Samantha
Al salir del baño me despido de Lhelia con un beso en la mejilla, noto ciertas arrugas en su frente antes de apartarme. Suele hacer ese gesto cuando se preocupa, últimamente tengo la sensación de que nos oculta algo a todos. Sin embargo, he decidido darle su espacio y no presionarla como Meredy, a veces es mejor permitirles a las personas abrirse por su cuenta, les resulta más reconfortante creer que nadie es consciente de sus problemas hasta ponerlos en palabras.
Camino hacia el ascensor, marco el tercer piso. Estábamos en el segundo pero no me apetece usar las escaleras a la hora de salida, se vuelven muy concurridas y es desesperante. Salgo, enseguida escucho una tenue melodía de piano, me acerco curiosa, tenía entendido que el horario de los instrumentos era por la mañana, así el coro puede ensayar sin interrupciones y nadie de ese grupo sabe tocar. Abro lentamente la puerta sigilosa de no interrumpir al misterioso interprete, la ubicación del piano sólo me permite verle la espalda, se trata de un chico de cabello negro, sus dedos se mueven sobre las teclas con cierta agilidad, como si recordasen una actividad de hace mucho tiempo.
Me sorprendo al notar que alrededor de su mano derecha lleva un vendaje ensangrentado, debe dolerle pero él continúa tocando concentrado. Siento como si su canción llorase, me pregunto si es la forma correcta de interpretarla o transmite los sentimientos de él. Al terminarla, baja la tapa, gira sobre el asiento, dispuesto a irse y yo no reacciono rápido para esconderme. Entonces, me mira similar a un niño que es atrapado en una jugarreta.
—Yo…no quería…lo siento.—balbucea nervioso, al poder verle de cerca mi cerebro atrae un recuerdo, esos ojos azules yo los conocí inyectados en sangre e ira.
Muerdo mi labio, insegura de qué responder.
—Si el supervisor viene, ¿puedes evitar notificarle sobre mi presencia, por favor?—dice en tono de súplica.
—Creo…que tocas muy bien. —Sonrío con amabilidad— ¿Dónde aprendiste?
Luce confundido ante mi pregunta.
—Fue…mi padre quien me enseñó. —aprieta su mandíbula.
—Oh. Es un buen profesor, me alegro de que te enseñara…—empiezo a jugar con mis dedos, ocultando el nerviosismo.
—Disculpa, pero ¿nos conocemos?—entrecierra los ojos en mi dirección, queriendo recordarme.
Dudo de sí decirle la verdad, o fingir que aquello no sucedió. Luce diferente, no me gustaría incomodarlo trayéndole malos recuerdos.
—No sabría decirlo… ¿Has hecho alguna presentación pública antes?—decido abarcar ese tema hasta estar segura de haber encontrado a la persona correcta, puedo estarlo confundiendo.
—Sí, hace unos cuatro años para el concurso Milles. ¿Estuviste ahí?—sonríe ligeramente impresionado.
Asiento.—Por supuesto, es mi evento preferido del año.
El concurso Milles, es una celebración musical popular de aquí, muchos niños compiten entre sí en distintas categorías musicales con la ayuda de algún tutor asignado, el mejor se lleva el premio monetario recaudado por todos los visitantes del pueblo. Nunca he participado porque vengo de una familia adinerada, por modestia de mis padres preferían no “presumir” mi talento, y darle la oportunidad a otros menos afortunados.
O esa era su excusa para mantenerme alejada de ese ambiente.
—Entiendo, no pensé que alguien llegase a recordarme. —Asiente sonriendo—Es gratificante, mi padre se sentiría feliz al saberlo, él murió meses después de mi participación.
Encojo de hombros, la culpa crece un poco en mi interior, si tan sólo supiera que jamás he podido ir a ese evento.
—Oh, lamento tu perdida, no quería hacerte sentir mal con mis pre…—alargo.
—No te preocupes, una chica linda puede preguntar cuanto quiera, sin embargo, te agradecería no decir nada a nadie de mi tocando el piano, en especial, a tu profesor de música.—giña un ojo—No me gusta exponerme ante la gente, es incómodo.
Evito reaccionar a su cumplido.
—Está bien, no iba a hacerlo de todas formas. Aunque es una pena desperdiciar el talento.—le digo con reproche—Al menos, ¿puedo saber tu nombre? Eres un estudiante nuevo, ¿cierto? Recuerdo haberte visto en mi clase rodeado de chicas.
Se levanta de la silla, noto su cuerpo bastante trabajado, incluso resulta intimidante, juraría que puede ser atleta o modelo de revista.
—Naguell Callwer, encantado. —Extiende su mano.—Yo no diría nuevo estudiante, más bien, renovado.
Su respuesta está cargada de una indirecta casi imperceptible.
—Samantha Miller, igualmente un placer. —La estrecho procurando ser cuidadosa—Tu mano está lastimada, ¿tuviste algún accidente?
Baja la mirada con una expresión sombría al vendaje ensangrentado.
—Sí, me corté en la cocina, no soy muy habilidoso en esos temas. No me duele tanto como parece. —dice.
—Deberías cambiar las vendas, aquí hay un botiquín ¿Quieres qué te ayude?—ofrezco, aprovechando la oportunidad para saber más de él.
Tarda en decidirse.