Capítulo 38

Hace un par de días desde aquel beso con Sheila y aunque ahora con perspectiva del tiempo lo pienso y sigo sin entenderlo me he dado cuenta de que la vida es un constante cambio  en el que nos debemos de adaptar según la expectativa de los hechos vividos.

Si la vida me ha querido meter en esta tesitura tal vez me tenga que dejar llevar y caer finalmente entre sus brazos.

Sus palabras descansan sobre mi cabeza una y otra vez, de principio a fin y con distintas versiones. En cada versión me imagino que actuo de una forma totalmente distintas. En unos momentos me imagino que la cojo y me fugo con ella a una isla paradisiaca. En otros totalmente distintos me imagino que salgo corriendo y que paso rotundamente de ella pero que al tiempo vuelvo para recuperarla al pensar en esas palabras. Es algo complejo que solo un loco como yo podría llegar a comprender ya que soy yo quien está enamorado de ella.

—Jacob, creo que deberías de venir —irrumpe Hector en mi más absoluto empanamiento.

Voy corriendo detrás de él, no me ha dicho para que es, sí porque ha conseguido una forma de escapar o algo que ha ocurrido pero no pierdo ni un segundo.

Llegamos hasta la misma puerta de George, esto no pinta nada bien.

—Es George, está muy mal —deja caer sus palabras sobre mí, como si lo vertiera en un pozo sin fondo.

Entro rápidamente casi sin pestañear. Escucho levemente la nula respiración de George. No tiene buena pinta.

—¿Cómo estás? —le pregunto acercándome a sus dominios.

Tan solo me mira, sus ojos no muestran nada de optimismo, están apagados, casi no muestran energía. No habla. Me hace pensar en la suerte que tengo ahora mismo en poder ser yo quien pueda ser capaz de sacar palabras de mi boca o moverme a donde yo quiera.

Seguramente sea eso mismo lo que esté pensando George mientras me observa aunque conociéndolo seguramente esté pensando en su familia y en la mala decisión que tomo entrando aquí porque ahora no se va a poder despedir y las únicas personas que hay a su lado son completamente desconocidos.