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Capítulo 2: La ciudad donde ya no existo.

 

La vida es un conjunto de sucesos aleatorios unidos bajo el manto de una secuencia temporal conocida como el paso del tiempo. Cuyo objetivo es motivarnos a hacer algo, cualquier cosa significativa.

 

Hay futuros donde no sucede nada en lo absoluto, el dolor, ni felicidad existen. Estamos detenidos, esperando a que pase factura sobre nosotros. El problema recae en cuanto podemos soportar durante esa espera, si estamos dispuestos a afrontar los cambios, ver a las personas crecer, irse, cambiar, mientras nosotros permanecemos en el mismo lugar. Tengo la creencia de que un día ya no importará si dimos resultados importantes para el mundo, nadie recordará quienes fuimos, la humanidad iniciará de nuevo. Todos los esfuerzos anteriores serán ignorados, entonces no importa si haces algo en esta vida, si descubres tu identidad o entiendes mejor a los demás. Algún día, en algún lugar dejaremos de existir.

—¿Cómo se supone que me encargue de todo eso?, ¿Cuándo puedo decidir por mí misma?—exploto exasperada.

—Calhelia, es tu deber y además lo has prometido—me recuerda con voz dura.

—Yo...—las palabras no salen.

—¿Por qué dudas?—esa pregunta para la que no tengo respuesta.

Despierto de ese sueño que aún sigue pareciéndome real, supongo que es porque esa conversación la tuve hace tres meses con mis padres, cuando apenas me entere que mi hermano mayor repetiría su último año de preparatoria, lo cual indicaba que tendría que soportarlo en el instituto nuevamente y aun peor prácticamente me lo toparía en algunas clases que veríamos juntos; siempre intentado controlarme, él no es estúpido, sé que lo hizo intencionalmente, nunca antes sus notas habían decaído, de hecho es conocido como un alumno prodigio, debe estar tramando algo.

Las cortinas están abiertas, la luz del sol se cuela en la habitación dándole un brillo a el color verde manzano de las paredes, me alegra mucho ver como este pequeño espacio puedo llamarlo mío, porque las cosas que más me gustan están aquí, como ese sauce que pinté en la pared llegando hasta el techo, mis fotografías de cosas simples o sin sentido, las llaves de mi auto que están en la mesa del ordenador, ropa que compré por mis medios, los discos de mis bandas. Cada una de estas cosas realmente me pertenecen, no las obtuve con el dinero de mis padres y eso me hace sentir más apegada a algo como nunca antes.

Tomo una ducha breve, me preparo para iniciar el día y agradezco por el momento que nada se halla estropeado. Sigue haciendo frio, me coloque una Camiseta blanca de cuello barco, estampada con letras negras que dicen FEARLESS, mi chaqueta militar roja, vaqueros azules de pitillo desgastados  y zapatillas altas negras.

Mi teléfono suena interrumpiendo mi rutina.

—Hola. ¿Quién es?

—Soy yo, cariño, ¿Cómo amaneces?—mi mamá habla al otro lado de la línea.

—Ah. Bien. Iba a clases.—le respondo con aburrimiento.

—¿Un chico dulce te puso el corazón agrio?—dice burlona, sus interminables llamadas mañaneras han empezado a dañar mi buen humor.

 

—No, Alice, no hay nadie que me interese, y jamás dejaría que me hicieran daño si así fuera.—digo cortante, haciendo evidente mis ganas de irme a hacer cualquier otra cosa que hablar con ella.

Suelta un suspiro.

 

—Te he dicho que cuando no estemos en público puedes llamarme “mamá”.

 

—Prefiero, Alice, gracias.—suelto irónica, toda mi vida me ha enseñado a llamarla por su nombre, es estúpido que espere algo más después de haberme acostumbrado.—En fin, ¿Cuándo regresan? ¿Qué tal Suiza?

 

—En tus vacaciones navideñas, han surgido ciertos problemas. Te contaremos a detalle cuando regresemos.

 

—Suena como a que vienen más responsabilidades.—ruedo los ojos.

 

—Tú padre y yo, nos preocupamos por ti. Queremos verte feliz, sería bueno si te diviertes en tus últimos años de preparatoria, después no habrá tiempo…—alarga dudosa de culminar su discurso.

 

—Si, como digas. Tengo que irme, hablamos en otra ocasión.—cuelgo molesta, ojalá mi familia fuese más transparente.

 

Bajo las escaleras lista, hoy tengo clases temprano, hay mucho silencio, seguramente mi hermano ya se fue, parece mejorar el día. Enciendo el motor de mi mustang negro boss 429, espero a que  termine su proceso de calentamiento, arranco a toda marcha, luego de la típica línea de semáforos, aparco en el estacionamiento del instituto. Busco a mis amigos, hay demasiadas personas entrando de manera que no los localizo.

Es sencillo desplazarme en esta escuela, nadie va a detenerse a saludarme, ni percatará su mirada en mí, debido a que simplemente no me conocen, no importa cuántos años seguidos nos veamos en algunas clases, soy una desconocida que acaba de ingresar, alguien sin raíces, ni identidad.

Reviso mi horario, tengo una asignatura extracurricular, mi mamá fue una bailarina profesional, insiste cada año en que debo cursarla, el baile, es demasiado molesto para mí .¿Qué importancia tiene? Es suficiente saber seguir el ritmo y moverse con gracia, detesto cuando mi profesor emplea términos como “ser expresivos”, “mostrar nuestra esencia”, “divertirnos con libertad”. Hay personas incapaces de tales acciones en muchos aspectos y circunstancias.




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