Compré una pequeña libreta y bolígrafos con lo que me quedó de la limpieza del jardín y escribí una carta para ella, muy corta, por cierto.
Con el poco conocimiento que alcancé hasta sexto grado, no tenía ni idea de cómo redactar una carta, pero era mi única manera de comunicarme con ella. Mi hermana sería la encargada de entregársela en el colegio, claro, me ayudaría como siempre a cambio de algo.
Y para mi sorpresa, al siguiente día Sofía me entregó un pequeño sobre color rosa, haciendo latir acelerado mi corazón, ¡era la respuesta a mi carta! Con premura abrí el sobre, encontrando una pequeña hoja decorada con flores, adornada con su hermosa letra que decía:
«Me gustó conocerte aquel día, al igual que tú, quería encontrar la manera de comunicarme contigo y conocernos.
Todos los sábados por la tarde visito el parque del Rocío, me encanta sentarme a orillas de la fuente a leer algún libro mientras mi madre lleva a mi hermana a sus clases de tenis. Hasta el próximo sábado. Alba María».
Mi corazón palpitaba rápidamente por la alegría que me produjo aquella carta y por el deseo desesperado de que llegara el sábado siguiente. La semana se me hizo eterna y el sábado realicé los trabajos que tenía para ese día temprano, debía regresar a casa a darme un baño y ponerme una de mis mejores ropas, por así decirlo.
Nervioso, llegué al parque y la busqué con la mirada, temiendo haber malinterpretado su nota, aunque eso era imposible, pues no dejé de leerla a diario. Tras unos minutos de búsqueda, mi corazón se paralizó con la imagen que tenía en frente, allí estaba, cual rosa reluciente en medio del jardín.
Así que, decidido, me acerqué y la saludé con cordialidad. —Hola, ¿puedo sentarme?
—¡Claro!, con gusto —contestó con una sonrisa discreta. Se encontraba leyendo un libro, su título era: Mujercitas.
Aunque yo nunca lo había leído, esto sirvió para entablar la conversación, me contó de qué trataba la obra y lo mucho que le gustaba. Platicamos animosamente como dos viejos amigos y al poco tiempo llegó un auto a buscarla, era el chofer de la familia.
—Debo irme, fue un placer —me dijo al despedirse. —El placer es todo mío —contesté embobado.
A pesar de mis pocos estudios sabía comportarme educadamente, cuando entregaba periódicos leía las diferentes secciones y alimentaba mi vocabulario. Eso me ayudó mucho para conquistar a Alba María. Cada lunes, Sofía le entregaba una de mis cartas, los martes recibía la respuesta y cada sábado la encontraba en la misma banca leyendo.
Así fue creciendo nuestra amistad durante meses, pues aún no me sentía capaz de confesarle mis sentimientos hacia ella. Pasado el tiempo, llegó la primavera y con ella el cumpleaños de mi amada, sus quince primaveras.
Su madre preparó una enorme fiesta, por su puesto, yo no estaba invitado, tiraría la casa por la ventana, como decimos nosotros. Quería estar con ella en ese momento tan especial, así que no me quedaba más que conseguir trabajo de mesero o de lo que fuera para poder entrar a esa fiesta con Miguel. ¡Haría cualquier cosa con tal de verla!
—¡Juan Diego, Juan Diego! —gritó Miguel, quien llegaba a mi casa—. ¡Lo conseguimos! —anunció emocionado, contagiándome de su sentir, pues me imaginaba a qué se refería—.
Tenemos trabajo el domingo a las cinco de la tarde en la fiesta de la casa Miller, seremos meseros, así que debemos ir bien presentables y allá nos darán el uniforme, ya sabes —agregó con suficiencia—. No me vayas a quedar mal, ¿eh? —¿Estás loco?, ni de broma fallaría. Allí estaré y daré mi mejor esfuerzo.