Capítulo 1: Atentado terrorista.
Dasha.
Chicago, Illinois. Estados Unidos.
03 de noviembre, 2018.
Desde pequeña los trenes siempre fueron mi pasión. Todo comenzó cuando en mi niñez íbamos a visitar a mis abuelos en un pueblito cercano a pocas horas de casa, al auto de papá se había dañado por lo tanto debimos de usar como medio de transporte el tren de la ciudad. Era primera vez que los veía y me subía en uno. Quedé tan sorprendida e intrigada que les hice prometer a mis padres subir a uno nuevamente. Ellos, un tanto extrañados por mi deseo sin replicar lo concedieron, y es que también ser hija única tenía sus privilegios.
Cuando los viajes fueron más constantes decidí entender por mí misma como esa caja metálica podía moverse sin electricidad. Por las noches, con todas mis tareas listas y apunto de dormir, me dedicaba a investigar todo sobre trenes. Una de esas tantas noches mamá me encontró durmiendo encima del cuaderno que había elegido para escribir todas mis anotaciones. Ella luego de colocarme en mi cama y cubrirme, los leyó y se dio cuenta que los trenes ya no era una curiosidad, eran mi afición y que en un futuro, cuando me tocara ir a la universidad mi carrera tendría algo que ver con ellos.
Es por ello que a la semana siguiente me llevó a la estación a la cual acudíamos a ir cuando visitábamos a mis abuelos. Me extrañó estar allí entre semana y más cuando nos acercamos a un tren que estaba fuera de servicio. Allí, dentro del tren estaba el maquinista, tal parecía que mamá había hablado con él y le había explicado mi afición por los trenes. El señor muy sorprendido de que una niña de ocho años pensaba solo en trenes y no en muñecas se ofreció a ser mi tutor y enseñarme cada cosa que deseara.
Y así fue como diez años después terminé en la universidad de Londres con una beca completa en la carrera de ingeniería ferroviaria. Durante mis años allí conocí a Ethan, un estadounidense proveniente de Indiana. Al principio fue muy difícil hablar con él por el idioma, mi inglés no era perfecto y mi acento muy marcado, aunque él tampoco la tuvo fácil. Los británicos tenían su acento y algunas palabras no entendibles para Ethan.
Nos veíamos en todas partes, estudiábamos la misma carrera y estábamos en el mismo curso de inglés. Él más avanzado que yo, claramente.
Ethan me ayudó demasiado con respecto al idioma y yo a él con los estudios. Tuve la idea de enseñarle ruso pero a la tercera lección decidió darlo por pérdida de tiempo porque según él, “El chino es más fácil que el ruso, no entiendo un carajo lo que dices y menos lo que escribes” es por eso también que odia que hable mi idioma.
En algunas vacaciones de verano o navidad fui a su casa y él a la mía. Mis padres lo adoraban y los suyos a mí. Nuestra meta fue que trabajáramos juntos, pero debido a que yo decidí regresar a mi país y él al suyo, esa meta fue aplazada hasta hace unos tres meses cuando Ethan me comentó que en la empresa donde trabajaba estaban buscando alguien capacitado para trabajar con él en un proyecto.
Y así fue como un mes después terminé en la Autoridad de Tránsito de Chicago, o más conocido como la ATC, trabajando con mi mejor amigo.
—Debes de estar en la estación a las cinco para que tomes el recorrido—me recordó Ethan para después llevarse un buen trozo de panquecas con nutella a la boca.
Asentí para que supiera que lo había escuchado mientras tomaba de mi batido de fresa.
—Lo sé, me lo has estado recordando desde hace una semana—mordí mi sándwich de doble queso con mantequilla. Estábamos desayunando en Fabiana’s Coffe. Cuando llegué a Chicago moría de hambre, el viaje había sido muy largo y solo tenía en el estómago unas galletas que a duras penas me las comí en el vuelo debido a las náuseas. Ethan tenía cuatro meses de haberse mudado a la ciudad y había escuchado de una cafetería cerca de la ATC, desde el momento en el que entré, el lugar me encantó, todo era cálido y agradable, el ambiente era ligero y el menú delicioso. Desde ese día se nos hizo costumbre desayunar o tomar café en las tardes en esa cafetería.
—Conociéndote se te puede olvidar, últimamente vives en las nubes.
—Es que tengo un mal presentimiento—mi mejor amigo rodó los ojos.
—Ya te dije que nada va a pasar, seguramente viste alguna película de terror y ahora piensas que te pasará algo malo.
—No es eso, imbécil.
—Cálmate, nada pasará. Estarás en un tren con personas especializadas en las líneas, no te vas a perder—intentó tranquilizarme, pero me decía que algo malo pasaría, tal vez hoy o mañana o incluso en una semana. Solo lo sabía—. Además, irán a una velocidad demasiado moderadle y dejaran un carril para ustedes. No va a haber ningún tipo de riesgo.