«Entre los pétalos vibrantes de su historia, madre e hijo despiertan como dalias carmesí, flores de pasión y resiliencia, tejiendo un tapiz de amor que desafía incluso al viento más fuerte».
Danna
Lo miro fijamente, mi expresión es seria mientras la suya es juguetona. Como si esto fuera una simple broma.
—Estás llegando al punto de acoso, ¿sabías? —Le digo.
Sonríe más amplio antes de responderme.
—Mi nana y las otras mujeres tienen el día libre, solo estoy aquí por algo de comer. Sonny tiene la mejor comida del pueblo. Prometo que no tengo segundas intenciones. —Eleva las manos en señal de inocencia.
Entrecierro los ojos en su dirección, pero ni se inmuta ante lo que se supone es mi mirada intimidante.
—¿Qué quieres desayunar? —Saco mi cuaderno y lo atiendo como un cliente más.
—Algo que me reviva, mi cabeza está a nada de explotar.
—Haberlo pensado mejor. —musito, mas él me escucha.
—Tienes razón, mamá —blanquea los ojos con hastío—. Apuesto a que no eres capaz de perder la cabeza por unas horas.
—¡Felicitaciones! Ganaste —respondo con sarcasmo.
—Cambiaré eso, Danna. Voy a quitar esa tristeza de tus ojos —jura.
—Con esa fe deberías jugar a la lotería. Tal vez ganes más dinero del que ya tienes.
—Recordarás mis palabras.
—Sí, claro.
Me alejo de él, mi pobre corazón late desbocado por lo que ha dicho. Es una locura, todo es una locura cuando de él se trata. De haberlo conocido años atrás, probablemente me habría gustado él, con su cabello marrón oscuro con mechas doradas, sus ojos aguamarina y sonrisa deslumbrante.
Pero su físico no es lo más llamativo, es su personalidad. Su jocosidad es atrayente, la ligereza con la que puede entablar una conversación. Julien Lennox es atractivo, punto.
Por suerte el movimiento de la cafetería me mantiene ocupada, al menos lo necesario para evitarlo. Le entrego su desayuno, sin embargo, observo como habla con casi todos los presentes, las personas lo saludan como si lo conocieran de toda la vida, puede que sea así.
—¿Siempre es así de… llamativo? —Le pregunto a mi jefa.
—¿Quién? —pregunta confusa.
—Él —señalo a Julien.
—No hay lugar en el que entre que no llame la atención de los presentes. Ha sido así desde niño. Vibrante, alegre y resiliente, no la tuvo fácil, pero la sonrisa nunca desaparecía de su cara. Su madre estaba orgullosa de él.
—¿Estaba?
—Sí, falleció hace algunos años, una mujer fuerte que lo sacó adelante mientras el padre se perdía en el alcohol. ¿Puedo saber tu repentino interés en él?
—Quiere ser amigo de Kay —Y mío, mas eso no lo digo.
—Sería un gran ejemplo para tu hijo.
—Eso parece.
La plática termina allí porque llegan más personas, Julien se marcha no sin antes sacudir su mano a modo de despedida y sonreír ladeado. El hombre es un incitador.
A la hora usual, salgo para recoger a Kay. Mi hijo está alegre cuando se sube al auto, eso implica que fue un buen día para él. Que nadie le dijo nada malo.
—Cenaremos y luego te llevaré con Kat —Le informo cuando entramos a casa.
—¿Por cuánto tiempo me quedaré con ella? —inquiere.
—No lo sé, amor. No quiero tener que dejarte con ellas, me gusta que pasemos tiempo juntos. Empero necesito trabajar en lar noches.
—¿Por qué?
—Porque hay cosas que nos hacen falta, y requerimos de dinero para ello.
—Está bien, mamá.
Estoy consciente de que es muy pequeño para hablarle de estas cosas; no obstante, prefiero explicarle el motivo por el que hago las cosas y así satisfacer su curiosidad.
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vaquero y rancho, dolor y desamor, embarazo riesgoso y madre soltera
Editado: 18.01.2024