Varios caballos recorrían las calles más transitadas.
Sobre estos animales estaban Los Caballeros Reales del Reino y en medio de ellos; su soberana absoluta.
Miraba a muchos lugares buscando algo y deteniéndose de vez en cuando cerca de hombres o mujeres de grandes cuerpos.
En uno de esos recorridos, se escuchaban muy lejos; gritos y golpes de espadas golpeándose entre sí.
Seguía la comitiva sin hacer caso a esos ruidos.
En una ocasión se detuvieron en un lugar. Y la persona con mayor rango entre ellos, le había gritado a un hombre.
—¿Eres un héroe?
—No, no lo soy su majestad —había respondido rápidamente un hombre, al mismo tiempo que se arrodillaba.
—¿Quieres serlo?
—Soy campesino, no guerrero, su majestad —Había vuelto a responder.
Llegaron hasta el gremio de aventureros, y uno de los soldados se bajó de su corcel y entro.
Después de unos momentos el salió. Se subió al animal nuevamente y se movió a otro lugar, mientras los demás lo seguían.
Repitió lo mismo llegando al gremio de magos. Solo que esta vez, el soldado dirigió unas palabras a todos:
—Niños.
Se habían alejado mucho del sonido de las espadas y cualquier ruido que acompaña a estos.
Ella, junto con los soldados, habían estado dando vueltas por la ciudad, buscando alguna solución.
Encontraron a varios hombres sentados sobre las piedras y acomodados en la pared de una casa.
Uno de ellos llevaba túnica con capucha oscura, pero él no se cubría el rostro. Si no que este la veía con curiosidad.
—¿Quién eres? —La reina, pregunto al joven.
—Vine de otra ciudad —El, respondió.
—Dime tu nombre —Volvió a preguntar
—Alberto...
—Revísalo —Dijo a uno de sus caballeros.
Este soldado se bajó y obligo al joven que se ponga de pie y estire sus brazos contra la pared.
Mientras buscaba entre las ropas algo que lo incrimine, otro soldado bajo y se acercó a ellos. El soldado que lo estaba revisando; solo hallo una pequeña bolsa de monedas y una daga en su cintura.
Tomo las cosas y lo indico a la reina. Ella lo vio y dijo:
—Tú no eres de aquí, ¿Verdad? ¿Acaso eres un ladrón que huyo de algún lugar?
—No soy ladrón, soy un viajero, su majestad.
Al ver que nada lo incriminaba. Devolvieron sus pertenencias para seguir avanzando. Los soldados subieron a sus corceles y empezaron a seguir su camino.
El joven veía a todos los caballeros alejarse. Pero veía más la espalda de la mujer con curiosidad.
La reina, volteo su mirada hacia atrás, para ver a esas personas por última vez. En ese momento, el bajo su mirada.
Cuando volvía a sentarse de nuevo, vio a tres caballeros regresar rápidamente sobre sus pasos.
Estos al llegar donde estaba el joven y los otros, se bajaron y uno de estos dijo a todos:
—¡No se levanten!
Todos los caballeros que antes se retiraban, se acercaron galopando.
—Joven; olvide preguntarte algo importante... ¿De dónde vienes exactamente? ¿Eres un espía del reino que nos está atacando? ¿Cuál es tu nombre completo? ¡¿Alberto, que?!
El joven al verse amenazado, respondió:
—Me llamo Alberto Santander, y estos hombres que ve a mí lado, no los conozco. Solo me senté aquí a descansar.
—¡No te creo! ¡¿Quién eres?!
(No tienes ningún papel que avale de dónde vienes. Además; tu forma como tratas de arrodillarte) Pensó.
El joven sintiéndose que podría morir ahí mismo, volvió a responder:
—Su majestad, yo...
—¡Sin mentiras! —Ella increpo.
América, vengo de allá, soy americano —Contesto.
Sin decir exactamente su país, el respondió de esta manera.
La reina hablo bajo con uno de sus soldados.
Todos los presentes, incluida la reina empezaron a gimotear.
Todos los presentes, incluidos los hombres de su lado; vieron al joven con una sonrisa. Después empezaron a reírse de él.
El joven, se sentía frustrado, como alguien que lo hubieran pisoteado su dignidad, al ver a todos burlarse.
El solo quería irse de ahí.
—Hemos perdido el tiempo aquí —La reina, dijo con una leve sonrisa.
La caballería, retomaron el camino que seguían al principio.
Mientras los hombres a alado del joven, parecían no querer detener sus carcajadas, por lo que dijo momentos atrás.
Uno de los hombres, se acercó al joven y le dijo:
—No sé qué te hayan dado cuando lo compraste, pero búscate otro que te lo venda.
Esto último hizo que los demás oyeran y aumentaran más la risa.
Haciendo que el joven se aleje de ellos. Mientras uno le gritaba:
—¡Oye americano! ¡Regresa a ese continente tuyo, a esa América que solo existe en tu mente! ¡Vuelve a ese lugar que nadie ha visto! Jajajája