Londres. Invierno 1327.
Las cosas no habían salido según lo planeado. Valery no entendía como habían descubierto sus movimientos.
Había escogido para un lugar para que él se mantuviera seguro hasta que ella se hiciera cargo de aquellos dos. Pero sin rendirse ahora corría tras ellos para impedir que lo alcanzaran.
Dos días de viaje no eran nada para un par de criaturas jóvenes como ellos. Ni siquiera la nieve que había borrado sus huellas eran un obstáculo, tenían recursos mejores para rastrear.
Su olor. Aquella esencia que Valery tenía impregnada en su memoria podía identificarla desde cualquier lugar a una distancia lejana para lo que usualmente utilizaba sus habilidades de rastreo, que no era muy frecuente pues su comida llegaba literalmente a sus puertas.
Sabía que él estaba herido, podía sentirlo. No era necesario verlo o palpar sus heridas, era una conexión intensa la que los unía haciendo de sus sensaciones se compartieran.
Pero tampoco estaba completamente desprotegido. Valery le había enseñado todo lo necesario para acabar con la existencia de un demonio como ella, aún si tuviera que apuntar su arma contra ella misma. Así que estaba segura que él sabría defenderse en el momento necesario si ella no estaba en ese preciso instante. Pero no por ello se confiaba, más bien luchaba por llegar primero a su lado para defenderlo hasta la misma muerte.
De todas formas, ninguno de sus contrincantes ni ella podían aspirar a la redención por sus almas maldecidas, así que no tenía nada que perder. Salvó a él. Pero su existencia era un precio que estaba dispuesta a pagar con tal de salvar su vida y su alma.
Por fin llegó al punto de encuentro. Sin bajar la guardia se aseguró de que estuvieran solos antes de que él continuara por un camino seguro. Tenían poco tiempo, estaba por amanecer.
—¿Te encuentras bien? — inquirió con sincera preocupación revisando su cuerpo por completo.
— ¿Y tú? ¿Estás bien? — preguntó sujetando con delicadeza su rostro.
— Tus manos están frías. — Se lamentó frustrada por no poder transmitirle calor con su cuerpo.
Pero sus labios desesperados la tomaron por sorpresa. Valéry correspondió a su apremio, pero se separaron pronto. No era momento para romance.
Una vez más, Valery deseó poder brindarle calor con su cuerpo, el viento soplaba con un frío tremendo y al no poder encender fuego para no revelar su ubicación él tendría que esperar hasta mañana.
Ya faltaba poco para su destino, una colina más y llegaría al monasterio. Ahí estaría seguro.
Las primeras luces comenzaron a rayar el cielo. Valery sintió sus fuerzas decaer en el suelo de aquella vieja casucha. Sintió sus dedos acariciando su cabello hasta que ella fue cayendo en el sueño profundo del día.
Al comprobar su estado y ver la poca luz del sol a través del cielo nublado, salió al exterior envuelto en su capa para continuar el camino. Era el último tramo, luego de ello estaría lejos y buscaría la forma de ayudar a Valery. Pues no iba a quedarse escondido cual cobarde esperando que ella luchará sola. Claro que no.
Por eso el monasterio era el lugar correcto. Incluso puede que, si hablaba en favor de ella, lograra salvar su alma. Redimirla y liberarla de su condena.
El suelo blanco bajo sus pies se encargaba de hundirlo donde la nieve era más profunda. Las heridas del frío ya habían hecho mella en su piel, pero las bajas temperaturas se encargaban de adormecer sus piernas hasta sus rodillas para no sentir tanto dolor. Sus nudillos estaban rojos y brillantes por la piel tirante al llevar sus manos cerradas. El frío había golpeado sus pómulos y su nariz haciéndole enrojecer.
Pero solo le quedaba menos de un día de camino, en realidad medio día. Medio día para llegar a su destino y volver por ella.
Sin embargo, un gruñido a sus espaldas le dijo que quizás no lo lograría.
Londres. Hoy.
Royce corría desesperando por aquel callejón oscuro sin saber hacia dónde dirigirse. Los charcos de lluvia le hicieron caer un par de veces dándoles la ventaja a sus captores para que lo alcanzaran.
Podía escuchar sus pasos apresurados tras él maldiciendo por qué se escapaba.
El eco del disparo fue lo que indicó a Royce que había ocurrido. Por suerte no le alcanzó, pero si causó que sus movimientos se entorpecieran haciéndolo caer de nuevo.
Desesperado intentó incorporarse, pero alguien le obligó a volver al suelo golpeándolo con fuerza.
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Editado: 02.08.2018