Hans Oliver.
El llanto de Greyson se volvió más denso y petrificante, al mismo tiempo que comenzaba a susurrar que todo era su culpa, que debió estar ahí para detenerlo de hacer semejante barbarie. Lo escuché disculparse conmigo por no darse cuenta a tiempo. Y aunque no podía asegurarlo, algo muy en el fondo me decía que él era el siguiente. Que ya no podía con el dolor. Que lo deseaba… La depresión se estaba convirtiendo en un virus.
Negué con la cabeza mientras apretaba los puños contra el suelo frío. Quise gritar, patear la lápida y cavar en la tierra hasta sacar el cuerpo de mi mejor amigo de ahí, abrazarlo aunque fuese una última vez, pero no podía moverme.
Empecé a sentir que las lágrimas me bañaron el rostro de un momento a otro, despertando en mí la misma sensación desesperante y de frustración que tuve el día en que Hans intentó suicidarse. Ese maldito día en que lo encontré tirado sobre un baño de sangre, luego de que recibiera una llamada de su verdadero padre para informarle que acababa de tener otro hijo.
Apreté los labios con rabia. ¿Por qué yo? ¿Por qué ese maldito espectro oscuro me perseguía? Alguien me dijo un día que yo podía ver todo aquello que las demás personas preferían ignorar, era cierto, pero lo odiaba. Tener una vida sencilla junto a mi familia y amigos en la que pudiera solo crecer, casarme y tener hijos como todos los demás, ¿era demasiado pedir? ¿En qué momento Dios decidió que yo atravesara todo esto? Una sensación asfixiante me oprimió el pecho.
El llanto de Greyson se detuvo de pronto. Me recorrió un escalofrío en la columna al percibir que alguien, o más bien algo, estaba respirando justo detrás de mí. Noté su aliento cerca de mi cuello, su risa, y su mirada. Aquello no era humano.
Aún ahora no sé cómo describir el miedo irracional y paralizante que me invadió. Las lágrimas dejaron de fluir y el frío se volvió tan insoportable, que mi piel se convirtió en una fina capa de hielo que se partía poco a poco, dejando expuestos los músculos pálidos de mis manos y quizá también de mi rostro.
La voz de Greyson hablándome de nuevo vino a derrumbar el silencio; me dijo que lamentaba haberlo hecho, que ingenuamente pensó que al marcharse el dolor lo dejaría por fin tranquilo, pero no fue así. Estaba sufriendo más que nunca, y esta vez, las penurias serían eternas. Al escuchar sus palabras comencé a temblar e hice lo único que podía hacer para controlar mis sentimientos: cerrar los ojos y ponerme a contar. Solo me restaba esperar a que funcionara.
«Uno».
Greyson me suplicó que me girara para mirarlo, mas no lo hice. No caería en la trampa.
«Dos».
Yo sabía que ahora él era un esqueleto cubierto por solo algunos gajos de piel seca y podrida, cuyo rostro deforme tendría una mirada desgarradora dirigida hacia mí.
«Tres».
Pero no era real. Esa era mi peor pesadilla. Ese maldito sueño recurrente que tuve tantas veces después de que Johana, una compañera de la preparatoria de segundo semestre, se suicidara con veneno en los baños de la escuela y su espíritu me atormentara en sueños por no ayudarla a descansar.
«Cuatro».
Mi pesadilla comenzó a manifestarse con Johana, aunque con el paso de los años los personajes que tomaban lugar en ella oscilaban entre mis padres, Susy, Hans, Greyson e incluso yo mismo, pero la forma en que el sueño se desarrollaba jamás cambió.
«Cinco».
Me cubrí la cabeza con las manos repitiendo una y otra vez que se trataba de un simple sueño; una ilusión. No es real, Víctor. No es real. La voz de Greyson se fue desvaneciendo poco a poco, el frío se detuvo y la presión asfixiante en mi pecho se marchó.
«Despierta, Víctor».
Cuando abrí los ojos me encontraba en completa soledad. Por desgracia, igual que todas aquellas noches en las que despertaba sudando, con la ansiedad comiéndome por dentro, pero con una gran variante: no estaba en mi habitación, sino en el cementerio.
¿Alguna vez has sentido de pronto que debes marcharte de algún lugar? Yo lo sentí en ese momento. Tal vez debí obedecer, levantarme y seguir adelante como si nada hubiese ocurrido. Tal vez no debí alzar la cabeza y mirar hacia el frente, pero lo hice.
Víctor Darnell, estaba escrito en la lápida. Y esta vez, no era un sueño.