Monique
Lo primero que quisiera que sepan es que, realmente yo era feliz. Tenía una vida absolutamente normal como cualquiera con alegrías y altibajos. Tenía una familia grande y complicada donde todos siempre buscaban satisfacer sus necesidades sin ayudar ni estar pendiente de otros.
Yo siempre buscaba cumplir sus expectativas, hasta que me cansé y solo pensé en sentirme bien conmigo misma y luchar por lo que quería. Tenía a mi grupo de amigas del colegio, crecimos juntas, lloramos, reímos y nos hicimos… una nueva familia, una que realmente aprecio y necesité siempre con locura.
Tenía una gran pasión que era la cocina, pero especialmente la repostería. De pequeña cocinaba postres a mis amigas y ellas me motivaban y me decían que debería dedicarme a eso, lo cual hice. Estudié algunos cursos y nunca era tan alegre como cuando estaba cerca de los ingredientes, la harina, las frutas, el azúcar.
Hacer algo de la nada con mis propias manos, decorando, haciendo algo hermoso y a la vez delicioso. No me importaba siempre oler a vainilla, siempre tener algo de harina en mi ropa… era mi lugar en el mundo.
Ver la cara de las personas que probaban mis creaciones… era casi espiritual. Rápidamente fui reconocida en mi entorno y era alabada. Era feliz. Me propuse otra meta, una realmente ambiciosa: quería tener mi propio lugar, un café pequeño y hogareño con delicias recién horneadas para el que quisiera sentarse a trabajar, hablar, pasar un agradable momento. unir a las personas a través de un buen café y un buen pedazo de torta..
Y lo logré, con muchísimo esfuerzo. Trabajé en varios restaurantes, lavé platos, limpié pisos, mis amigas me ayudaron prestando dinero, trabajé con uñas y dientes… hasta que ahí lo tenía, mi pequeño café: Eliza. En honor al nombre de la mamá de una de mis amigas, una mujer que cocinaba delicioso y que me inspiró. Yo no podía explicarles lo feliz que era, sentía que había llegado a la cúspide de mi vida, a mi mayor realización.
Cada vez tenía más y más clientes y tuve que contratar más personas. Yo casi no tenía tiempo libre, entre cocinar, ver los proveedores y atender las cuentas del negocio, pero estaba tremendamente feliz. El ahora esposo de una de mis amigas, un hombre millonario e importante, recomendó mi café a sus conocidos, todos ricos y de la alta sociedad y… ¡mi pequeño café explotó de gente! ¡Tenían que haberlo visto!
De Café Eliza, salían filas y filas de gente, el café casi se acababa y muchos postres se agotaban. Con el tiempo, y a pesar de que estaba muy ocupada, yo calculé los pros y contras y decidí que podía abrir otro local. Si señor.
Eliza II estaba en camino, abriendo y siendo tan exitoso como el primero. Pensé que no podía ser más feliz, pero lo era. Yo, una mujer realizada, con dos negocios, alabada, querida ¿Qué más se puede pedir? Soñaba ya con ir a Francia a hacer un curso, siempre fue mi otro sueño.
Sentía… sentía que podía alcanzar todo lo que propusiera, que el mundo estaba al alcance de mi mano, que todo era posible. Pues yo, una mujer joven había logrado mis más anhelados sueños, los deseos más profundos de mi corazón. El cielo es el límite. Francamente, además de lo que tenía, no podía pedir más, iba a vivir de esto siempre que pudiera, y ese pequeño pensamiento era realmente esperanzador.
Pero tenía un pequeño problema. Creo que no les llegué a contar que también tenía un novio desde hace años: Felipe. Un hombre de carácter tranquilo, conversador, cabello oscuro, piel bronceada, sonrisa que arrasaba y mucha mucha ambición. Éramos la típica pareja que está años juntos, pero sin avanzar. Fue mi único novio, mi único amor casi desde el colegio. Pasamos la adolescencia a la adultez juntos… él parecía ser mi constante.
Todo cambiaba, todo mudaba pero Felipe seguía ahí… tanto que ya desde algún tiempo había dejado de preguntarme por qué salía con él. No había muchas razones, simplemente que éramos novios. Casi casi no podía recordar cómo lo conocí, parecía que había estado ahí desde siempre, pero la verdad es que se me acercó en una fiesta, yo me sentí halagada. Era la primera de mis amigas que tenía novio… y ese título me gustó.
No les voy a engañar, desde temprano, sabía que Felipe era un hombre poco confiable. Era el típico hombre bien hablador que conseguía todo a punta de hablar, hablar y hablar. Casi que era un desafío para él obtener cosas sin trabajarlas mucho, solo con su don de gente, en pocas palabras se podría decir que era un charlatán, un embaucador y orgulloso de eso.
En los años que estuvimos junto hizo de todo: de joven intentó trabajar en un banco e ir ascendiendo pero lo echaron a los pocos días, buscó vender bienes raíces sin éxito, ser fotógrafo pero lo dejó cuando no vió buenos resultados, luego con el boom de las redes sociales quiso ser influencer pero no tenía las habilidades, buscó trabajar en televisión sin lograr nada, ser un entrenador de vida, y finalmente estaba en algo como ser coach y a la vez buscar nuevas opciones para invertir.
Es decir, no tenía camino ni rumbo fijo, siempre salía con algo nuevo, pero la esencia era la misma… poco trabajo y muchas ganancias. Algo que significara tener una gran recompensa, haciendo el más mínimo esfuerzo. Todo lo contrario a mi caso, que llegaba a casa con las manos, muñecas y brazos con marcas de quemaduras del horno, salpicada, llena de harina. Mientras él estaba sentado en la sala, mirando televisión y saltando a contarme su “nueva gran idea que cambiaría todo”.
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Editado: 19.02.2023