Sargas, el escorpión maldito, Scorp; príncipe heredero de Áragog.
Cuando naces para ser vendida son pocos los rumores que consigues oír de la gente porque son reducidas las ocasiones en las que tienes permitido salir, y en ninguna la finalidad es que puedas relacionarte porque para eso están tus hermanas. En nuestro caso, algunas noticias nos llegaban por la boca de las preparadoras: al fin y al cabo, eran personas; personas que escuchaban y sentían la necesidad de transmitir sus descubrimientos, sobre todo, a chicas como nosotras que estábamos ávidas de información.
Mientras estudiaba sobre la familia real se despertó mi curiosidad sobre varios puntos. Había mucha mitología detrás, demasiados ensayos y análisis de grandes astrólogos que le buscaban un significado y un destino a cada miembro vivo y por nacer; pero lo que más logró desconcertarme y encender mi curiosidad fue leer el título de «escorpión maldito» para referirse al príncipe heredero.
Fue una de las pocas preguntas que hice que no quedó sin respuesta.
Se dice que Áragog tiene el peor heredero de todos, un hombre que no respeta ni sus propias tradiciones, que carece de empatía, un hombre con el corazón maldito por el veneno de las estrellas de su constelación, condenado a padecer una gran discapacidad: la falta de amor. Para el príncipe, amar es una imposibilidad de la que no se salva ni su padre ni a su reino ni a él mismo.
Hasta donde yo sabía, Sargas nunca había dado la cara al reino, ni siquiera a su capital. No se presentó al funeral de su madre y lo único que se especula con un poco de fundamentos sobre él, es que muere por tener la oportunidad de asesinar a su hermano Antares, quien con seguridad sería mejor rey, acapara el afecto del pueblo y el visto bueno de la opinión pública.
Antares cumple con su deber con la nación como un soberano ejemplar: se integra, escucha, es el rostro de las más prestigiosas reuniones reales abiertas al público, da discursos, concede entrevistas para los periódicos informativos, encabeza proyectos y eventos deportivos. Sargas ni siquiera sigue sus propias leyes.
«El escorpión» es el significado de su nombre, maldita es su condición, y sus pensamientos por completo un enigma.
¿Qué hacía un príncipe como él comprando una vendida como yo?
Orión no me dirigió ni una palabra y ni una mirada más en lo que restó de camino al palacio.
De un momento a otro, el carruaje frenó y él se bajó sin darme más explicaciones. Esa vez no cometí la imprudencia de perseguirlo y me quedé inmóvil hasta que un hombre distinto, sin duda otro guardia real, abrió la puerta y me buscó con la mirada hasta dar con el bulto de mantas en el que me resguardaba.
—Abajo —ordenó y me tomó del brazo con brusquedad para llevarme con él.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Calla, mujer, y ven conmigo.
Me arrastró fuera del vehículo sin siquiera ayudarme a saltar el espacio que separaba la carrocería del suelo, lo que ocasionó que me desplomara y me doblara los tobillos tras rasguñar sus brazos al intentar aferrarme a ellos.
Hubo un momento de parálisis en el tiempo en donde solo estaba yo, consciente de que había hecho algo grave, y él, quien observaba con ira palpable los largos canales rojizos que abrieron mis uñas en su carne. Volteó a verme como si fuera una abominación y se atrevió a ser la primera persona en el mundo que me tatuara su mano de un golpe en el rostro.
Juro por mi alma que quise echarme a llorar como las otras veces en mi vida que alguien me había pisoteado, quise encogerme como un bebé y pedir perdón, aunque no había hecho nada más que esperar que se me tratara como a un ser humano. Sin embargo, me tragué mis lágrimas sintiéndolas como una dosis de cianuro que asesinaba de a poco mi vulnerabilidad, y sentí arder en mí la chispa que sembró Delphini junto con la marca de la mano hinchada en mi cara.
No me levanté, solo subí mi rostro lo suficiente para clavar en el guardia la daga que escapaba de mis ojos. Dejé a mis pupilas la libertad de confesar lo mucho que le aborrecían, y siguiendo el ejemplo de Lyra subí mi mentón a la hora de preguntar:
—¿Tú sabes quién soy yo?
—Me haces perder el tiempo.
Volvió a tomarme del brazo y a arrastrarme con él, pero no lo dejé avanzar mucho y tiré con fuerza hasta zafarme de su agarre. Me detuve detrás y no varié ni un poco el rencor con el que lo miraba mientras repetí, con voz todavía más firme:
—Te hice una pregunta, ¿sabes quién soy yo?
No intentó volver a atraparme, pero se notaba que seguía sin tomarme en serio.
—No sé, pero vas a ser un cadáver si cuento hasta...
—¿Vas por la vida golpeando personas sin medir las consecuencias?
—¡No hay consecuencias por pegar a una vendida, sucia mujer!
Dejé salir una risa amarga.
—¿Y por pegarle a la vendida del príncipe? —Di un paso hacia el hombre e hice gala de una sonrisa deleitada en el miedo que de pronto brotó de sus ojos—. Me imagino que Antares sería tolerante, por supuesto, pero... ¿has probado la ira de un escorpión maldito?
—Yo...
—Me dañaste la cara, maldito —solté como última puñalada.
Ese día también conocí el placer de tener un hombre de rodillas.
—Mi lady, por favor... piedad, no le diga al príncipe...
Imploraba con sus manos juntas a modo de rezo, con el rostro contorsionado, patético, llamando lágrimas que no acudían con el fin de apelar a una parte de mí que ya estaba muerta.
—No soy una lady, soy una sucia mujer, tú lo has dicho. Y con mi corazón lleno de suciedad me encargaré de que te corten la cabeza.
—Tengo hijos, mi lady, tres pequeños que me necesitan.
—Créeme, el mundo no va a sufrir al perder una escoria como tú. —Sonreí—. ¿A dónde querías llevarme?
—Tengo órdenes de llevarla a salvo al castillo sin ser vista. —Señaló una taberna no muy lejana—. Entraremos por ahí, hay un pasadizo.