Había pasado un mes desde la recuperación del trono, debido a que Richard había hablado, muchos de los nobles que los apoyaban huyeron de la ciudad, por suerte un sector de la población resulto afectado, pero era más los rebeldes. Algunos de ellos, justo como lo había prometido, fueron encerrados, y los de penas más graves serían llevados a la horca.
Pero solo había uno que merecía la liberación.
—¿Llevas todo? — Le pregunto a Richard, estaba detrás del castillo ayudándolo a escapar, había vivido tanto en una jaula de oro que era el único que merecía escapar y conocer el mundo.
—Me lo ha preguntado tantas veces su majestad, si llevo todo — Me responde ensillando su caballo. Lo miro con cariño, quien se acerca a tomar mi mano para besarla, acordó reportarse cada cierto tiempo, no porque debía, sino porque quería hacerlo, quería asegurarme de que el estaría bien —. ¿Estás segura sobre dejarme escapar?
—Más que segura — De mi falda saco una daga, para mí esta daga tenía un significado importante, pero ahora ya no la necesitaba —. Tienes que irte antes de que se ponga oscuro.
—Alto — Dice Sebastián alcanzándome, Richard me mira asustado, pero al ver mi sonrisa se tranquiliza.
—Le dijiste.
—No más secretos entre mi esposo y yo.
—Llévate esto — El le entrega a su primo una bolsa llena de monedas, este ni siquiera sabe qué decir —. Nos une la sangre, pero es nuestra decisión el mantenernos unidos, asegúrate de vivir.
—Muchas gracias… — Este sonreía del corazón, me acerco para tomar sus manos.
—Que la gloria de dios siempre este contigo. Richard, no más bien Asaf, te otorgo mi bendición para que vivas una vida llena de bendiciones — El me da un abrazo, yo solo puedo corresponderlo con algunas palmadas.
—Estarás bien…
—Eso lo sé — Le digo dándole unas palmadas.
—Me lo decía a mí. Se que, si te pasa algo, es porque la cabeza de Sebastián abra rodado primero — Me lo dice como si fuera un secreto —. Gracias por esta segunda oportunidad.
Él se sube al caballo, y ni siquiera mira hacia atrás, pudo hacerlo solo un segundo antes de galopar aún más fuerte hasta alejarse de nuestras vistas.
—¿Estás seguro de que no quieres ir tras él? — Le pregunto a Sebastián sintiendo su mano en mi cadera para atraerme a él.
—Tú solamente sabes por qué lo dejaste libre, y desde ahora y siempre lo que digas lo respetaré — Asiento con la cabeza, quedándome, mirando más donde se fue —. Iré adentro, no tardes mucho.
Me quedo mirando como hubiera sido mi vida, si no me hubiera subido a ese caballo, si Caleb estuviera aquí, que hubiera dicho, hubiera deseado que la guerra no hubiera terminado con los que amaba, reír y mirar a mi lado a Hiro quien siempre conté con él. Pero ahora solo éramos Alexander y yo, antes pensaba que no necesitaba a los demás, pero ahora me daba cuenta de que mi peor error fue creer que era invencible, cuando simplemente era humana.
—Su majestad, ya estamos listo — Me dice Alexander con un ridículo traje de caballero. Me acerco a él, tirando de su ropa —. ¿Qué demonios te pasa?
—No te quiero como mi caballero, desde este momento tú serás el nuevo Conde de Priego — Le digo sacándole la ropa —. No quiero que nunca más vayas a la guerra. Arriesgues tu vida por mí, y dejes a tu familia por mí. Si lo harás serás por qué quieres, no porque debes, no porque sea tu única opción o tu deber, te quiero lo suficiente como para evitar perderte, porque sé que puedo evitarlo.
—Dios… — Me abraza pensando demasiado las cosas —. Su majestad, lo hablaremos una vez que termine su coronación.
Este me escolta hasta mi habitación, la de emperatriz, que traía demasiados recuerdos, no míos. La hija del Marqués Edisto, quien se había negado a divorciarse, pues su esposo la había respaldado, por lo que lo de ser mi dama solo sería en las mañanas. Anelisse ocuparía su lugar, entre ambas comenzaban a vestirme, me ponían un camisón, luego un corsé, y para finalmente ponerme la tela, ahora no había crinolina, me recogen el cabello, para ponerme unos pendientes color verde, que combinaban con la pulsera que el me había dado, caminaba por el largo palacio hasta llegar a la entrada.
—¿Estás lista? — Me pregunta Sebastián, un momento antes de subirnos al carruaje.
—No, pero no tengo miedo — Este me sostiene la mano, para ver como todos festejaban por nosotros, por haber recuperado con esfuerzo. Lo que nos pertenecía.
Bajamos juntos, ya no detrás de él. Ahora iba a su lado. Sebastián da su discurso de aceptación a la corona, donde nunca dejo de sostenerme la mano, haciendo que su discurso fuera nuestro, haciendo que todo lo que mirara fuera nuestro, sabía que me iba a dar todo, pero no sabía que significaba todo.
Miramos a Ethan quién se va a la mitad de la ceremonia, todos los que nos apoyaron se iban, pero no para dejarnos solos, sino para hacer su vida. Ahora entendía la decisión que mi padre tomo, todos teníamos las mismas oportunidades, las mismas opciones, el que hayan sido aprovechadas de una manera rápida no nos hacen malos, nos hacían eficaces, eso aplicaba en todo, aunque no nos gustará. Aunque no lo quisiéramos.
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Editado: 13.08.2023