El sonido del viento golpeando contra la pared, consiguiendo con ello acallar el canto de los enamorados insectos, retumbó feroz en el interior de la habitación de Susy. La niña, que todavía no conseguía dormirse pese a que el reloj marcaba ya casi las diez de la noche, se cubrió la cabeza con la cobija apenas la madera se quejó por el fastidio del viento sobre ella.
Durante todo el día intentó ocultar de sus padres la verdad, y es que estaba aterrada de la nueva casa. Le costaba trabajo adaptarse a los lugares nuevos, tomar seguridad y sentirse protegida. Y ahora que Víctor ya no estaba más con ella para ir a abrazarla hasta que se quedara dormida, mientras le cantaba aquella dulce canción que le había compuesto para tranquilizar a sus temores, le resultaba muy complicado mantener la calma. Pensó incluso, que si sus amiguitos de la antigua casa decidieran visitarla como antes, se sentiría mucho mejor.
El ruido del viento se repitió y Susy, comenzando a temblar, abrazó con todas sus fuerzas al conejo blanco de peluche que Víctor le había obsequiado, cerró los ojos y se encogió en sí misma. Si tan solo pudiera quedarse dormida. Si tan solo Víctor apareciera para abrazarla.
Lo que Susy jamás supo y que quizá, habría evitado la tragedia que se desataría días posteriores, fue que Víctor entró en la habitación a paso lento poco después de que ella clamara su nombre. La mirada en el muchacho estaba ausente, a la par que su cuerpo de mecía despacio en un vaivén. Ni siquiera había escuchado la voz de su hermana llamarlo, sino que entró por mera inercia.
Al detener sus pasos en el centro de la habitación, giró la cabeza hasta que sus ojos se fijaron en la cama y el pequeño bulto tembloroso que había sobre ella. La observó unos segundos alzando una mano con parsimonia, pensando en tocar aquel curioso bulto, pero no lo hizo. Una voz lo detuvo.
—Tengo miedo, Señor Bigotes —susurró Susy a su conejito aún con la cobija cubriendo la totalidad de su cuerpo—. Y no puedo dormir —lloró en voz baja, para poco después abrir los ojos y mirar hacia el conejo con interés, como si este le estuviese dando la solución perfecta—. Si mi hermano estuviera aquí, ¿sabes lo que haría?
—Te arrullaría —se respondió a sí misma Susy, engrosando un poco la voz para fingir que quien hablaba, era el conejo.
—Sí, eso haría. ¿Crees que si canto, podré dormir?
—Sí, creo que es buena idea. Tú canta y yo te abrazaré.
—Está bien —gimoteó la pequeña, abrazando con más fuerza a su conejito mientras se mecía con suavidad, antes de cerrar los ojos, aclararse un poco la garganta y ponerse a cantar—. Bajo la luz de la luna te resguardaré. Mientras esté a tu lado no debes temer. Cuando sientas que el miedo empieza a crecer, recuerda, mi amor, que yo te cuidaré. Basta con que mires las estrellas para que puedas encontrarme en ellas. Y así cuando sientas el miedo crecer, recuerda, mi amor…
—…que yo te cuidaré —cantó Víctor también, mezclándose con la voz de Susy.
Los ojos del chico se hincaron como dos globos al ser inflados a la par que perdía el control sobre su propia mandíbula, la cual ahora colgaba de su boca con asombro y comprensión. Recordaba esa canción. Recordaba el día exacto en que la había escrito para ayudar a una pequeña a conciliar el sueño en aquellas noches en que parecía no querer dejarla descansar.
Pero eso no era suficiente para Víctor. Necesitaba recordar más. Necesitaba saber qué hacía ahí. Necesitaba… leer la libreta. Ni tardo ni perezoso salió corriendo de la habitación para bajar las escaleras de un salto y dirigirse hacia la oficina de su padre. Tomó la libreta entre sus manos temblorosas y, pasando un gran bolo de saliva, la abrió.
«Solo debes recordar.»
Leyó Víctor en la parte superior de la penúltima hoja en la que había escrito. Tratando de encontrar algo más, movió las hojas del cuaderno hacia atrás con velocidad, deteniendo el movimiento y leyendo lo primero que pudiera ver de forma aleatoria.
«Después de la muerte el alma se fragmenta.»
—Lo recuerdo —dijo, con algunas lágrimas de alegría escapando de sus ojos—. Recuerdo el momento exacto en que me dijo esto. —Y repitió el movimiento de las hojas para descubrir si podía recordar algo mucho más allá.
«Después de todo, tenía más de un motivo para quedarme.»
«Pero no era real. Esa era mi peor pesadilla.»
«Yo creí ser una persona fuerte hasta que ese instante llegó.»