Era la segunda vez en su larga existencia en que Valery se sintió nerviosa. La primera vez fue hace mucho tiempo.
Inglaterra 1325.
Comenzó a llover antes que pudieran llegar a la cabaña. El jinete apresuró el trote de su caballo y lograron resguardarse bajo el porche.
Por supuesto que Valery le hizo pasar, avivó el fuego en la chimenea y fue por una manta para él. Ella se tardó un poco para ir a despojarse del vestido mojado.
Estaba acostumbrada a que hombres visitaran su hogar, sabían cuál era su oficio además de brindar un lecho caliente y un plato de sopa a sus visitantes.
Sin embargo, aquellos eran solo rumores pues ninguno conseguía mayor atención de su parte ni despertar al día siguiente.
Mientras aquel visitante comía, ella fue a sentarse junto al fuego. Por alguna razón se sentía nerviosa bajo la mirada de ese hombre. Sus ojos verdes la escrutaban con detenimiento, pero se mantenía a distancia.
Ningún mortal podría causarle daño, por supuesto, pero el silencio entre ambos le provocaba un mal presentimiento.
— Le seré sincero señorita — habló cuando hubo terminado de comer —. Solo busco un lugar para dormir mientras duren mis negocios en la villa. ¿Puede ayudarme con eso? Le pagaré bien — añadió sacando una bolsita de cuero para dejar un par de monedas en la vieja mesa.
— Por supuesto — respondió levantándose para coger la luz y guiarlo a una de las habitaciones —. ¿Es todo lo que necesita? — preguntó en tono cordial quitándose el chal que la envolvía para resaltar su generoso escote.
Él observó la habitación un momento antes de volver la vista hacia ella quien se había quedado en el umbral de la puerta.
Se acercó a ella para tomar la luz y dejarla en una pequeña repisa. Valery sabía lo que seguía a continuación. Un par de besos para después terminar con su vida. Era fácil.
Sin embargo, le escuchó suspirar con pesar antes de tomar el tejido hecho a mano y ponerlo de nuevo sobre sus hombros. Lo cerró cruzando la tela sobre su pecho y le miró a los ojos.
Aquella mirada decía tanto para ella. Todo menos temor y lujuria desenfrenada. Era más bien algo que se asemejaba al cariño.
—¿Cuál es su nombre señorita? — inquirió acariciando su mejilla.
— Valery, señor.
Él sonrió y se inclinó hacia ella para depositar un pequeño beso en la comisura. Era tibio como la yema de sus dedos.
— Descansa Valery.
Hoy.
No es que le faltara el aire, no era necesario, pero respirar lentamente le estaba ayudando un poco.
Tocó la puerta y esperó a que Royce apareciera. No estaba segura si él se encontraría ahí, pero lo intentaría.
La única confusión que tenía en mente era el ¿Por qué? ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué continuaba? ¿Por qué había dos partes de ella tirando cada una por su lado? Una insistiendo sobre sus instintos y la otra tratando de apaciguarlos.
Tocó de nuevo pero sus nudillos quedaron en el aire cundo la puerta se abrió.
—¿Valery?
— Hola Royce.
—¿Qué haces aquí? — dijo viéndola de pies a cabeza.
— Bueno. Yo quería... Quiero disculparme contigo por cómo te traté el otro día y... No debí. No es tu culpa que yo... Que yo sea quien soy — habló bajando la mirada.
— Por qué no pasas — dijo con una sonrisa torcida.
Valery accedió con una sonrisa. Charlaron un rato en el sofá como dos amigos cualesquiera. Con la diferencia que a Royce se le hacía un tanto difícil seguir la conversación pues se distraía constantemente con tanta piel que ella exponía.
Todo gracias a las ideas de Patrick, decía que eso le haría las cosas más fáciles. Claro que todo era un juego de engaños y conquistas. Pero Valery se sentía un tanto... Acalorada, si es que eso era posible en ella, al ser consciente de la atención de Royce sobre su cuerpo.
— Por cierto. Tengo algunas fresas que traje del supermercado. Creo que aún están bien — dijo dirigiéndose a la nevera —. Sí no te importa comerlas así.
— Así estarán bien. No te preocupes — respondió cruzando las piernas.
Valery sonrió para sí. "Siempre tan dulce.
Talvez el experimento planeado para hoy no será tan malo después de todo". Pensó al verlo regresar al sofá.
Ésta vez Royce se sentó más cerca de ella. No sabía si eso era una de las medidas a tomar en cuenta para hacerle más fácil las cosas a Valery. Pero al ver que ella no se mostró incómoda con su cercanía continuó en su sitio.
De pronto las risas y las bromas se hicieron presentes cuándo Royce ya llevaba la tercera botella de cerveza.
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Editado: 02.08.2018