Una joven de cabellos castaños, se había puesto a recorrer el camino de los adarves para mirar cómo estaba la situación a la parte exterior de las murallas.
Hacia donde miraba, solo veía muchas rocas y pedazos de madera tirados por algunos lados. Pero sin ver un solo soldado de los que atacaban horas antes.
Valerian, no era la misma, no lo seria jamás.
Las maravillosas historias y leyendas que crearon de sus ciudades, y que sus ciudadanos crecieron escuchándolos, no existía más.
Lo único que tenía en pie a este reino, era que aún mantenía la imagen de los cuentos que alguna vez el mundo escucho de ella.
La esperanza que esos días volvieran otra vez, no se apagaba.
Después ella volvió sobre sus pasos, regresando hasta el palacio real.
Se encontraba la joven comiendo nerviosamente en una larga mesa.
No estaba sola.
Cerca de las esquinas de la mesa estaban las sirvientas que esperaban una orden.
Pensaba en la situación como estaba su reino y los ciudadanos.
Esto la hacía sentir mal; viendo que ella estaba comiendo un delicioso platillo, y a sus extremos acompañaba varias cucharas, comenzando del interior al exterior, desde los más grandes, hasta los más pequeños.
Mas adelante estaba sobre una limpia tela; varias frutas en unos platos. Estaban puestos uno sobre otro, haciendo parecer una forma triangular.
En otros platos estaban más alimentos de varias y diferentes frutas. Junto a ellos, unos pequeños platos que tenían carne.
Por su mente pasaban las mismas imágenes que había visto los días anteriores.
De pronto, dejo de comer. Alzo la voz y dijo:
—Salgan.
Las sirvientas obedientes como habían sido educadas, salieron una detrás de otra de la habitación.
Simplemente se quedó sentada sin hacer ningún movimiento.
Empezaron a caer sobre sus mejillas, unas pequeñas gotas de un líquido salado.
Cayó al suelo y desesperadamente empezó a llorar, cubriéndose el rostro mayormente con las muñecas de la parte interior.
Mientras se revolcaba en el mismo sitio sobre el piso. La alfombra hacia desaparecer el líquido que salía de sus ojos. Y muchas otras, se deshacían cayéndose sobre sus ropas.
Mientras la cena se enfriaba; unas pequeñas velas encendidas, aparte de las lámparas que alumbraban desde las paredes, acompañaban a la comida que estaba sobre la mesa.
Las solitarias velas que estaban cerca de la comida y que alumbraban poco, eran los únicos testigos ver a alguien retorcerse sobre el suelo.
Ahí, donde antes había cenado un sin número de veces junto a su Padre y Madre, un lugar lleno de recuerdos, hoy estaba vacío.
En un silencioso, pero en un tremendo estallido de dolor en que estaba sumida la persona en el piso, rotundamente se detuvo.
Dejo de raspar la alfombra con sus uñas y se puso de pie.
Se sentó nuevamente en la silla y empezó a comer.
Con la mirada puesta al frente, pero sin mirar a un lugar específico. Olvido por un momento que cuchara correspondía con el plato que estaba comiendo.
Estando satisfecha, se retiró a su alcoba para descansar.