«En las aguas serenas de lo desconocido, Danna y Kay encuentran la calma y la fortaleza para enfrentar nuevos desafíos juntos».
Danna
—¿Puedo hacer algo por usted, señor Lennox? —Cruzo mis brazos mientras formulo la pregunta.
De algún modo, pretendo protegerme de lo desconocido, de lo que implica que él me haya buscado.
—Pasaba por los alrededores y recodé que uno de mis trabajadores mencionó que usted trabaja aquí. Me preguntaba cómo está el pequeño Kay.
—Mi hijo se encuentra bien. —Recalco la palabra—. Gracias por su preocupación, que tenga buen día.
Me giro con la intención de regresar a mis labores, sin embargo, una mano sujeta mi brazo e impide que avance. ¿Cómo se atreve a tocarme sin mi consentimiento? Me sacudo de su agarre y volteo a verlo, fulminándolo con los ojos.
—¿Algo más que necesite? —Esta vez no mido mi tono, quiero que note que me molesta su presencia.
—No tiene que ser grosera, mi interés en genuino, Danna. —musita—. Me agradó Kay, me recuerda a mi sobrino que vive lejos.
—Pues vaya y lo visita, mi hijo no es remplazo de nadie.
No le doy tiempo de replicar porque me alejo a paso apresurado, en esta oportunidad no le doy tiempo a detenerme. Sonny me observa asombrada por la escena, asumo que esperaba esa reacción de mi parte.
Soy una mujer amable la mayor parte del tiempo; no obstante, cuando se trata de mi hijo, toda esa amabilidad sale por la ventana y saca a relucir el mal genio que reside en lo más profundo de mí.
—Mi niña…
—No, señora Sonny. Usted es una de las mejores personas que he conocido, pero agradecería si se mantiene al margen de esto —Le pido—. No sé qué quiere ese hombre con nosotros y no estoy dispuesta a averiguarlo. Agradecería si respeta mi decisión y evitamos hablar sobre lo que pasó.
La mujer me evalúa por unos segundos. Luego, sus ojos brillan con comprensión, asiente y regresa a sus labores permitiéndome a mí hacer lo mismo.
Regreso al baño, aviento agua en mi cara y cuando elevo mi vista enfoco mis ojos en el reflejo que me da el espejo. Hay oscuras ojeras en la piel bajo mis orbes, las mejillas antes llenas ahora se encuentran desprovistas de grasa.
Estoy demacrada, luzco más vieja de los escasos treinta y cuatro años que tengo, mis ojos verdes están apagados al igual que los mechones castaños oscuros de mi cabello. Extraño el rojo brillante que antes poseía, una transformación que tuve que hacer cuando mi vida cambió.
Me seco los restos de agua, cuento hasta diez y salgo como si nada hubiera pasado. Los clientes que contemplaron la escena me miran con más atención, pero ninguno comenta algo relacionado con lo sucedido, lo que representa un alivio.
Continuo con mi jornada hasta que es la hora de salida, ayudo con la limpieza del lugar, me despido de mi jefa y salgo sin mirar atrás. Arribo a la escuela con unos minutos de sobra, así que aprovecho para quedarme en el auto, la soledad del parqueadero me permite hacer algo de lo que me he estado conteniendo.
El sonido del primer sollozo me toma desprevenida, no esperaba que se escuchara tan… desgarrador. Y una vez ese sale, no soy capaz de detener los siguientes. Toda la angustia, el miedo, las deudas y la culpa que he acumulado en las últimas semanas se desborda en un llanto desolador que amenaza con sumergirme en la oscuridad de la depresión.
«No puedo permitirme eso, no puedo hacerle eso a Kay», me recuerdo.
Imágenes de mi hijo llenan mi mente trayéndome de regreso al mundo real. Su risa, la inocencia de su voz, el brillo de sus ojos, sus te amo. Una lluvia de recuerdos me invaden y poco a poco comienzo a calmarme. Él es mi polo a tierra, solo mi hijo puede calmar mi agitada mente y recordarme mi nuevo propósito: vivir para que él sea feliz.
Las puertas del recinto se abren, así que me apuro a limpiar los rastros de las lágrimas, compruebo mi estado en el espejo retrovisor y salgo hasta que estoy decente. Los K salen y llego hasta mi hijo que me recibe con una sonrisa gigante en su rostro.
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Editado: 18.01.2024