaba sentir esto tan extraño, o, únicamente era la imaginación en mi cabeza. Ya casi llego, desde lejos puedo observar una estructura muy gris, claro… —está construida en ladrillos de obras limpias—, sin embargo, no dejaba de causar cierta impresión misteriosa; y ahora soy yo quien está aquí. «Tengo que poner de mi parte durante la estancia en terapia. Más, si quiero conquistar al médico tratante». No se los había contado, pero me prometí detallar cada gesto, cada palabra, cada acción mientras lo mantengo cerca de mí.
¡Por Dios! ¿A quién se le ocurre? ¡Hombre pa’ hermoso! Les cuento que estoy en la sala de espera. Lo he visto pasar varias veces, esa bata blanca, ese perfume, aquel modo de caminar con imponencia. Lo disfruto; tal vez él ya lo sepa. Acá si hay gran cantidad de pacientes, me toca esperar. Ahora bien, cabe resaltar que los nervios me carcomen. Él notaba que yo lo estaba observando, lo pude mirar con el rabito de mis ojos. Me miró de una manera picara. No sé si soy una simple ilusa, pero la forma en que me mira me encanta.
Ya casi es mi turno.
—Úrsula. Adelante. —aquella voz azucarada resonó en mis oídos.
—Creí que no vendrías.
—Pero acá estoy.
—Ven, siéntate acá. ¿O prefieres el sillón? No suelo hacer esto con todos. Pero mereces un trato especial
Sus ojos… los pude mirar más de cerca. Eran algo oscuros y de mirada esquiva. Quizás algo de nervios, quizás no. Quizás yo solo estoy alucinando despierta viéndolo actuar.
—Estoy cómoda en la silla, gracias. «¿Quién es usted realmente?» —esta pregunta rebotaba una y otra vez.
—Disculpa. ¿Dijiste algo?
—¡No, no, siga!, yo estoy esperando a que usted inicie mi sesión de hoy.
—Bien, dame unos minutos y coloco otra silla acá.
—¿Para qué la otra silla? Si puedo saber, claro.
—Sí, si… de hecho, debes de saberlo. Te hablaré un poco acerca de esto. La silla, es porque hoy vamos a traer una invitada. ¡Te preguntarás a quien! Lo cual es normal. Deberás sentarte en la otra silla frente a ella. Ahora bien, dijimos que había que iniciar por limpiar la mente, pero no sin antes de presentar una renuncia, un divorcio, una separación definitiva de la depresión. !Sí, así como lo oyes! No podemos limpiar la mente sin antes reconocer que el problema de todo radica en ella, y la ansiedad es el resultado de lo que no puedes controlar por haber permitido que las circunstancias se aprovecharan de tus emociones. Es hora de soltar, de dejar ir de tu vida aquello que te hace perder el equilibrio, aquello que te perturba. No lo pediste, y hay que reconocer que lo has hecho bien, pero debemos de cambiar la perspectiva de esto desde ahora y para siempre.
Soy psiquiatra, pero no me hace nada especial. También he pasado por momentos que no han sido para mí nada agradables. Sin embargo, tuve la oportunidad de poderme controlar y evitar que me afectaran en todo lo posible.
Cuando perdemos el control sobre nuestros pensamientos, sobre nuestras emociones, el entorno logra dominarnos, inclusive, las circunstancias terminan poseyendo todo con gran facilidad hasta llevarnos al borde de un abismo del que difícilmente podamos salir sin ayuda de un profesional. Te has aprendido a autoevaluar y a autosugestionar de una manera en la que pocas personas razonables lo harían, allí tienes una puntuación diez de diez. Por ello decidí seguir dándote una mejor ayuda es un poco más cómoda para ti en referencia a los gastos. Y cuéntame… ¿Qué sentiste al entrar? ¿Cuál fue tu primera impresión?