Veinticuatro respiraciones por minuto.

Prólogo.

 

''Inoportunamente tu mirada se funde con el fuego.

Soy ceniza arrojada al mar.''

 

 

 

El tiempo de vida de un humano promedio es de setenta y nueve años. Si alguna enfermedad no les alcanza, o algún suceso trágico se presenta oportunamente en su existencia, tal vez durarían eso si la delincuencia no influyera como factor, tal vez.

Veinticuatro años, cincuenta y cinco que no existirán. Veinte mil setenta y cinco días que no transcurrirán, cuatrocientos ochenta y un mil ochocientas horas que se eliminaran de su línea de tiempo. La luz de Alice se vio opacada luego de que una noche los cólicos pasaran de ser simples dolores a convertirse en vomito y sangre, después de eso todo fue en picada igual que su estado de salud. Ciento sesenta y ocho horas bastaron para que la peor noticia se presentara en su puerta, cáncer estomacal.

Tres médicos oncólogos dieron sus expectativas, uno de ellos acertó, lo que había estado ignorando durante tres años con gran esfuerzo se convirtió en su ruina. Estaba casi convertida en una bomba de tiempo.

Los otros dos no eran más que una bola de desconcierto, esto no era una enfermedad muy silenciosa, se presentaban sus síntomas. Para Alice era más fácil ignorarlos y seguir adelante, como siempre. Estaba infestada de todas esas células malignas.

La morfina apenas ayudaba y si quería levantarse de la cama sus piernas tendían a fallar. El diagnostico no era muy esperanzador, y lo que parecían ser simples sesiones de radiación se convirtieron en horas de dolor profundo. Nada ayudaba, no era una solución. Su luz se fue apagando tal cual como el fuego en una noche fría de Alaska.

Cuatro meses, ciento veintitrés días fue el tiempo que le restaba. Su rostro dejo de ser visto en las sesiones de quimioterapia por unas semanas, luego volvió con grandes bolsas de color negruzco debajo de sus ojos. Alrededor de la comisura de sus labios sangre mezclado con algo parecía ser patatas fritas. Mirada desorbitada y el alma pesándole.

Cuarenta y ocho horas después sus ojos apenas se enfocaban, y a su lado Joss llorando su estado de salud, tomando su mano fría entre las de ella. Una vía conectada a su brazo, y alguien a su lado casi en su mismo estado.

Veinticuatro respiraciones después, la vida había pasado reproche.




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