Capítulo 2
“La Casa Ferris”
La casa de Tammy Johnson era realmente distinta a lo que uno estaba acostumbrado a ver en Cumberland. El jardín de la entrada estaba en perfecto estado: el césped recién podado, las flores que crecían en los bordes se encontraban más radiantes que nunca y todo lucía parejo. Mi abuela solía decir que el jardín de una casa dice mucho de quienes viven ahí. Es la primera impresión que das a las personas y por eso, uno debe cuidar hasta el último detalle; los Johnson lo entendieron perfectamente. Unas luces en el piso adornaban el camino de la entrada, daban la impresión de que anduviéramos por una pasarela, que solo la gente distinguida podría caminar. Todos estábamos asombrados con el cómo lucía el lugar. Incluso, creo que Amanda también se sorprendió por la pulcritud; era difícil no hacerlo, aunque eso no significaba que lo fuera a admitir.
Harry tocó el timbre un par de veces. Desde afuera se podía escuchar como el sonido de este se perdía entre el bullicio que traspasaba las paredes. Tras unos instantes sin respuesta, Harry volvió a intentar. Esta vez, apenas terminó de tocar, una elegante señora nos abrió la puerta. Su boca grande magnificaba sus deslumbrantes y blancos dientes. Aquella mujer de cabello lacio y castaño era Helena Johnson, la mamá de Tammy.
Enfrascados en la situación, habíamos recordado que recién interactuamos por primera vez.
La señora Johnson no pudo reconocer nuestros rostros, a pesar de no haber sido el primer encuentro. Ella siempre viajaba mucho a California, puesto que su familia (de apellido Brickett) tenía un negocio de tapicería en Santa Clara. Aunque Helena Johnson no lo administrara, su padre y hermanas solicitaban su presencia frecuentemente y por distintos motivos. Es por eso por lo que la mamá de Tammy no estuvo muy presente en las obras escolares ni en la mayoría de las fiestas de niños que se habían organizado. Aunque, cabe mencionar que dicha circunstancia la volvió casi una leyenda: aquellos que habían logrado entrar a la casa de Tammy y habían podido, además, ver a la señora Johnson, describen su belleza como la de una diosa. Piel perfectamente bronceada, decían unos; figura de modelo de revistas, decían otros. Lo único cierto es que todos coincidían en que, si Tammy hubiera heredado su belleza de algún lado, esta habría tenido que ser -definitivamente- de su madre, Helena.
Una vez dentro, el asombro aún no había abandonado nuestros cuerpos. En la entrada de la casa había un candelabro de cristal que iluminaba, imponentemente, el vestíbulo. A la izquierda, había una escalera que llevaba a la planta superior, todo encarpetado en una alfombra elegante con diseños que parecían calcados de las casas que aparecían en los folletos de revista. Frente a nosotros estaba el comedor, del que podía distinguirse una larga mesa de madera, la cual estaba adornada con platos de porcelana blanca y servilletas de tela sobre estos, que daban la sensación de estar listos para empezar un banquete celebrando alguna ocasión especial.
A la derecha, finalmente, se encontraba la sala. Grande como era de esperarse, se encontraba abarrotada de chicos de nuestro grado y de años mayores. Todos estaban repartidos en pequeños grupos y cada uno de estos parecía no importarle lo que sucediera fuera del espacio de la sala que ocupaban. El bullicio era casi ensordecedor; se escuchaban risas provenientes de distintas direcciones, algunas incluso a carcajadas; también se mezclaban las voces de distintas personas, cada una contando una anécdota o interviniendo en sus conversaciones grupales, que al extrapolarse parecían armar una historia independiente. Pude distinguir en las expresiones de James, Amanda, Robert y Harry, que ninguno sabía qué hacía exactamente ahí. Ninguno tenía idea de a qué grupo debíamos acoplarnos ni a quién dirigirnos; no logramos divisar ningún rostro familiar. Tras unos instantes parados en la entrada de la sala, la señora Johnson nos invitó a unirnos a la fiesta y se apartó de nosotros, caminando en dirección al comedor.
Todo el caótico ambiente, con música de fondo, risas y conversaciones -en voz bastante alta- nos aturdieron, hasta que Robert logró advertir la ubicación de nuestra preciada botana.
Efectivamente, ahí estaba la razón por la que habíamos entrado en territorio desconocido, en una misión contrarreloj para poder tomar venganza de nuestra exclusión e intentar volver a tiempo para nuestra noche de películas. Sobre una mesa de madera cubierta por un mantel a cuadros, se encontraba la famosa colección de dulces y bocaditos que Tammy Johnson ofrecía a los invitados a su fiesta de inicio de vacaciones. Tazones llenos de Skittles, Runts, Reese's Pieces -por citar algunos- acompañados por paletas de helado, tortillas de maíz, bolas de queso y, la estrella de la fiesta, una fuente de chocolate con un tazón de marshmallows. Era como estar en el mismo cielo y, hasta ese momento, había hecho que todo valga la pena.
Emprendimos el camino a la mesa, cruzando toda la sala y observando a cada grupo que había a nuestro alrededor. Las chicas con paletas y atuendos coloridos; los hombres repartidos en aquellos que llevaban un estilo “preppy” y otros que optan por lucir más urbanos. Ninguno advirtió la presencia de nosotros 4 ni de nuestro acompañante de ocasión. Harry no lucía particularmente atraído por alguno de los grupos que había a nuestro alrededor y, tal vez al igual que nosotros, entendió que la compañía mutua era lo mejor para sobrellevar la fiesta y no terminar solo en un rincón.