Vecino de número

Capítulo 16

 

 

El martes me levanté antes de lo normal porque sabía que tenía limpieza pendiente. Después de algunos intentos, noté con agrado que la pintura seca se salía de la cerámica del baño con más facilidad de la que había creído, así que, fuera de algunas manchas en la cortina que después intentaría lavar, no quedaron evidencias de la tragedia en mi cuarto.

Mi pelo sí que presentó más batalla. Algunas zonas estaban suaves gracias al acondicionador, pero había otras que se sentían como tiras de plástico que interrumpían las ocasionales ondas naturales de mi peinado. No intenté acomodarlas, porque temía que la sensación aceitosa se adhiriera al resto de mi cabello, y decidí dejarlas como estaban. De cualquier manera, apenas se veían como un par de mechones fuera de lugar.

El último problema a enfrentar era mi madre, pero ese enfrentamiento lo aplacé cuando me di cuenta de que ya había salido a trabajar. Si tenía suerte, pasarían días antes de que volviéramos a tener una conversación y para ese momento habría perdido el interés en interrogarme. Cuando pensé en ella, de paso revisé el teléfono fijo de la casa y mi celular, con la esperanza de que papá hubiese dejado un mensaje, pero no encontré nada.

Frente a ese panorama, salí de casa sin saber qué humor debía tener. El día anterior había vivido el peor episodio de mi vida estudiantil, pero no estaba destruida, y aunque mi lado cínico se negara a aceptarlo, era gracias a que no había estado sola. Adriana y Cruz me habían ayudado, incluso Gina y, por supuesto, Loris.

Lo que no me dejaba sentirme miserable era haber visto tantos aliados aparecer sin ser solicitados.

Al llegar al colegio, un ambiente distinto al usual me recibió, y eso bastó para minar mi recién adquirida y todavía frágil confianza. Ver los celulares en las manos de muchos me hizo recordar que debían estar rondando decenas de grabaciones por la red, que si tenía suerte serían reemplazadas por el meme de la próxima semana. Algunas personas me miraban burlonas, otras me dirigían un gesto apenado. Era como si el colegio entero estuviese dividido por el sentir o no lástima de la pobre niña monstruo.

Me apresuré para llegar a mi aula y al hacerlo, vi que Iris, Gina e incluso Adriana estaban reunidas. Tuve la idea de entrar, sentarme y hundirme en mi pupitre, pero terminé acercándome a ellas.

Adriana fue la primera que me vio y casi se abalanzó sobre mí llenándome de preguntas. Le presté más atención a su labio inferior, que estaba partido e hinchado, que a sus palabras.

―Te dije que no se había suicidado ―habló Gina desde atrás.

Adriana se volvió para mostrarle un gesto de advertencia.

―¿Estás bien, Ámbar? ¿No te hicieron nada esos imbéciles?

Iris y Gina se acercaron para quedar todas a la misma distancia. Que las tres me prestaran tanta atención me crispó los nervios, aunque traté de no parecer una desquiciada y ser lo más concisa posible.

―Estoy bien, no me pasó gran cosa. El único problema fue mi cabello, pero me ayudaron a lavarlo y creo que no voy a tener que raparme ―intenté bromear.

Ninguna de las tres captó mi tono que intentó ser gracioso.

Una idea increíble, impensable semanas atrás, cruzó por mi mente.

―¿Se preocuparon?

―¡Por supuesto que nos preocupamos! ―me regañó Adriana.

Al parecer, solo usaba esa personalidad condescendiente y calma cuando le convenía reclutar personas para su secta inclusiva.

―¡Yo hice un vídeo! ―exclamó Gina entusiasta y me pasó su celular―. Lo monté con uno de los que subieron.

―Esta amable joven ayuda a una chica a la que estaban haciendo bullying, no creerás lo que pasó después ―leí el encabezado que Gina había agregado mientras esta se cruzaba de brazos, orgullosa―. ¿De qué diablos hablas? No paso nada después.

―¿Pero a que dan ganas de terminarlo para ver a qué se refiere? ―habló con una sonrisa satisfecha y tomó su teléfono para observar de nuevo la pantalla―. ¡Tiene más de diez mil reproducciones! Te amo, me volviste famosa. Y mira los comentarios: ojalá hubiera más personas como esta chica, Dios te bendiga a ti y a tu familia, educa a tus hijas para que cuando crezcan sean como ella, jaja, tiene el pelo color zanahoria… ―Al leer ese último su sonrisa empezó a disminuir―… jaja, sí, parece que le prendieron fuego y se está quemando…

Su sonrisa se borró por completo mientras seguía bajando los comentarios. Luego de unos segundos, me miró.

―Te odio.

La ignoré para prestarle atención a Iris, quien parecía ser la más afectada.

―¿De verdad estás bien, Ámbar? Te puedo acompañar a la dirección si quieres, no tienes que dejar que esos chicos se salgan con la suya.

Yo la observé a detalle. Iris, a diferencia de las otras dos, con sus personalidades aplastantes a su modo, tenía una expresión de pena que daba a entender que sería capaz de soltarse a llorar y abrazarme en cualquier momento. Tampoco pude dejar de notar el aspecto amoratado de su ojo derecho entrecerrado.



#39529 en Novela romántica

En el texto hay: amor juvenil, familia, amistad

Editado: 13.11.2023

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