Después de la reunión con Sophie en París, Lucía se encontró sumida en una confusión aún mayor. Aunque había obtenido algunas respuestas, las preguntas parecían multiplicarse. Las palabras de Sophie sobre su creación, sobre ser "la clave", resonaban en su mente como un eco que no se disipaba. Epsilon había alterado su vida desde el principio, moldeando cada aspecto de su existencia, y ahora, más que nunca, necesitaba regresar al lugar donde todo comenzó. La casa de su infancia.
Decidió que la única forma de encontrar algo de paz, o al menos pistas más claras, era volviendo a esa casa. Sabía que había más secretos allí, más cosas que sus padres no le habían contado o que tal vez ni siquiera ellos conocían. Así que, después de su tenso encuentro con Sophie, tomó un tren de regreso, con la mente aún aturdida por todo lo que había descubierto.
El trayecto fue una mezcla de pensamientos y emociones, pero una sensación de inquietud constante la acompañaba. El tren avanzaba entre paisajes vacíos y grises, reflejando la sensación de vacío que Lucía llevaba dentro. Se sentía como si estuviera siendo empujada hacia algo inevitable, algo que cambiaría su vida una vez más. Esta vez, al menos, estaba preparada para enfrentarlo, o al menos eso se repetía en silencio.
Cuando llegó a su destino, el cielo ya comenzaba a oscurecerse. La casa estaba a pocos kilómetros de la estación, en las afueras de la ciudad. Lucía condujo en silencio, sintiendo que la ansiedad se apoderaba de su cuerpo a medida que se acercaba a la casa. No sabía exactamente qué esperaba encontrar, pero la necesidad de volver allí la consumía. Sentía que ese lugar, con toda su historia, todavía tenía algo que revelarle.
El viento frío agitaba las hojas del jardín mientras Lucía se detenía frente a la casa de su infancia. Todo se veía exactamente igual, pero a sus ojos, la casa ya no era el refugio seguro que una vez había creído que era. Era una prisión de secretos.
El cielo gris y el silencio envolvieron el ambiente mientras Lucía caminaba hacia la puerta. Sabía que al cruzar ese umbral, estaría reviviendo recuerdos que ahora parecían tan distantes y ajenos como si pertenecieran a otra vida. Abrió la puerta y la casa la recibió con ese mismo aire añejo que le había dado la bienvenida toda su vida. Pero ahora ese olor era pesado, cargado de una verdad que no había querido enfrentar.
La sala de estar estaba sumida en penumbra. El polvo se había acumulado sobre los muebles que una vez parecían inalterables, y cada objeto a su alrededor le traía una oleada de nostalgia mezclada con repulsión. Cada rincón de esa casa había sido parte de la gran mentira que había sido su vida.
Lucía caminó despacio, tocando con la punta de los dedos las fotografías familiares que adornaban las paredes. Imágenes de su infancia, de vacaciones, momentos felices junto a sus padres. Pero ahora, cada una de esas fotos parecía una burla cruel. ¿Cuántos de esos recuerdos habían sido fabricados o manipulados? Ya no podía confiar en nada de lo que veía o recordaba.
Un marco con una fotografía en particular llamó su atención. Era de cuando tenía unos seis años, tomada en el jardín de la casa. En la imagen, Lucía estaba sonriente, sentada en el césped, sosteniendo un peluche en sus manos. A su lado estaban sus padres, ambos sonriendo. Pero ahora que lo miraba más de cerca, había algo en las miradas de sus padres que le incomodaba. Eran demasiado perfectas, demasiado ensayadas. Como si incluso en esos momentos, ellos también supieran más de lo que le habían contado.
Continuó caminando por la casa, deteniéndose de vez en cuando para observar los objetos que una vez le habían traído consuelo. Un viejo reloj de pared que había marcado el ritmo de su infancia, el sofá donde su madre le leía cuentos, las pequeñas figuritas de cerámica que adornaban los estantes. Todo parecía estar impregnado de una mentira que nunca había notado hasta ahora.
Se dirigió hacia el segundo piso, donde se encontraba su habitación. Las escaleras crujían bajo sus pies, como si la casa misma protestara su presencia. Cuando llegó al pasillo, se detuvo frente a la puerta de su antigua habitación. El simple acto de tocar la perilla la llenó de una profunda sensación de angustia. Ese cuarto había sido su refugio, su espacio privado, pero ahora sentía que incluso allí había estado siendo vigilada.
Abrió la puerta con cuidado, y lo que vio la dejó paralizada. Su habitación estaba exactamente como la había dejado. La cama seguía cubierta con su edredón de flores, los estantes aún llenos de libros y juguetes de su infancia. La ventana estaba cerrada, pero la luz que entraba a través de las cortinas hacía que el polvo que flotaba en el aire pareciera una lluvia silenciosa de recuerdos.
Entró despacio, sintiendo que cada paso la llevaba más cerca de algo que no podía definir. Sus ojos recorrieron la habitación, buscando algo, aunque no sabía exactamente qué. Tal vez esperaba encontrar una señal, un indicio de que todo lo que había vivido allí no había sido una completa mentira. Pero conforme sus ojos se movían de un rincón a otro, notaba detalles que antes habían pasado desapercibidos.
En el escritorio, vio una pequeña caja de madera que no recordaba haber visto antes. El corazón le dio un vuelco al acercarse a ella. La caja estaba cubierta de grabados delicados, y aunque parecía antigua, no estaba desgastada por el tiempo. Lucía se sentó en la cama, tomando la caja en sus manos con cuidado. ¿De dónde había salido?
Al abrirla, el mundo de Lucía pareció detenerse.